martes, 9 de febrero de 2010

Las ingenuas propuestas de Oswaldo de Rivero


Reconforta encontrar que no estamos tan solos los que nos damos cuenta del grave problema de la destrucción del empleo por la tecnología. Pero cuando de proponer soluciones a este problema se trata, parece que muchos están afectados por una increíble ceguera.
Con el título “El imparable proceso de desproletarización mundial” , Oswaldo de Rivero aborda nuestro tema favorito, y lo hace con luces y sombras.
Empecemos por decir, como tantas veces lo hemos hecho, que es muy cuestionable hablar de un proceso de desproletarización mundial, como lo hace De Rivero:

Mucho antes que viniera esta recesión mundial, ya la revolución tecnológica estaba haciendo desaparecer las enormes factorías llenas de proletarios, y en su lugar, haciendo surgir fábricas automatizadas más repletas de software que de trabajadores


Diremos, como John Holloway, que estar sentado delante de una computadora es tan manual como estar sentado delante de un telar , para destacar, con esta frase, que lo que tenemos hoy día no es un propceso de desproletarización, sino el crecimiento de un nuevo proletariado, al lado del menguante proletariado tradicional. Este nuevo proletariado, mal llamado trabajador intelectual o trabajador del conocimiento, realiza su labor con computadoras, softwares o robots, pero no es menos proletario que el obrero fabril, si nos atenemos a la definición de proletario como aquel que vende su fuerza de trabajo para subsistir.
Pero dejemos por el momento el tema de la supuesta desproletarización, para entrar en lo más importante, que es la pérdida de puestos de trabajo debida al desarrollo de la tecnología. En esto sí que no se equivoca De Rivero:
El software y la automatización han reducido el número de trabajadores por unidad de producción en los países industrializados. En todos ellos el sindicalismo se ha reducido y con ello el poder que el proletariado había heredado desde la revolución industrial.

El problema es, ¿qué propone el autor para enfrentar ese problema? Dos cosas: mejorar la calificación de los trabajadores, y reducir la explosión demográfica:
Hoy, la revolución tecnológica y la explosión demográfica urbana en los países subdesarrollados han entrado en colisión. Esto obliga a que las políticas de empleo en estos países se apoyen, hoy más que nunca, en la planificación familiar y en una educación de calidad para lograr reducir el crecimiento de población urbana y hacerla más calificada. Si no se hace esto el desempleo aumentará, cualquiera que sea el modelo económico, porque la invención, para ahorrar labor humana, no se va detener.

Mejorar la calificación de los trabajadores, podría, en efecto, atenuar temporalmente el desempleo en los países tecnológicamente atrasados. Decimos temporalmente, porque el efecto de esa mejora se diluirá tan pronto como, acicateados por la nueva competencia de los trabajadores recién capacitados, aquéllos de los países ricos opten por mejorar, a su vez, su propia calificación, para con ello contrarrestar la nuestra. No pensaremos que se van a quedar de brazos cruzados esperando que les arrebatemos los cada vez más escasos puestos de trabajo ¿no es cierto?.
Pero, sea que al final de esta carrera por la calificación, ganen los trabajadores de los países ricos o los de los países emergentes, el problema del desempleo subsistirá, y creo que De Rivero no puede dejar de darse cuenta de ello.

Si tenemos cinco naranjas, y decimos a diez personas que cojan una naranja cada una, es de esperar que quienes logren cojerlas sean los más ágiles y más fuertes (los mejor calificados).
Si entrenamos a los menos ágiles y menos fuertes, y logramos equiparar su destreza con aquella de los otros cinco, es muy probable que, puestos a disputarse otras cinco naranjas entre diez personas, algunos de nuestros pupilos logren estar entre los cinco ganadores de naranjas. ¡Qué bueno!, dirá el señor De Rivero.
Pero con eso no hemos resuelto nada, en lo que se refiere al problema de la falta de naranjas. Sean quienes sean los ganadores, habrá cinco personas que se quedarán sin naranja.
Con lo que la propuesta de la capacitación, si bien temporalmente ventajosa para el tercer mundo, demuestra ser inútil para resolver el problema de fondo.

Pasemos ahora a la segunda idea: controlar el crecimiento de la población.
Para empezar: estamos a favor de que se reduzca el crecimiento de la población. Lo que vamos a decir es que ello, si bien es plausible, no solucionará el problema del desempleo.
Supongamos que hemos logrado evitar el crecimiento de la población mundial, alcanzando que esa cifra sea cero. ¿Habremos detenido con ello el avance de la técnica?. En ese mundo de crecimiento poblacional cero, los nuevos inventos seguirán apareciendo, y cada uno de ellos (cada nuevo robot, cada nuevo software, cada nueva tecnología automática) ocasionará la supresión de puestos de trabajo.
¿Qué haremos entonces? ¿Reducir la población, pasando a tener una cifra negativa, dirá tal vez De Rivero?
Espero que no lo piense, porque esa idea es un disparate.
Tampoco la reducción de la población eliminará el problema de la falta de puestos de trabajo.

Primera demostración, por el absurdo: si, en una sociedad de crecimiento poblacional cero, la tecnología continúa desarrollándose (como es natural y deseable que ocurra) continuará suprimiendo puestos de trabajo. Lo que, en otras palabras puede expresarse como que la cantidad de puestos de trabajo tenderá a ser cero.
Si la cantidad de puestos de trabajo tiende a cero, y pretendemos que la cantidad de seres humanos trabajadores se reduzca en proporción a la cantidad de puestos de trabajo disponibles, la conclusión de esta bien intencionada propuesta será, nada menos que la desaparición de la humanidad. Cuando la automatización haya avanzado al punto de suprimir todos los puestos de trabajo, y toque, en ese momento, automatizar las labores correspondientes al último puesto de trabajo restante, lo que deberá hacer el último habitante del planeta, ocupante de ese último puesto de trabajo existente, será suicidarse. Con ello habremos alcanzado, por fin, el equilibrio que De Rivero desea establecer entre la cantidad de habitantes del paneta y la cantidad de empleos disponibles.

¿Qué proponemos entonces, se preguntará el lector? ¿Acaso suprimir los inventos? ¿Prohibir la informática, como prefigura el universo de ”Dune”, la saga novelística?
Nada de eso. proponemos hacer lo que haría cualquier persona sensata, si se viera en la necesidad de repartir cinco naranjas entre diez personas: no pretender que cada persona coja una naranja, sino media naranja (no “su media naranja”, que es otra cosa).
Es decir, reducir el tiempo de trabajo, achicar la jornada, repartir el trabajo necesario –cada vez menos cuantioso– en partes iguales entre todos.
Si entregar media naranja a cada persona significa reducirle un alimento, si reducimos la cantidad de trabajo que realiza cada persona, ya no estamos hablando de un alimento, con la naranja, sino de una carga. Estamos, entonces, liberando a la gente del trabajo, en forma progresiva. Estamos repartiendo el pesado fardo del trabajo en partes cada vez más pequeñas para cada individuo. Estamos haciendo a la humanidad, por primera vez en la historia, más libre por cada hora de trabajo que se la ahorra a cada ciudadano.
¿No es esto lo sensato? Si la técnica nos alivia del trabajo, ¿no es justo y necesario que el trabajo sea cada vez menor para cada uno de nosotros?
Pero esta idea, que venimos sosteniendo desde hace años, y que sostuvieron en su momento Paul Lafargue y Bertrand Russell, parece, siendo tan simple, no ser visible para nadie hoy en día.
Los intelectuales dan vueltas y vueltas sobre el problema, y pueden proponer muchas cosas, pero jamás se les pasa por la cabeza una solución que a nosotros nos aparece tan obvia. ¿A qué se debe esta singular ceguera?
¿Leerá, por ventura, el inquieto señor De Rivero este texto? ¿Podemos abrigar la esperanza de que, algún día, algún intelectual nos escuche? ¿Hola, hay alguien allí?