Cuando se propone reducir la jornada de trabajo, con frecuencia se objeta que, habiendo tanta pobreza en el mundo, lo que se necesita es, por el contrario, trabajar más.
Este razonamiento parte del supuesto de que la riqueza existente no alcanza para todos, lo que motiva que grandes masas se encuentren desprovistas de lo necesario para una vida digna. Sin embargo, hace mucho tiempo que la riqueza existente en el mundo alcanzó una cantidad ampliamente suficiente para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos. No es la carencia de riqueza lo que motiva la pobreza, sino la incapacidad del sistema económico de hacer que esa riqueza llegue a todos de manera satisfactoria.
EN 1932, el filósofo y matemático Bertrand Russell tomó clara conciencia de esta paradoja, y en un lindo trabajo titulado ”Elogio de la ociosidad” (ver Enlaces de este blog) demostró con meridiana claridad que, ya entonces, (y aun desde mucho antes, puesto que en 1883 Paul Lafargue planteó la misma tesis) existía en el mundo suficiente riqueza para todos.
La Universidad de Naciones Unidas, con sede en Helsinki, acaba de publicar el más completo y documentado estudio que jamás se haya hecho sobre la riqueza en el mundo. El resultado es que, por cada habitante del planeta existe a la fecha una riqueza acumulada de 20 mil 500 dólares. Una familia de cinco personas, dispondría de un capital de 100 mil dólares, si esa riqueza fuera uniformemente distribuida.
Cualquiera puede darse cuenta de que, con solo la mitad de esa suma, un jefe de familia puede generar su propia fuente de trabajo, sin necesidad de esperar a que las empresas o su gobierno cumplan con darle el tantas veces prometido empleo digno.
La manera más sencilla de hacer que esa enorme riqueza empiece a circular y se ponga al alcance de todos es, precisamente, reducir la jornada de trabajo. El primer efecto que se conseguiría con ello sería el pleno empleo. Con este primer resultado ya habríamos empezado a revertir la absurda situación en que nos encontramos, dado que el pleno empleo supone la desaparición de cientos de millones de desempleados y subempleados. Se trata, en otras palabras, de repartir el empleo, que es un bien relativamente escaso, entre todos los ciudadanos por igual, reduciendo, para ello, la jornada a cuatro horas, de manera que todos, sin excepción, tengan trabajo.
Por cierto que estamos hablando de reducir la jornada manteniendo los salarios. ¿Cómo es posible tal cosa? Por el aumento de la productividad, por supuesto. Se calcula que, tan solo en los últimos veinte años, la productividad del trabajo se ha duplicado, vale decir, que hoy cada cada trabajador produce el doble. Y la productividad continúa aumentando, merced a los incontenibles avances de la tecnología, como todos sabemos. De manera que es perfectamente posible reducir a la mitad la jornada, considerando que, con ello, no estamo haciendo otra cosa que recuperar el tiempo libre que bien nos hemos ganado con nuestro trabajo.
Por otra parte, y tal como lo demostró la experiencia de la reducción de la jornada durante el siglo XIX, la consecuencia de esta medida no es, como pudiera pensarse, la crisis de las empresas, sino todo lo contrario: la prosperidad económica. Ello se explica, por una parte, porque al eliminarse el desempleo lo que se hace es incorporar nuevos trabajadores al mercado, y esos nuevos trabajadores son, al mismo tiempo, nuevos consumidores.
Pero allí no termina la cosa. Lo más importante de esta propuesta está en que, al incorporar más trabajadores al proceso productivo, lo que se logrará será revertir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, mal endógeno que afecta al capitalismo desde su nacimiento, y que se agudiza hoy, cuando la revolución tecnológica acelerada se traduce en un aumento gigantesco del capital constante (léase: materias primas y maquinarias) y una disminución relativa del capital variable (es decir, una menor participación del trabajo humano en el proceso de producción). Es debido a esta formidable capacidad de ampliar la presencia del trabajo humano en la producción, que la reducción de la jornada de trabajo es capaz de contrarrestar la baja de la tasa de ganancia, y es por ello que, al aplicarse en el siglo XIX, a lo largo de varias décadas, trajo consigo un auge económico nunca antes visto.
En ”Manifiesto del siglo XXI - la gran fisura mundial y cómo revertirla”, el autor de este blog explica con amplitud este tema.
Si quieres saber más sobre el informe de Naciones Unidas que comentamos acá, haz click en el enlace correspondiente, en la columna a la derecha de este blog.
jueves, 4 de octubre de 2007
20 mil dolares por habitante: el informe de Helsinki
Publicado por carlintovar en 14:22
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