sábado, 1 de diciembre de 2007

La jornada de cuatro horas


Luego de casi un siglo, desde que se implantó la jornada de ocho horas, la productividad de los seres humanos se ha cuadruplicado o quintuplicado, como resultado del avance de la tecnología. En los últimos 20 años, la revolución de la informática ha permitido duplicar la productividad. Eso significa que usted, yo y todos los trabajadores del mundo estamos produciendo cada vez más. Pero ese fabuloso aumento de nuestra producción no beneficia al ser humano, sino solamente al capital, que busca obtener con ello más utilidades.
A nosotros, los que vivimos de nuestro trabajo, el beneficio que se nos concede por producir cada vez más es... prolongar nuestra jornada de trabajo.
Mediante una ofensiva mundial, el capital ha logrado hacer retroceder los estándares laborales a niveles del siglo XIX. Con los programas de reestructuración empresarial que incluyen despidos, presiones y amenazas, tercerización, deslocalización de las empresas, precarización de los contratos de trabajo y demás artimañas, se está obligando a la gente a esclavizarse en jornadas de trabajo de doce, catorce o dieciséis horas. En algunos casos lugares está reapareciendo la esclavitud (estamos hablando de esclavos verdaderos, es decir, personas encerradas en galpones de los cuales no salen nunca, que trabajan de lunes a domingo y que duermen y toman sus escasos alimentos en esos mismos lugares), para vergüenza de la humanidad.
En medio de este panorama sombrío, sin embargo, hay una respuesta posible, que permitiría reenrumbar la historia, conquistando para los seres humanos el tiempo libre, que bien nos hemos ganado después de tanto esfuerzo: la huelga mundial por la jornada de cuatro horas.
¿Suena utópico, difícil, demasiado optimista? Pues ya se hizo en el siglo XIX, cuando, por la lucha de los trabajadores, se logro reducir la jornada, desde 16 horas, hasta diez. Y en 1919 se conquistó la jornada de ocho horas. ¿Por qué no podríamos nosotros hacer un movimiento mundial por obtener la cosa más sensata que puede desearse, y que, de paso, eliminaría de un plumazo el desempleo (calificado por la OMS como la plaga del siglo)?
Si en el siglo XIX se pudo vertebrar un movimiento de alcance mundial, ¿cómo no va a ser posible hacerlo hoy, cuando contamos con la más poderosa, extensa y horizontal red de comunicación que jamás haya existido (es decir, internet)?
Vea el vídeo sobre la jornada de cuatro horas, pulsando en la bara de vídeo, a la derecha de este texto.

domingo, 25 de noviembre de 2007

La jornada de cuatro horas: mi propuesta en video

¿De qué se trata este blog? Si usted se lo está preguntando, tengo la satisfacción de decirle que acabo de colgar un vídeo que explica, en ocho minutos y medio, lo que propone el autor. Se trata de un extracto de la entrevista que Guillermo Giacosa le hizo a Carlos Tovar (Carlín) en el programa Mapa Mundi, a propòsito de la publicación del libro Manifiesto del siglo XXI. Haga click en la barra de vídeo, en La jornada de cuatro horas.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Ignacio Ramonet

Nuevo Capitalismo

En Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet alerta sobre la aparicion de un nuevo capitalismo, mas rapaz y depredador que nunca.
Al tiempo que el discurso crítico -llamado en otro tiempo altermundialista- contra el horror económico se enreda y se vuelve repentinamente inaudible, se instala un nuevo capitalismo, todavía más brutal y conquistador. Es el de una nueva categoría de fondos buitre, los private equities , fondos de inversión rapaces con apetito de ogro que disponen de capitales colosales.
El gran público no conoce bien los nombres de estos titanes: The Carlyle Group, KKR, The Blackstone Group, Colony Capital, Apollo Management, Partners Cerberus, Starwood Capital, Texas Pacific Group, Wendel, Eurazeo. Y al abrigo de esta discreción se aprestan a apoderarse de la economía mundial. En cuatro años, de 2002 a 2006, el monto de los capitales reunidos por estos fondos de inversión, que recogen dinero de los bancos, de las empresas de seguros, de los fondos de pensiones y de los bienes de particulares muy ricos, pasó de 94.000 millones de euros a 358.000 millones. Su capacidad financiera es fenomenal, supera los 1.100 millardos de euros. No hay quien se les resista. El año pasado en Estados Unidos los principales private equities invirtieron alrededor de 290.000 millones de euros en compra de empresas, y más de 220.000 millones sólo en el curso del primer semestre de 2007, haciéndose así con el control de 8.000 empresas... Ya un asalariado estadounidense de cada cuatro, y un asalariado francés de cada doce, trabaja para estos mastodontes.
Las empresas que caen bajo el control de estos gigantes son sometidas a brutales procesos de lo que se llama "racionalización", que no es otra cosa que aplicar despidos masivos, intensificación del trabajo, reducción de salarios y deslocalización.
¿Hasta cuando?, se pregunta Ramonet.
La respuesta, decimos nosotros, es sencilla: hasta que los trabajadores del mundo se decidan a usar la fuerza que poseen (cuyo poder es incomparable)y vayamos a una huelga internacional por la jornada de cuatro horas, tal como lo planteamos en Manifiesto del siglo XXI.
¿Cuando y cómo ocurrira esto?. Para ello hay que hacer lo siguiente:
1) Constituir en todas partes Comites de lucha por la jornada de cuatro horas.
2) Llevar a las centrales sindicales ponencias por la jornada de cuatro horas, para que estas, a su vez, las eleven a los congresos sindicales internacionales.
3) Que cada comite haga propaganda sobre esta nueva bandera de lucha del proletariado internacional, y que organice, a su vez, el mayor numero de nuevos comites posible.
4) Fijar, en un congreso internacional, la fecha de una huelga mundial (pacifica y democratica, por supuesto), por la jornada de cuatro horas.
5) A partir del dia fijado, no iremos a trabajar, hasta que los dueños del mundo (lease: el grupo de los ocho o quienes ejerzan su representación)acuerden con el Comite Internacional Por las Cuatro Horas los terminos de un arreglo para la implantacion, en forma progresiva, en el lapso de ocho meses, y a razón de media hora de reduccion de la jornada por cada mes, una jornada laboral mundial de cuatro horas.
Los trabajadores del mundo nos hemos ganado, hace ya mucho tiempo, con nuestro esfuerzo, el derecho de trabajar menos (y tambien la obligacion de trabajar menos, para permitir que todos tengan trabajo).Ha llegado la hora de poner punto final a la locura del capitalismo financiero, que nos impone, absurdamente, todo lo contrario.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Llamado urgente a la clase trabajadora por la revolucion de las seis horas

Sin duda que una de las reformas más revolucionarias propuestas por el presidente Hugo Chávez sobre la Constitución Bolivariana de 1999 es la referente a reducir la jornada laboral de 8 a 6 horas. Una reforma revolucionaria que afecta directamente a la clase trabajadora y que de aprobarse, elevaría su nivel y calidad de vida.
¿Cómo es posible que hayan pasado más de 80 años desde la conquista de las ocho horas y sigamos trabajando en la mayoría de los países lo mismo que nuestros bisabuelos?, ¿es que no ha avanzado la técnica y la tecnología suficiente en este tiempo?...
La respuesta es sencilla. A pesar de que la productividad ha subido como la espuma gracias a los adelantos tecnológicos en las fábricas, la informática, la computerización y la robotización; la realidad es que los empresarios han aprovechado esta mayor productividad para ganar más dinero. Para enriquecerse a costa del obrero, que como cabe subrayar no es propietario ni de los medios de producción y por consiguiente tampoco de sus avances tecnológicos, ni de los bienes producidos con su esfuerzo, hasta que los compra a los propios capitalistas en su famoso “libre mercado” (que de libre sólo tiene el nombre) . O sea, los empresarios tienen más margen de beneficio porque cada día la productividad es superior cuanto más crece la tecnología, mientras los trabajadores laboran el mismo tiempo que hace casi un siglo.
Jon Juanma Illescas Martinez, artista plastico, traza un panorama del problema de la jornada laboral y hace un llamamiento a la clase trabajadora. Lea el articulo en Rebelion.

jueves, 4 de octubre de 2007

20 mil dolares por habitante: el informe de Helsinki

Cuando se propone reducir la jornada de trabajo, con frecuencia se objeta que, habiendo tanta pobreza en el mundo, lo que se necesita es, por el contrario, trabajar más.
Este razonamiento parte del supuesto de que la riqueza existente no alcanza para todos, lo que motiva que grandes masas se encuentren desprovistas de lo necesario para una vida digna. Sin embargo, hace mucho tiempo que la riqueza existente en el mundo alcanzó una cantidad ampliamente suficiente para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos. No es la carencia de riqueza lo que motiva la pobreza, sino la incapacidad del sistema económico de hacer que esa riqueza llegue a todos de manera satisfactoria.
EN 1932, el filósofo y matemático Bertrand Russell tomó clara conciencia de esta paradoja, y en un lindo trabajo titulado ”Elogio de la ociosidad” (ver Enlaces de este blog) demostró con meridiana claridad que, ya entonces, (y aun desde mucho antes, puesto que en 1883 Paul Lafargue planteó la misma tesis) existía en el mundo suficiente riqueza para todos.
La Universidad de Naciones Unidas, con sede en Helsinki, acaba de publicar el más completo y documentado estudio que jamás se haya hecho sobre la riqueza en el mundo. El resultado es que, por cada habitante del planeta existe a la fecha una riqueza acumulada de 20 mil 500 dólares. Una familia de cinco personas, dispondría de un capital de 100 mil dólares, si esa riqueza fuera uniformemente distribuida.
Cualquiera puede darse cuenta de que, con solo la mitad de esa suma, un jefe de familia puede generar su propia fuente de trabajo, sin necesidad de esperar a que las empresas o su gobierno cumplan con darle el tantas veces prometido empleo digno.
La manera más sencilla de hacer que esa enorme riqueza empiece a circular y se ponga al alcance de todos es, precisamente, reducir la jornada de trabajo. El primer efecto que se conseguiría con ello sería el pleno empleo. Con este primer resultado ya habríamos empezado a revertir la absurda situación en que nos encontramos, dado que el pleno empleo supone la desaparición de cientos de millones de desempleados y subempleados. Se trata, en otras palabras, de repartir el empleo, que es un bien relativamente escaso, entre todos los ciudadanos por igual, reduciendo, para ello, la jornada a cuatro horas, de manera que todos, sin excepción, tengan trabajo.
Por cierto que estamos hablando de reducir la jornada manteniendo los salarios. ¿Cómo es posible tal cosa? Por el aumento de la productividad, por supuesto. Se calcula que, tan solo en los últimos veinte años, la productividad del trabajo se ha duplicado, vale decir, que hoy cada cada trabajador produce el doble. Y la productividad continúa aumentando, merced a los incontenibles avances de la tecnología, como todos sabemos. De manera que es perfectamente posible reducir a la mitad la jornada, considerando que, con ello, no estamo haciendo otra cosa que recuperar el tiempo libre que bien nos hemos ganado con nuestro trabajo.
Por otra parte, y tal como lo demostró la experiencia de la reducción de la jornada durante el siglo XIX, la consecuencia de esta medida no es, como pudiera pensarse, la crisis de las empresas, sino todo lo contrario: la prosperidad económica. Ello se explica, por una parte, porque al eliminarse el desempleo lo que se hace es incorporar nuevos trabajadores al mercado, y esos nuevos trabajadores son, al mismo tiempo, nuevos consumidores.
Pero allí no termina la cosa. Lo más importante de esta propuesta está en que, al incorporar más trabajadores al proceso productivo, lo que se logrará será revertir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, mal endógeno que afecta al capitalismo desde su nacimiento, y que se agudiza hoy, cuando la revolución tecnológica acelerada se traduce en un aumento gigantesco del capital constante (léase: materias primas y maquinarias) y una disminución relativa del capital variable (es decir, una menor participación del trabajo humano en el proceso de producción). Es debido a esta formidable capacidad de ampliar la presencia del trabajo humano en la producción, que la reducción de la jornada de trabajo es capaz de contrarrestar la baja de la tasa de ganancia, y es por ello que, al aplicarse en el siglo XIX, a lo largo de varias décadas, trajo consigo un auge económico nunca antes visto.
En ”Manifiesto del siglo XXI - la gran fisura mundial y cómo revertirla”, el autor de este blog explica con amplitud este tema.
Si quieres saber más sobre el informe de Naciones Unidas que comentamos acá, haz click en el enlace correspondiente, en la columna a la derecha de este blog.

martes, 2 de octubre de 2007

Paul Lafargue

Paul Lafargue: el derecho a la pereza

.Paul Lafargue (Santiago de Cuba, 15 de enero de 1842 - Draveil, 26 de noviembre de 1911) fue un periodista, médico, teórico político y revolucionario francés. Aunque en un principio su actividad política se orientó a partir de la obra de Proudhon, el contacto con Karl Marx (del que llegó a ser yerno al casarse con su segunda hija, Laura) acabó siendo determinante. Su obra más conocida es El derecho a la pereza.
En la obra defiende que el anticapitalismo es precisamente eso, el derecho a la pereza, la palabra pereza ha sufrido toda una labor de desprestigio por parte del capitalismo, que nos ha inculcado a sangre y fuego que el trabajo dignifica. (claro que dignifica, pero no solo el físico, también el artístico o intelectual, y con respecto al físico, este pierde toda su dignidad al prolongarse las excesivas horas que nos obligan a trabajar)
Lafargue se pregunta como es posible que existan aborígenes o pueblos primitivos que trabajen un par de horas al día y el resto de la jornada la dediquen a vaguear y cantar y dormir y pensar y vivir y nosotros, de una sociedad infinitamente más avanzada tecnológicamente tengamos que trabajar ocho horas diarias.
Aristóteles decía que el día que las máquinas de hilar no necesiten a alguien que las controle el ser humano podrá vivir y dedicarse a pensar, él filósofo nos auguraba una era de descanso y tiempo libre que nos dejaría libres para soñar y pensar, cultivarnos como seres humanos.
Bien, más o menos hemos conseguido realizar el milagro aristotélico, esto es, conseguir que las maquinas se automatizen, pero resulta, que en vez de liberar nuestro tiempo hemos triplicado nuestra jornada laboral. ¿Cómo es posible? Exigencias del capital, a mí no me pregunten.
El fin de la revolución no es un triunfo de la justicia, de la moral, de la libertad y demás embustes con que se engaña a la humanidad desde hace siglos, sino trabajar lo menos posible y disfrutar, intelectual y físicamente, lo más posible. Al día siguiente de la revolución habrá que pensar en divertirse.
Vea El derecho a la pereza.

Jean Marie Harribey

Vamos hacia el fin del trabajo o hacia su precarizacion?

Desde hace una década los debates sobre la "crisis" del trabajo y las vías para salir de ella suscitaron gran cantidad de cuestiones y favorecieron la emergencia de nuevas nociones. Así, los interrogantes acerca del fin del trabajo y del trabajo asalariado, la desaparición del valor trabajo, la imposibilidad del pleno empleo, la actividad y la plena actividad, la economía plural o la economía social o solidaria, el tercer sector, el ingreso de existencia o asignación universal, forman parte de los temas principales que retuvieron la atención de los investigadores así como de los responsables políticos en los países anglosajones y en Europa. Su mérito es haber permitido revisitar la filosofía, la sociología y la economía del trabajo apartándose de una visión reductora, demasiado a menudo impregnada de economicismo, inclusive dominada por él. Sin embargo conviene examinar los fundamentos teóricos de estos temas para juzgar su pertinencia analítica y su alcance político en el marco de la evolución de las relaciones entre trabajo y capital. Estas relaciones sociales se ven afectadas a su vez profundamentpor una crisis importante: la acumulación mundial del capital impone en todas partes la precarización de los asalariados y la marginación de una cantidad creciente de desempleados y pobres, mientras que la domesticación de la naturaleza llegó a un punto en el que los equilibrios de los ecosistemas se ven amenazadospor múltiples poluciones.
Jean Marie Harribey,profesor de ciencias economicas y sociales en la universidad Montesquieu-Bordeaux IV, traza un certero panorama sobre esta cuestion: El fin del trabajo: de la ilusion al objetivo.

La pregunta de Stuart Mill

En sus “Principios de Economia politica” (1848), el filósofo y economista inglés John Stuart Mill dice: “Cabría preguntarse si todos los inventos mecánicos aplicados hasta el presente han facilitado en algo los esfuerzos cotidianos de algún ser humano”.
La misma pregunta debemos hacernos hoy en día. Luego de más de 20 años de revolución informática, y con todos los prodigiosos avances de la electrónica disponibles, ¿por qué, en lugar de trabajar menos, estamos trabajando más?; ¿por qué se nos exige trabajar doce o catorce horas?; ¿por qué en algunas zonas del mundo está reapareciendo la esclavitud?
La explicación solo puede encontrarse en la naturaleza contradictoria del régimen capitalista de producción, que hace que el medio más formidable para aliviar el trabajo humano (la tecnología), se trueque exactamente en lo contrario: el medio más infalible para convertir toda la vida del trabajador y su familia en tiempo de trabajo disponible para la explotación del capital.

viernes, 28 de septiembre de 2007

Pietro Basso

Tiempos modernos, horarios antiguos.

Con ese título se ha publicado en Italiano, Francés e Inglés (pero por desgracia todavía no en Español) el libro de Pietro Basso, profesor de sociología de la Universidad de Venecia. Una obra paradojal en el mejor sentido del término, puesto que está a contramano de una de las ideas más corrientes, compartida por lo general tanto por el gran público cuanto por los círculos académicos.
La tesis central del libro es que, lejos de que los aumentos de productividad, de los cuales el capitalismo se vanagloria desde hace más de un siglo, hayan sido acompañados de una reducción continua e irreversible de la duración de la jornada de trabajo en la industria, sector clave de la economía capitalista, la tendencia ha sido, sobre todo desde fines del siglo XX, a aumentarla. En apoyo de esta tesis iconoclasta, Basso hace valer un conjunto de datos estadístcos tomados de las mejores fuentes.
Sucede ahora que el capitalismo busca combinar un aumento rampante de la duración de la jornada laboral con un aumento neto y constante de la intensidad del trabajo y de la productividad, si bien inferiores a aquellos obtenidos bajo el fordismo.
La aplicación de esta combinación ha sido óptima, bajo las condiciones de la deslocalización de los procesos productivos hacia filiales situadas en economías periféricas. de esta manera, aprovechando del desequilibrio de fuerzas en su favor, debido a la débil combatividad de los trabajadores locales, a la ausencia de organización sindical, y a regímenes autoritarios o dictatoriales, el capital logra frecuentemente imponer, a la vez, una duración de la jornada de trabajo digna del siglo XIX y una productividad caracterítica del comienzo del siglo XXI; en tanto que una creciente competencia entre los trabajadores del centro y de la periferia permite al capital imponer a los primeros las condiciones de trabajo que ya impuso a los segundos.
Curiosamente –hace notar Basso– esta prolongación de la jornada de trabajo es regularmente omitida y silenciada por todos los especialistas del tema laboral, quienes siguen pregonando que la reducción de dicha jornada es inevitable en el capitalismo. Estamos, sin embargo, cada vez más lejos de aquella ”sociedad post industrial” o de la “sociedad del ocio”, cuya buena nueva anunciaron los cánticos del capitalismo.
En la base de esto, Basso reencuentra una tesis marxista clásica: la razón de que esto ocurra es que todo aumento de la productividad del trabajo se logra al precio de un aumento de la composición orgánica del capital (de la parte del capital constante en proporción a la parte del capital variable: de la parte gastada en máquinas y materias primas en relación a la parte gastada en salarios), lo que disminuye la tasa de ganancia, a despecho de la plusvalía así obtenida. Ello empuja al capital a tratar de mantener su valorización mediante el aumento de la plusvalía absoluta, es decir, mediante el la prolongación de la jornada de trabajo.
El capitalismo parece encontrar así, por sí mismo, sus límites históricos, convirtiéndose cada vez más en el principal obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas y para que estas fuerzas obren en benefico de los trabajadores y de la sociedad en su conjunto.
Esta obra, que acabo de recibir en su edición en inglés, es la más sólida confirmación que el autor de este blog ha encontrado, hasta ahora, a las ideas expuestas en su libro “Manifiesto del siglo XXI”.

Bertrand Russell: por la jornada de 4 horas.

“La técnica moderna ha hecho posible reducir enormemente la cantidad de trabajo requerida para asegurar lo imprescindible para la vida de todos. Esto se hizo evidente durante la guerra. En aquel tiempo, todos los hombres de las fuerzas armadas, todos los hombres y todas las mujeres ocupados en la fabricación de municiones, todos los hombres y todas las mujeres ocupados en espiar, en hacer propaganda bélica o en las oficinas del gobierno relacionadas con la guerra, fueron apartados de las ocupaciones productivas. A pesar de ello, el nivel general de bienestar físico entre los asalariados no especializados de las naciones aliadas fue más alto que antes y que después. La significación de este hecho fue encubierta por las finanzas: los préstamos hacían aparecer las cosas como si el futuro estuviera alimentando al presente. Pero esto, desde luego, hubiese sido imposible; un hombre no puede comerse una rebanada de pan que todavía no existe. La guerra demostró de modo concluyente que la organización científica de la producción permite mantener las poblaciones modernas en un considerable bienestar con sólo una pequeña parte de la capacidad de trabajo del mundo entero. Si la organización científica, que se había concebido para liberar hombres que lucharan y fabricaran municiones, se hubiera mantenido al finalizar la guerra, y se hubiesen reducido a cuatro las horas de trabajo, todo hubiera ido bien. En lugar de ello, fue restaurado el antiguo caos: aquellos cuyo trabajo se necesitaba se vieron obligados a trabajar largas horas, y al resto se le dejó morir de hambre por falta de empleo. ¿Por qué? Porque el trabajo es un deber, y un hombre no debe recibir salarios proporcionados a lo que ha producido, sino proporcionados a su virtud, demostrada por su laboriosidad”.
Es lo que dice el filósofo y matemático Bertrand Russell en el lúcido alegato titulado ”Elogio de la ociosidad”.
Es sorprendente que, ya en 1932, Russell haya constatado contundentemente que, en virtud de la creciente productividad alcanzada por el ser humano, era perfectamente posible establecer la jornada de cuatro horas. Si no se hizo entonces y no se hace hasta hoy, es porque el sistema capitalista se encuentra atrapado en una gigantesca contradicción. Y en ella estamos atrapados todos.
Un ensayo gratificante, con una buena dosis del mejor humor inglés.

Barbara Ehrenreich

Hay una guerra de clases

“Sí, hay una guerra de clases. Es una guerra iniciada por una de las clases, y ya es hora de que los demás nos movilicemos para hacer frente a los agresores”, dice Bárbara Ehrenreich en la entrevista que aparece en los enlaces de este blog.
Millones de estadounidenses trabajan a tiempo completo todos los día del año por salarios miserables. En 1998, la periodista Ehrenreich decidió unirse a ellos. Para ello, dejó su casa, alquiló las habitaciones más baratas y aceptó cualquier trabajo que le ofrecieran, presentándose como ama de casa inexperta que vuelve al mercado laboral.
Ehrenreich se traslada de Florida a Maine y de Maine a Minnesota, trabajando como camarera, empleada del hogar, auxiliar de enfermería y dependienta de grandes almacenes.
El resultado de su experiencia fue el magnífico libro “Nickel and dimed” ( “Por cuatro duros”, RBA Libros, Barcelona, 2003). La provocativa claridad de Ehrenreich y el extraño panorama que ofrece la “prosperidad” vista de abajo, pone al descubierto al Estados Unidos de los salarios bajos.
Luego, años más tarde, repitió la operación centrándose en la clase media, pero esta vez, para su sorpresa, no acabó trabajando de incógnito entre trabajadores, sino que básicamente tuvo que tratar con desempleados sumidos en la desesperación de haberse visto apeados del mundo empresarial. El resultado de esta reciente incursión es su libro más reciente, Bait and Switch. The (Futile) Pursuit of the American Dream. [Gato por liebre. La (fútil) búsqueda del sueño americano]. Actualmente dedica mucho tiempo a viajar por todo el país con el propósito de contar sus experiencias a distintos públicos que comparten sus mismas vivencias. Escribe a menudo en su blog (http://Ehrenreich.blogs.com/barbaras_blog/), está muy implicada en poner en marcha una nueva organización dedicada a articular a los desempleados de clase media, y en su tiempo libre ha sido capaz de terminar su nuevo libro.
“Sabemos mucho de construir armas. Pero hay otra capacidad humana a la que no se presta suficiente atención: la capacidad de movilizarnos de forma concertada como grupo. Pienso que esto es lo que al final inclinó el fiel de la balanza a nuestro favor. Otros primates pueden ponerse a saltar juntos para conseguir intimidar a un depredador, pero los humanos pueden hacerlo de un modo más eficiente. Somos buenos en la acción colectiva. De un modo parecido, para poder mitigar estas situaciones en las que hay víctimas internas en nuestra economía, debemos ir a la una. No es sólo la lección que debemos extraer de los últimos 200 años de historia sindical, sino que es una de las lecciones más importantes que debemos aprender de miles de años de experiencia humana”, dice Bárbara en la entrevista. No te la pierdas.

viernes, 21 de septiembre de 2007

Algo falla en la maquinaria de la economia mundial

(Publicado en la página web del Fondo Editorial de la UNMSM)
Carlos Tovar, más conocido como Carlín, vuelve a sorprendernos.

Detrás del conocido caricaturista político, aparece un agudo crítico teórico, poseedor de una fina y sólida cultura política. Ya en Habla el viejo (2002), nos sorprendió su fascinante revival del viejo Marx, que mostraba una erudición histórica y una consistencia casi imposible de encontrar entre nuestros políticos y politólogos actuales. Ahora —nos dice Carlín en este libro— algo falla en la gran maquinaria de la economía mundial.

Se expanden la economía y la riqueza en proporciones espectaculares, vivimos rodeados de las maravillas de la Internet, universos virtuales, teléfonos celulares, minúsculos artefactos que almacenan información en formatos de compresión infinitesimal, pero por doquier crece también el malestar.
Según Carlín existe un remedio probablemente efectivo para la crisis, ya propuesto en el siglo XIX, sin embargo nunca comprendido ni aplicado, porque está oculto tras el vidrio opaco de los prejuicios teóricos e intereses políticos. Con él vendrán aparejados el crecimiento económico, el aumento general del nivel de vida, el retroceso de la delincuencia, la drogadicción y la violencia terrorista, que originan la exclusión operada por el absurdo sistema económico reinante.

Aun es posible el verde valle del socialismo

Por Gonzalo Pajares Cruzado
(Publicado en Perú21, 15-02-07)

Carlos Tovar, 'Carlín', no solo es uno de nuestros más importantes caricaturistas. El hombre es un devoto marxista que quiere separar el trigo de la paja y recuperar las 'verdaderas' ideas del autor de El capital.

"Lo aplicado en la Unión Soviética no fue marxismo", dice. Siguiendo el legado de Marx, acaba de publicar Manifiesto del siglo XXI (UNMSM, 2006), que se presenta hoy, a las 7:30 p.m., en la Derrama Magisterial (Gregorio Escobedo 598, Jesús María). Allí propone una jornada laboral de cuatro horas como primer paso para salvarnos de la barbarie. y llegar "al verde valle del socialismo".

-Defender el marxismo en pleno siglo XXI puede parecer inocente.
-Lo hago porque es la verdad. En este momento hay una enorme paradoja. Yo y otros estamos convencidos de que Marx está más vigente que nunca, incluso más que cuando estaba vivo.
-¿El capitalismo que describe Marx es más real ahora que en el siglo XIX?
-Exacto. Él habla de que el capitalismo ha creado el mercado mundial, que ha roto todas las fronteras, que ha creado una cultura universal. Eso recién está pasando ahora con la globalización.
-Marx pudo haber hecho un buen diagnóstico. ¿Su receta era la correcta?
-Hay que decir que la 'medicina' no fue lo que ocurrió en la Unión Soviética. Esto ya lo expliqué en mi libro Habla el viejo (2002). En su época, Marx y Engels dijeron que en Rusia -y en países donde no había un desarrollo capitalista- no era posible el socialismo. El esquema marxista es feudalismo, capitalismo y socialismo. Solo desarrollando el capitalismo se llega al socialismo. A lo que se llamó socialismo -sin satanizarlo, por supuesto- no era lo que Marx quería.
-Pero este 'socialismo' fracasó.
-Si vamos a ponernos tan puristas como los 'demócratas' actuales respecto de la violencia o de la dictadura en la Unión Soviética, vale recordar que la Revolución Francesa -la cuna de nuestra democracia actual- ejecutó en la guillotina a muchísima gente, tanta que lo ocurrido en otros lugares puede parecer una cosa de niños. La violencia, no siendo deseable, ha existido en muchos procesos, lo que no los invalida. Esta experiencia socialista fracasó por hacerla antes de tiempo y en un lugar donde no estaban dadas las condiciones. Sin embargo, sea como sea, este no es el socialismo de Marx. El socialismo que Marx quiere es el reino de la libertad.
-En su libro afirma que ahora están dadas las condiciones para el socialismo porque todos somos proletarios.
-Allí planteo un programa mínimo y un programa máximo. Lo más importante está en el programa mínimo. Consiste en la lucha por la jornada de las cuatro horas de trabajo. Yo la planteo a todos: a los trabajadores y a los empresarios. Si hay marxistas y no marxistas de acuerdo con esto, enhorabuena. No hay que ideologizar el problema. Ahora hay una contraofensiva del capital para desmontar y destruir el estado de bienestar europeo y aumentar la jornada laboral. Hay que recordar que los países escandinavos, que tienen jornadas de trabajo reducidas, son socialdemócratas. La socialdemocracia es el tronco común entre Marx y el socialismo.
-¿Cuál es el objetivo de pedir una jornada de cuatro horas?
-Si hay algo que el capitalismo no puede hacer es reducir la jornada laboral porque la competencia capitalista conduce a lo contrario. El capitalismo tiene una contradicción: el aumento de la composición orgánica del capital -debido al incremento de la tecnología- produce una tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Esto desespera al capital y hace que traicione a los trabajadores obligándolos a trabajar más, a reducir sus beneficios. Entonces, como se dice en El capital, al reducir la jornada de trabajo, se alivia la presión capitalista y se logra -como de hecho se ha logrado- prosperidad económica.
-¿Por qué?
-Porque se tiene que contratar más trabajadores, que se convierten en nuevos consumidores, se amplían los mercados y se dinamiza la economía. Y, lo más importante, se frena la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Adelantándome a su pregunta, diré que esto parece beneficiar al capitalismo. Está bien, temporalmente este se beneficia. Sin embargo, si las cosas se mantienen como hasta ahora, solo nos queda la barbarie.
-¿Es inevitable llegar a ella?
-No. Para eso he escrito este libro. Aquí propongo la salida, que no es una experiencia novedosa: la reducción de la jornada de trabajo. La tecnología nos debería permitir trabajar menos, produciendo lo mismo y dándonos una mejor calidad de vida.
-¿Y si nos olvidamos de ideologías y solo trabajamos por un mundo mejor?
-Eso hago en mi libro, que es un mensaje a todos los ciudadanos del mundo: marxistas, no marxistas, empresarios, trabajadores, todos. La reducción de la jornada laboral no nos conduce al socialismo, sino a una meseta -ahora estamos en un pantano-, que significa una zona de cierta estabilidad. Los capitalistas se quedarían en esta meseta; sin embargo, yo creo que, una vez allí, será inevitable que avancemos hacia el verde valle del socialismo, que es el reino de la libertad. La dictadura del proletariado debe ser la más amplia de las democracias y no puede conculcar las libertades ya conquistadas. Al contrario, tiene que ampliarlas.
-¿Cuáles son las posibilidades del individuo en el socialismo?
-Las máximas. Empezaremos a ser seres humanos de verdad cuando disfrutemos de los beneficios que nos han dado siglos de desarrollo tecnológico.

Nos hacen trabajar mas, por menos plata

Por Pedro Escribano.
(publicado en La República, 9-12-06)

Carlos Tovar, Carlín, no todo lo dice con tinta. Y en sorna. También tiene una prosa afilada, naturalmente crítica. El humorista que cada día nos da una lectura de la situación política con sus caricaturas en nuestro diario, acaba de publicar Manifiesto del siglo XXI. La gran fisura mundial y cómo revertirla (Ed. UNMSM), una suerte de diagnóstico de la crisis moral a la que nos lleva el capitalismo, como el de convertirnos ,como trabajadores, en una pieza de la gran maquinaria para la productividad.
“Esto no solamente es un diagnóstico de la crisis, que ya hay bastante, aunque algunos son equivocados, sino una especie de dar una salida. Una salida muy concreta, que es la propuesta de la reducción de la jornada de trabajo a cuatro hora para comenzar solamente. Luego ir reduciendo en proporción al aumento de la productividad”.

Nos están robando

Carlín plantea que desde que se instauró la jornada de las 8 horas diarias, se buscó que aumente la productividad y al paso del siglo, esta ha aumentado, fácilmente triplicado, más aún en los últimos 20 años de revolución informática, pero este aumento no se ha traducido en la reducción de la jornada de trabajo.
“Paradójicamente sucede todo lo contrario –señala Carlín–, ahora se tiene que trabajar 12, 14, 16 horas y hay hasta quienes se sienten muy felices porque trabajan 18 horas. Estamos ingresando a un mundo de locura, donde la gente se siente feliz de ser cada vez más alienada, explotada, enajenada por su trabajo. Este libro es una propuesta de salida a la situación a que nos está llevando el capitalismo.
–¿El avance de la tecnología, no ha hecho más feliz al hombre?
–En absoluto. Yo creo que vivimos, como dice Saramago, en un mundo atroz. La gente puede decir eso. El otro día escuché a un empresario brasileño que decía “yo trabajo 17 horas diarias”. Decía sentirse feliz, pero como ser humano me parece un fracaso. Hay reportajes que documentan el resurgimiento del esclavismo. O sea, produzca más por menos dinero.
–¿Cómo así el humorista gráfico se ha volcado al ensayo?
–(Risas) Hace mucho tiempo los científicos se preguntan si los dibujantes somos seres pensantes. Desde cuando estaba en la universidad me interesó el ensayo, el marxismo. A pesar de seguir arquitectura, me interesó la filosofía. Soy un filósofo aficionado.
–Es curioso, hoy ni los líderes de izquierda le dedican libros al marxismo.
–Sí, mientras ellos están en retirada, yo hago el camino a la inversa. Lo que digo es que cuando te jalan en un examen tú no vas a tu casa a tirar los libros a la basura. Eso es lo que ha hecho mucha gente de mi generación. Yo hice todo lo contrario. Regresé a mi casa y me puse a revisarlos. Y me di cuenta de que todo lo que decía Marx no solo era cierto, sino era más cierto ahora.
–¿No te sientes combatiente solitario contra el monstruo?
–No, siento el respaldo del prólogo de Carlos Ballón y de la mucha gente que asistió a la presentación del libro. Mucha gente que está consciente, como digo en un capítulo del libro, de que nos están robando. Nos hacen trabajar cada vez más por menos plata.

Ahora produces mas y, sin embargo, te piden que alargues tu jornada

 Carlos Tovar es Carlín. Y Carlín es el nombre artístico con el que firma aquellas memorables y divertidas caricaturas a través de la cuales suele desnudar la catadura moral de muchos políticos. Sin embargo, Carlos Tovar, Carlín, no es sólo el autor de aquellos trazos que su maestría despliega sobre el papel. La lucidez de su mirada también se plasma a través de un texto escrito. Tras la publicación de Habla el viejo en el año 2002, Carlín nos entrega en esta oportunidad Manifiesto del siglo XXI: La gran fisura mundial y cómo revertirla, libro publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, dentro de la serie Ensayos polémicos.
El libro, como señala Tovar, “no pretende ser solamente un análisis de la crisis. Bueno, para quienes hayan entendido que hay una crisis, porque supongo que hay mucha gente que puede pensar que estamos en el mejor de los mundos. El libro, como te decía, no pretende ser un diagnóstico más de la crisis, porque en realidad se han hecho varios. Pretende ser una salida”.
Los adelantos tecnológicos han traído consigo una indiscutible mejora en cuanto a elevar los niveles de producción. Carlos Tovar es consciente de esto; sin embargo, no todo es color de rosa. “Trabajabas antes ocho horas –recuerda Tovar–. Ahora, en esas ocho horas produces tres, cuatro veces más. Pero nadie te ha dicho que te vayas a tu casa más temprano. Por el contrario, sucede que te presionan para que trabajes más rápido. Y te piden que alargues tu jornada de trabajo. Y todo quien se oponga a esto es tachado de anticuado. Y es que ahora se ha creado un discurso para esto: la modernidad exige competitividad, motivación; hay que dejar de lado la rigidez de los horarios”. (CMS)
(publicado en Correo, 7 de diciembre de 2006)

Cualquier gobierno es incompetente

Carlos Tovar 'Carlín' El influyente caricaturista justifica su dedicación al estudio y la divulgación del marxismo, actividad que lo ha conducido a presentar su segundo libro en esa línea: "Manifiesto del siglo XXI".

Por Juan Álvarez Morales.
(Publicado en La Republica, 20-02-07)

–¿Es posible imaginar a Marx viviendo en Lima, en el 2007?
–Marx es un intelectual que desde Europa atisbó todo el mundo y su visión es vigente. Sin embargo, un amigo francés me decía que las cosas nuevas él las encuentra en Perú, sean adelanto o no. Por eso, si Marx viviera acá, tendría un lugar privilegiado de observación.
–Por eso considera válido seguir escribiendo de marxismo...
–La gran paradoja es esa: el marxismo está más vigente que nunca justo cuando todos hablan de abandonarlo.
–¿Cuál es el principal mito cuando se habla de marxismo?
–Decir que es una ideología del siglo XIX es una tontería. Marx no hizo un análisis para un siglo o 50 años. Él es el pensador del milenio. Resulta que su análisis de la economía capitalista se adelantó 150 años, y da la coincidencia de que hoy estamos en el mundo que Marx creyó ver en su momento.
–¿Por qué el marxismo es objeto de tanta mala interpretación?
–Todo está sujeto a tergiversaciones. El padre Hubert Lanssiers decía que las cosas, cuando se dicen, generalmente no son entendidas; pero pasa un tiempo y la gente vuelve a eso. Por eso cuando uno es innovador, suele ser rechazado.
–Aún hay para quienes el marxismo es casi una mala palabra.
–El mensaje de Marx es ‘liberémonos de la tiranía, la opresión y el trabajo". Pero si usted dice hoy ‘trabajemos menos’, la gente se horroriza. Eso demuestra que cuando los locos son mayoría, la locura se convierte en deber.
–¿Han habido marxistas de verdad en el Perú?
–El fundador del marxismo en el Perú ha sido Mariátegui. Haya de la Torre también utilizó muy bien el marxismo en sus inicios. Más marxistas peruanos se deben buscar con linterna, como Diógenes.
–¿Por qué sucede eso?
–Por el modo como muchos que fueron marxistas están dejando de serlo, parece que no captaron cuál era el meollo de las ideas de Marx. Se quedaron en la epidermis y cuando vino la caída del muro de Berlín, gran cantidad de gente corrió por el río del neoliberalismo.
–Es difícil ser coherente...
–Y cuando se puso en duda esta cuestión del socialismo, algunos dijeron que algo debía estar mal en la teoría para que las cosas salieran mal. Es como si yo, tras desaprobar un examen de matemáticas, en lugar de revisar el libro para ver en qué fallé, intente quemarlo.
–¿Un candidato que se declara marxista podría ser presidente?
–Eso no me preocupa porque creo que los problemas que padecemos son mundiales. Cualquier gobierno, con mayor razón el del Perú, por definición es incompetente para resolver los problemas que necesitamos resolver.
–Pero usted se dedica a la política menuda...
–Como caricaturista, vivo de eso y trato de desenmascarar políticos para mostrar incoherencias de su discurso, pero paralelamente desarrollo esta línea de análisis de los problemas de fondo.
–E impulsando casi una cadena de convencimiento...
–Aun cuando estoy en una plataforma desfavorable. Editorialmente, acá no se nos hace caso. Para lanzar un libro de alcance mundial, yo debería estar en Europa.
–De los detractores del marxismo, ¿con quién podría debatir sin llegar a adjetivos?
–¿Te refieres a (Aldo) Mariátegui? Hace poco él comentó que yo era alguien que en el siglo XXI seguía pensando en Marx, y que los cincuentones y sesentones éramos de una generación que nunca la vio y que ya perdimos el carro. Parece que gusta de utilizar cifras.
–Bueno, ¿debatiría con él?
–¿En ese nivel de puros adjetivos? Es imposible, ¿no?

Manifiesto Carlinista

Carlos Tovar, Carlín para todos, acaba de publicar su nuevo libro, una aguda reflexión sobre la economía mundial, y es imposible no sorprenderse frente a su análisis crítico y despiadadas conclusiones. No, Carlín, no nos malinterpretes. Ocurre que estamos acostumbrados a tu otra faceta, la del satírico de profesión, armado con lápices de colores.


Por Enrique Patriau.
Fotos: Claudia Alva.


La identificación ideológica de Carlín con el marxismo ha resistido el paso del tiempo, a pesar de los nuevos vientos mundiales.
Manifiesto del Siglo XXI: La gran fisura mundial y cómo revertirla, se titula su obra. En apretado resumen, plantea la gran ironía que supone que en tiempos de un notable desarrollo tecnológico (Internet, celulares, computadoras de capacidades increíbles), "donde la felicidad parece al alcance de la mano", existan, primero, millones de desempleados y, segundo, derechos laborales, en la práctica, licuados.
¿Y todo en nombre de qué? De la famosa productividad que, arguye Carlín, viene siendo algo así como la herramienta favorita de chantaje para someternos a los proletarios: trabaja como burro, porque tenemos que ser competitivos. Y si no te gusta, pueder irte. Amén.

Carlín nos recibe en su estudio, con sonrisa amable. Anda ocupado en alguna nueva caricatura, pero la abandona para conversar. Se ve que el tema le apasiona.
Sus ideas resultan simples y a la vez provocadoras. Veamos. En el siglo XIX, después de sangrientas y extenuantes protestas, se consiguió reducir la jornada laboral de 16 horas a la mitad. Bien por nosotros. Pero más de 100 años después, aquello de las 8 horas resulta apenas un buen recuerdo.
"Cualquier trabajador, hoy en día, produce el doble de lo que producía hace 20 años, por el mismo salario en el mejor de los casos. Encima, lo obligan a trabajar de 12 a 14 horas diarias", declara.
De acuerdo con Carlín, si la productividad aumenta la jornada laboral debería reducirse proporcionalmente. El problema, sostiene, es que el sistema capitalista es incapaz de conciliar ambas tendencias. Si los empresarios permiten que sus empleados trabajen menos tiempo, dejarían de percibir los beneficios que les reporta ese aumento de la productividad. Ergo: estamos fritos.

¿Soluciones a la vista para detener este círculo vicioso? Una, que parecería descabellada, aunque acaso nos dé esa impresión porque ya nos lavaron el cerebro. "Hay que reducir la jornada laboral a cuatro horas", afirma Carlín, con una convicción que uno piensa si no debería liderar algunos de los extenuados sindicatos nacionales.
"Quizás estoy en el lugar equivocado para plantear un manifiesto de alcance mundial. Yo me esfuerzo por dejar en claro que soy el único que propone esto, en todo el planeta, y lo digo con desenfado. No vaya a ser que, como estamos en el Perú, en unos años venga algún europeo y diga que la iniciativa fue suya", explica.
Carlín advierte que la implementación de las cuatro horas, obviamente, jamás nacerá como producto de la iniciativa de los dueños del capital. Por lo tanto, corresponde que la tarea la asumamos nosotros, los trabajadores del mundo entero. De la unión nace la fuerza, y la justicia.


¿Qué efectos traería consigo una medida de esa naturaleza? Para empezar, pleno empleo (donde trabaja uno podrían trabajar dos), más consumidores, mayor tiempo libre (para la familia, los amigos, lo que usted desee) y un cambio en la correlación de fuerzas a favor de los proletarios, de los ciudadanos.
Y a todo esto, le hacemos la pregunta lógica: Y tú, ¿cuánto trabajas al día? Responde que "todos estamos dentro del mismo sistema" y que él, como todos los demás, se tiene que ajustar a los patrones de competitividad que le imponen. Aún así, asegura que intenta no excederse de las ocho. "A veces, menos". Que enseñe el truco