lunes, 26 de septiembre de 2011

Para entender la teoría del valor.


Valor de uso y valor de cambio


Para entender por qué las máquinas no generan valor agregado tenemos que empezar por aclarar que no estamos hablando de cualquier forma de valor, sino de una forma específica de valor. Cuando nos referimos al valor agregado de un producto, nos estamos refiriendo a que se le ha agregado valor de cambio, es decir, aquel valor por el cual puede ser intercambiado en el mercado. No estamos hablando de valor de uso, o de riqueza, en el sentido común de esos términos. Hay cosas que tienen un gran valor de uso, pero que carecen de valor de cambio. El aire, por ejemplo, es una de las riquezas materiales de mayor valor de uso. Sin él pereceríamos en pocos minutos. Pero el aire carece de valor de cambio, por la sencilla razón de que no se requiere ningún trabajo para obtener aire. De la misma manera, hay gran cantidad de riqueza que existe en la naturaleza y que carece de valor de cambio (lo que, por cierto, no significa que no tenga valor de uso).
Así, el único valor que interesa al capital, para poder reproducirse en el mercado y obtener ganancias es, por cierto, el valor de cambio. El valor de uso es algo que le tiene bastante sin cuidado.
En la calle donde vivo existen árboles de mora. En el mes de octubre, cuando los frutos maduran, puede decirse que las moras, en esa calle, carecen de valor de cambio. Difícilmente alguien pagaría por unas frutas que están al alcance de cualquiera que se moleste en estirar las manos para cogerlas.
Supongamos que un chico toque a mi puerta, en el mes de octubre, y me ofrezca una canasta llena de moras, recogidas en la misma cuadra. Tal vez, en ese caso, podría darle algún dinerito por las moras —a pesar de que yo mismo hubiese podido recogerlas, si me lo hubiera propuesto. ¿Por qué le pagaría al muchacho? Por el trabajo que se ha tomado al recolectarlas, sin duda. No le estaría pagando, entonces, por las moras (que siguen teniendo el mismo valor de uso que han tenido siempre, y siguen careciendo, en esta calle y en esta temporada del año, de valor de cambio), sino, precisamente, por el trabajo humano.
Fuera de esta temporada, sería posible vender, en la misma calle, moras traídas de otro lugar. Lo que estaríamos pagando por esas moras, que seguirían teniendo el mismo valor de uso que aquellas que abundan en octubre, sería simplemente el trabajo que demandaría cosecharlas en otro lado y traerlas hasta aquí. Lo que queremos poner en evidencia con esto es que el valor de uso y el valor de cambio son completamente independientes. Una cosa que tenía, en cierto momento, valor de uso y también valor de cambio, puede dejar de tener valor de cambio en otro momento, a pesar de conservar su valor de uso.

Trabajo humano y maquinaria

Cuando una nueva máquina pasa a ejecutar una tarea que antes era realizada por la mano de una persona, esta nueva máquina está generando el mismo valor de uso que antes era producido por el trabajo humano. Como ese valor de uso, cuando era realizado por el trabajo, tenía también un valor de cambio, se nos presenta, en este momento, la ilusión de que esa máquina, al realizar la misma actividad que antes estaba a cargo del trabajador, debe estar generando el mismo valor de cambio. Pero no es así. La máquina deja de generar nuevo valor de cambio. Sólo lo transfiere. Solamente traspasa su propio costo al costo del producto, pero no genera nuevo valor. Es decir, no genera valor agregado.
Tomemos, por ejemplo, a un hábil y experimentado cardiólogo que atiende en la sala de emergencias de un hospital. Cuando llega un paciente, el médico debe usar sus sofisticados conocimientos para determinar, con gran rapidez, si la persona con problemas cardíacos requiere masajes al corazón, respiración artificial, intervención quirúrgica o lo que fuere necesario. Es, a no dudarlo, un trabajo de alto valor de uso, puesto que de él depende la vida humana a cada minuto. Es un trabajo altamente valorado, muy apreciado por todos y nada fácil. Ese trabajo tiene, por ahora, un alto valor de cambio.
Pero luego ocurre que, en la sala de emergencias, se instala un nuevo robot que puede realizar, en cuestión de segundos, con la misma certeza que el doctor, y aun con mayor rapidez, el mismo diagnóstico. ¿Que ocurre ahora con el valor de cambio?
En un primer momento, cuando nuestra sala de emergencias es todavía la única en el distrito que dispone del nuevo y prodigioso robot, el trabajo de esta máquina se beneficiará, sin duda, del precio del mercado, es decir, del precio promedio que cuesta la remuneración de los médicos que, en todas las demás clínicas y hospitales de la circunscripción, hacen el diagnóstico cardíaco. Seguramente, nuestra clínica, en el afán de captar mayor clientela, empezará a cobrar por el diagnóstico cardíaco un precio un tanto menor que el promedio del mercado. Aún así, obtendrá altas utilidades por ese servicio porque, sin duda, el costo de esa maquinaria estará muy por debajo del salario de los profesionales que hacen las mismas tareas.
Supongamos ahora que, como tiene que ocurrir por obra de la competencia, todas las clínicas, con el tiempo, terminen por instalar los mismos autómatas en sus salas de emergencia. ¿Qué ocurrirá ahora con el valor de cambio? (Dejamos por descontado que el valor de uso de ese diagnóstico sigue siendo el mismo, y la vida humana sigue dependiendo de él en la misma medida). Pero, repito, ¿qué ocurre con el valor de cambio?
Tal vez el contador de la clínica resolverá, sin asomo de dudas, este problema, que a muchos economistas les genera más de un dolor de cabeza. El nuevo valor de cambio del servicio de diagnóstico cardiovascular habrá cambiado por completo de parámetros. Ya no se tendrá en cuenta, para nada, los altos salarios de los profesionales que antes hacían esas tareas, los cuales, a su vez, estaban en función de los altos costos de muchos años de estudios universitarios, cursos de posgrado, etc. Nada de eso continuará formando parte de los cálculos contables ahora. Lo único que deberá tenerse en cuenta, en un mercado competitivo, para continuar ofreciendo un servicio que tenga un valor de cambio será, por cierto, el costo de la maquinaria (y, probablemente, una parte pequeña de salario, ya no de un médico, sino de un operario que enciende y apaga el robot y lo conecta al paciente). Si, por ventura, esa maquinaria resulta siendo muy barata, el costo del servicio, que antes podía ser muy caro, pasará a ser tan barato como lo es esa máquina.
Supongamos que, con el tiempo, esa maquinaria se continuase abaratando (es lo que tiende a ocurrir con todas las maquinarias en la medida en que se mejoran los diseños y, sobre todo, cuando se automatiza la propia producción de esas maquinarias, es decir, conforme las propias maquinarias pasan a ser producidas, a su vez, por otras maquinarias). Supongamos entonces que, por obra de la tecnología, el costo de esos robots se abarate espectacularmente. ¿No se abaratará, en la misma medida, y siempre que estemos operando con las leyes de la oferta y la demanda, el valor de cambio de ese servicio?
Llevando nuestro ejemplo hasta el extremo, podemos afirmar que, en la medida en que el costo de la maquinaria se acerque a cero, también el valor de cambio del producto tenderá a cero.

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