jueves, 6 de noviembre de 2008

Ceguera


Me resultó electrizante ver Ceguera, la versión cinematográfica de la novela de Saramago, justo ahora, en este extremo del camino al que nos ha conducido el capitalismo desenfrenado. La metáfora que ha construido Saramago (porque, sin duda, se trata de una metáfora de la sociedad, aunque ajena por completo al didactismo y al panfleto) es tan exacta, estremecedora y contundente, que me suscita cantidad de comparaciones, imágenes y reflexiones, que se me hacen un tumulto.
Y todo eso, justo ahora, cuando hemos estado polemizando sobre si hay o no hay un incremento de la jornada laboral, si es o no conveniente reducir la jornada de trabajo, etc.
Se construye un muro gigantesco para impedir que los hispanos sigan entrando en los Estados Unidos, de la misma manera en que los ciegos son recluidos en un campo de concentración en la novela: hay gente que debe ser impedida de ingresar al mundo del bienestar (o, al menos, al que hasta hace una semana era el mundo del bienestar), y debe quedar recluida en los arrabales del planeta.
Precarias barcazas atestadas de inmigrantes ilegales atraviesan temerariamente el mar para tratar de depositar su carga en los países de la rica Europa. Y con frecuencia naufragan antes de llegar, y esos desdichados pierden la vida en su intento por llegar a un mundo mejor, por huir de la miseria y el desempleo de sus países de origen.

Se aprueba, en la civilizada Europa, una ley para capturar, recluir y expulsar como apestados a los inmigrantes ilegales, igual como en la película son capturados los ciegos.
Y estos repudiados inmigrantes, ¿qué vienen a hacer a esos países ricos? ¿Vienen acaso a practicar el vandalismo, a destruir propiedades, a robar, a violar mujeres? ¿Qué delito nefando pretenden cometer, para merecer que se los expulse?
Su delito es que quieren TRABAJAR. Trabajar, eso es todo. Quieren aportar su esfuerzo para contribuir al crecimiento económico de esos países emblemáticos de la libertad y la civilización occidental (como, de hecho vienen contribuyendo hace años).
¿Qué clase de globalización es ésta, en la que se nos dice que debemos abrir nuestros mercados para comprar los productos de todas partes del mundo, pero, cuando queremos vender nuestro principal y más preciado producto, el único producto de que disponemos como proletarios, (es decir, nuestra fuerza de trabajo) en los países a los que les estamos comprando tantas y tantas mercancías desde hace tantos y tantos años, se nos dice que nuestra mercancía (nuestra fuerza de trabajo) no puede ingresar al mercado de esas naciones ricas?
Se quiere recluir a los pobres en los arrabales del mundo, en los guetos de la miseria, e impedirles por todos los medios que escapen. ¿Y saben por qué? ¡Porque hay desempleo!. Ese es el problema. No hay empleo suficiente, ni siquiera en los países más ricos. No hay empleo digno y suficiente, prácticamente en ningún rincón del mundo que conozcamos. Y como no hay empleo suficiente, pues hay que recluir al personal sobrante. O, lo que es lo mismo, deben recluirse, los ricos, en países amurallados, resguardados a fuego, para impedir que los miserables entren a disputar los escasos puestos de trabajo.
Con lo que llegamos a la última pregunta: ¿y por qué, maldita sea, no hay empleo suficiente? ¿Por qué, en este mundo de superproducción, no hay empleo decente para todos los ciudadanos?¿Por qué el derecho humano al trabajo digno les es negado a centenares de millones de personas en el mundo?

La respuesta, amigos, es muy simple: falta empleo porque los que tienen trabajo están trabajando demasiado. El aumento de la productividad, que debería beneficiarnos a todos, se convierte en una amenaza, porque cuando la productividad aumenta en una empresa, se despide gente, en lugar de reducir las jornadas, que sería lo único sensato. Hay que reducir la jornada para que todos tengan trabajo (y cuando todos tengan trabajo, dicho sea de paso se pondrá fin a la pobreza). Hay que reducir la jornada, amigos, ciudadanos del mundo, porque, de no hacerlo, estamos alimentando una caldera de discriminación exclusión, violencia social como nunca antes se ha visto. Hay que reducir la jornada, y hay que hacerlo drásticamente, porque de lo contrario el mundo se encamina a la barbarie.
Pero cuando vamos, entonces, felices de haber encontrado la solución, donde la gente, para proponerle que pongamos en práctica esta medida sencilla, sin costo, de resultados inmediatos y universales, como es la jornada de cuatro horas, ¿qué nos dice la gente? La gente se espanta. La gente se horroriza, se irrita, nos dice que estamos locos. Algunos dicen: ¡me da la gana de trabajar 24 horas, me gusta la plata, y listo!
Entonces, descubrimos, aterrados, que lo que pasa es que la gente, nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, toda la gente, ESTÁ CIEGA.

martes, 21 de octubre de 2008

Sepultados por evidencia

Me encuentro discutiendo con un académico que dice que no hay evidencia empírica sobre la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, cuando me doy cuenta de que hemos sido literalmente sepultados por una avalancha de evidencia empírica: la crisis financiera ha significado la más brutal caída de las ganancias en casi ochenta años. Las pérdidas globales de las bolsas mundiales en los últimos 12 meses ascienden a US$ 12.4 billones: se ha perdido el 24% de su valor. En EEUU las pérdidas han sido mayores, pues la capitalización de mercado hace un año era de US$ 17 billones y se han perdido US$ 7 billones, es decir, el 41% (H. Campodónico, La República, 21/10/08).

COMO FUNCIONA LA TENDENCIA

Es así como se comporta la tendencia decreciente: durante un tiempo, dicha tendencia puede ser contrarrestada por varios mecanismos (cada uno de ellos contradictorio a su vez). Ya mencionamos esos mecanismos, analizados por Marx: sobreexplotación del trabajo, reducción de los salarios por debajo de su valor, desempleo, globalización del comercio, abaratamiento de las mercancías y especulación financiera.
Pero llegado un momento, esos mecanismos resultan insuficientes para contener la tendencia, y se produce la crisis, como la que estamos viviendo ahora. La crisis es el desembalse de la tendencia, y el momento en que la caída de las ganancias se hace visible.

AUMENTO DE LA JORNADA LABORAL



Sobre las objeciones que Maldonado hace a las estadísticas sobre prolongación de la jornada laboral, hay varias cosas que decir.
El cuadro (Table 2.1) tomado del libro de Schor, muestra la comparación entre los años 1969 y 1987 para los Estados Unidos. Lo que se nota es que hay un incremento general, pero mucho más acentuado en el caso de las mujeres.
El hecho de que cada vez más mujeres trabajen puede, sin embargo distorsionar la estadística. En primer lugar, todas las amas de casa realizan un trabajo (las tareas del hogar) que no es tomado en cuenta en las estadísticas. Cuando la mujer se incorpora al mercado laboral, lo que hace es sumar, a sus tareas domésticas, un trabajo adicional. Por lo general, este trabajo remunerado es, al comienzo, de tiempo parcial. Ocurre entonces que, al promediar las horas trabajadas por persona, se encuentre que ese promedio baja o no se incrementa tanto, debido a que hay más mujeres trabajando, pero en trabajos remunerados de jornadas más cortas.
En realidad, lo que está ocurriendo no es que la jornada disminuya (como puede aparecer en algunas estadísticas, como las que muestra Maldonado), sino que las jornadas de tiempo parcial de las mujeres que se han incorporado al mercado laboral están distorsionando el promedio hacia abajo. Hay más gente trabajando ahora, pero el promedio podría mostrar que las jornadas son más cortas. Antes, en una familia, trabajaba solo el Padre, ahora trabjan el padre y la madre. El número de horas trabajadas por los miembros de esa familia ha aumentado, sin duda, pero la estadística puede mostrar que la jornada no ha aumentado tanto o incluso que ha disminuido ligeramente.
Este es solo un ejemplo de cómo las estadísticas pueden distorionar la realidad. Hay muchos más, pero no quiero extenderme tanto.

PRODUCTIVIDAD Y JORNADA LABORAL;


Por otra parte, una disminución, si la hubiere, de 10% en la jornada (como la que muestra Maldonado), en un lapso de 50 años, confirmaría, con todo y eso, que no hay correspondencia entre el aumento de la productividad y la duración de la jornada laboral. El gráfico (Figure 4-5, tomado del libro de Basso)) muestra las curvas de las horas trabajadas y de la productividad del trabajo, para los Estados Unidos, desde 1895 hasta 1995. La productividad se eleva a niveles exponenciales, pero las horas de trabajo disminuyen muy poco, para finalmente aumentar, esto último entre los años 80 y 95.
Curvas muy similares a estas se muestran para los países europeos, en el mismo libro.
Tremenda disparidad entre el aumento de la productividad y la duración de la jornada desmiente, en primer lugar, las optimistas predicciones de Keynes, que dijo que sus nietos trabajarían en jornadas de tres horas.
Otro detalle interesante es que la curva muestra que los momentos en que se reduce la jornada son aquéllos donde la lucha de los trabajadores se hace más intensa.

MARXISMO MODERNO

El señor Maldonado está empeñado en que yo siga la corriente de lo que llama el marxismo moderno, representado por varios autores que me recomienda leer, para que me convenza de que la teoría del valor ya no tiene validez. Lamento decirle que, fuera de que los hechos actuales resultan ser una contundente confirmación de la teoría del valor y de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, existen numerosos economistas marxistas, todos ellos pefectamente actuales, que no han renegado, ni mucho menos, de la teoría del valor, como sí lo han hecho los preferidos por Maldonado.
No pretendo ser un especialista en el tema. Soy solo un ciudadano común y corriente, interesado en el asunto, y creo que estoy haciendo un aporte completamente original al sostener que la tendencia decreciente de la tasa de ganancia se puede contrarrestar con la reducción de la jornada laboral. Estoy en capacidad de sostener mis puntos de vista. Pero también debo aclarar al señor Maldonado, que no estoy solo ni mucho menos desactualizado.
En el Perú, está Armando Pillado (Acumulación, crisis, Estado y socialismo). Fuera del Perú, están, por ejemplo David Yaffe (La teoría marxiana de la crisis, el capital y el Estado). Otros autores en la misma línea son Henryk Grossman y Paul Mattick. Para más información, me permito recomendarle el sitio web del International Working Group On Value Theory (http://www.iwgvt.org), en lugar de seguir, alegremente, apostrofándome como desfasado.

QUE NOS QUEDA DE MALDONADO

Maldonado empezó diciendo que la teoría de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es falsa. Luego dijo que, por lo menos es ”infalsable” (sic), ”por no tener evidencia empírica”. Después, admite que la falta de evidencia empírica no anula una teoría (como es el caso de la teoría de la relatividad y la teoría de las cuerdas), pero dice que la teoría de Marx es simplemente, “muy vieja” (¿qué de cientítico tiene un argumento así?), y que ha sido refutada por varios economistas actuales.
Pero hay otros economistas que sostienen la teoría del valor y de la tendencia decreciente, como yo le demuestro. ¿Qué nos queda entonces de los argumentos de Maldonado? Un conjunto de adjetivos, cierta arrogancia (”no seamos tan duros con Carlín”, etc.), y nada más.

domingo, 5 de octubre de 2008

Continuando el debate

Respondo por separado a Stanislao Maldonado (http://asesinatoenelmargen.blogspot.com/2008/10/el-marxismo-desfasado-de-carln-y-la.html) porque, a pesar de que desliza adjetivos como “desfasado” y otros semejantes, por lo menos se ha tomado la molestia de mirar el blog (aunque no el libro) para articular una respuesta argumentada. Dejemos de lado los adjetivos, que a nada conducen, y vayamos al tema.
Comencemos por lo más simple. Dice Maldonado que mi “argumento respecto a que la jornada laboral este incrementándose no resiste a la evidencia empírica global”. Como ejemplo cita que “El número de horas trabajadas por trabajador en USA se redujo de 2008 horas por año en 1950 a 1777 horas anuales en el año 2007. Una reducción de 230 horas anuales”...“ Para el caso peruano, dicha caída fue de 2157 horas en el año 1950 a 1926 horas en 1998, ósea, poco más de 200 horas.
Hay importantes estudios que refutan esas estadísticas.
Para el caso de Estados Unidos, Juliet Schor, en ”Overwoked American”, hace una exhaustiva revisión crítica de la estadística, y demuestra que cifras como las que cita ahora Maldonado llevan a equívoco, y que la tendencia es, clara y concluyentemente, al aumento de las jornadas de trabajo. La medición por horas anuales trabajadas, como la que muestra Maldonado, presenta una distorsión, siendo lo más exacto medir las horas semanales. La explicación sería larga para exponerla aquí. El hecho es que, desde los años setenta hasta la actualidad, se viene incrementando los horarios de trabajo, además de que se precarizan las condiciones de trabajo. Más interesante que el estudio de Schor es el de Pietro Basso (”Modern times, ancient hours”), que demuestra lo mismo, pero no solo para el caso americano, sino también para el europeo y el japonés. Ambos trabajos han echado por tierra lo que era un lugar común en la creencia del mundo académico hasta entonces: que la tendencia era hacia la disminución de la jornada de trabajo, y han demostrado que lo que ocurre es lo contrario.

REDUCCIÓN DEL TIEMPO DE TRABAJO

Pero Maldonado dice estar de acuerdo con que deben reducirse las horas de trabajo, aunque, por lo que entiendo, parece creer que el mercado se encarga de ello. Lo mismo pensó Keynes, que en los años veinte dijo que, en el futuro, la jornada de trabajo sería de 3 horas. Estamos ahora en lo que, para Keynes, era el futuro, y la jornada tiende a ser de 12 a 14 horas.
En Europa, como dije, se acaba de prolongar la jornada semanal a 60 y 65 horas.
Dice nuestro economista que “Todo estudiante de primer año de economía aprende que, un aumento en el ingreso (en este caso, derivado de incrementos en la productividad), puede llevar a cambios en la oferta laboral, los cuales dependiendo de la magnitud del efecto ingreso, puede explicar perfectamente la reducción de la jornada laboral”.
Si eso les enseñan a los estudiantes de economía, pues les enseñan mal. Schor y Basso demuestran que las escasas reducciones del tiempo de trabajo que se produjeron en los años de posguerra (45-55) no se debieron al natural trabajo del mercado en función del incremento de los ingresos, sino al fuerte movimiento huelguístico producido en esos años. No solo esas, sino todas las reducciones del tiempo de trabajo que se han obtenido han ocurrido por la acción del movimiento sindical. Y justamente ahora, cuando los sindicatos han sido arrinconados por la ofensiva mundial de neoliberalismo, se experimenta un notable aumento de la jornada de trabajo.
Si el incremento de los ingresos condujera, por su efecto en la oferta laboral (como dice Maldonado), a una reducción del tiempo de trabajo, ¿cómo se explica que en los Estados Unidos, y peor aún, en el Japón, el aumento del ingreso per cápita venga acompañado de un aumento en las horas trabajadas, cosa que, en el Japón, ha producido el “Karoshi” (muerte por exceso de trabajo) y el “Karojatsu” (suicidio por la misma causa), dos nuevos flagelos de los que hay amplia noticia?

LA TENDENCIA DECRECIENTE DE LA TASA DE GANANCIA

Lo que nos lleva al otro tema que es el de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Maldonado comienza diciendo que esa teoría “es falsa”, aunque luego parece retroceder y dice que es, “en el mejor de los casos, infalsable” (sic).
Dice, en primer lugar, que el cálculo de Marx “se basa en el supuesto de que el producto neto es constante, y es ese supuesto el que permite armar el cuadro que muestra que la tasa de ganancia cae con la introducción de maquinaria”.
Pero el cuadro que Marx expone y que yo mostré en la entrevista considera producto en constante aumento, tal vez Maldonado no lo ha mirado bien.
Cita también a varios economistas (Blaug, Robinson y Sweezy) que “concuerdan en afirmar que la llamada ley de tendencia decreciente de ganancia no tiene nada de ley científica”. No es ninguna novedad, Estando Marx en vida, ya se había decretado, por numerosos economistas, la caducidad de su teoría, que sin embargo, sigue viva hoy en día, cuando ya nadie recuerda a esos oponentes. Me da pena que Sweezy, por quien tengo respeto, comparta hoy esa posición, no lo sabía. Pero es cuestión de opiniones, nada más, porque otros autores, como el mismo Basso, sí trabajan con la teoría del valor. Justamente es Basso, quien, luego de una ampliA revisión del problema, señala, en sus conclusiones, que la causa está en la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Lo que hay es un problema de enfoque. La evidencia empírica, que tanto preocupa a Maldonado, no muestra, en efecto, que la tasa de ganacia baje. Por mi parte, a manera de ejercicio, hice una revisión de la tasa de ganancia de las 500 empresas listadas en la revista Fortune durante 50 años, y, en efecto, no se presenta una reducción significativa de la tasa de ganancia. Pero el problema está en que no hablamos de ”la baja de la tasa de ganancia”, sino de ”la tendencia a la baja de la tasa de gananacia”, que es cosa distinta. La tendencia existe, y justamente porque existe, el capital se ve obligado a hacer varias cosas (todas ellas minuciosamente listadas y analizadas por Marx) PARA QUE NO BAJE.
La primera cosa (de esas que el capital hace para contrarrestar la tendencia) es, justamente, el aumento del grado de explotación del trabajo. Y eso se logra de dos maneras: prolongando la jorada de trabajo, y aumentando la intensidad del trabajo. Otras son, (traducidas al lenguaje actual): la globalización de los mercados; el abaratamiento de las mercancías; el mantenimiento de una masa, fluctuante pero siempre presente, de desempleados y subempleados; la reducción del salario por debajo de su valor; y, finalmente, la especulación financiera (cosa más actual que esta última, no hay, por lo que vemos hoy en todos los diarios).
Las teorías científicas no pueden descartarse porque “no exista evidencia empírica” como parecen creer Maldonado y todos los académicos positivistas. Si así fuera, nadie tendría que haber hecho caso a Einstein, que elaboró una teoría que recién muchos años después pudo recoger evidencia empírica, ni tampoco a la teoría de las cuerdas, cuya evidencia empírica recién se intenta recoger hoy, con el costoso experimento del colisionador de Hadrones, que, por otra parte, ha sufrido serios tropiezos.
No, señor Maldonado. Cuando no hay evidencia empírica, hay que seguir considerando el razonamiento teórico, si está bien sustentado, y no puede decirse que “porque no hay evidencia empírica” es falso.
A mí me acaban de diagnosticar un problema gástrico, y me están curando del mismo. Se trata de una bacteria. pero sucede que no existe ningún análisis que permita aislar la tal bacteria, es decir, la bacteria no aparece jamás. No existe evidencia empírica que demuestre que tengo la bacteria, diría Maldonado. Le pregunto entonces al médico: ¿cómo lo sabe?. Y me responde: por los síntomas que tiene, y por descarte. Así de simple. Pero, le vuelvo a preguntar: se considera que puede ser certero un diagnóstico obtenido de ese modo? Por supuesto, me responde. Más aún: hace un año y medio me diagnosticaron otro problema: colon irritable. El médico también me explica que el diagnóstico está correcto, pero que tampoco el colon irritable se pueden diagnosticar sino de manera indirecta, por descarte y por los síntomas, porque ni siquiera una colonoscopía (que, por cierto, me hicieron) permite comprobarlo. Pero de ambas cosas me están curando, y eso es lo que a mí me interesa en primer lugar.
¿Qué sucede entonces con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia? Que todos los síntomas están hoy, más presentes que nunca, como podemos darnos cuenta si revisamos la lista de factores que Marx enumera. Por otra parte, la pregunta es: si no es la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, ¿qué otra cosa puede explicar la presencia de este cuadro? ¿Qué explicación puede dar la economía moderna (que, aunque le moleste a Maldonado, es una economía castrada) al enorme absurdo, al gigantesco disparate que significa el hecho de que se exija a los trabajadores prolongar su jornada a doce horas, luego de que se han obtenido incrementos de productividad más asombrosos que nunca antes?
Una respuesta ha sido, como vemos la de negar los hechos. Se ha venido diciendo que no existe tal aumento de las horas de trabajo. Pero ya no puede sostenerse tal cosa. Ya se les acabó ese rollo. Vuelvo a emplazarlos entonces: ¿qué otra explicación hay, si no es la tendencia decreciente de la tasa de ganancia?

Cuando me diagnostican la bacteria (que no puede ser vista), me recetan los medicamentos que deben combatir el mal, y luego me curo. ¿Qué mayor demostración puedo requerir de que el médico estaba en lo cierto?
Cuando se reduce la jornada de trabajo, como se consiguió (por la lucha de los trabajadores, y no por el mercado) en el siglo XIX, sobreviene la prosperidad ( y de ello sí hay “evidencia empírica”).
Si hoy reducimos la jornada de trabajo a cuatro horas, y con ello se obtiene, como vengo sosteniendo, el pleno empleo, la mejora de las ganancias y una mejor calidad de vida para todos, ¿Estará satisfecho el señor Maldonado? Si dice que sí, espero que nos ayude a luchar para que eso ocurra, y no se quede sentado pensando que la simple mejora de los ingresos va a bastar para ello.

viernes, 3 de octubre de 2008

Se armó el debate

La entrevista que me hace Marco Sifuentes en Útero.tv está motivando los comentarios de bastante gente, lo que me alegra, luego de ver que, durante seis años, mi propuesta de la jornada de 4 horas ha permanecido en un virtual ostracismo.

¿LIGEREZA?

Para los que recién visitan este blog, y para los que se adelantan a juzgar que esta propuesta adolece de ligereza u obedece a la simple improvisación, es bueno que se enteren que en 1883 Paul Lafargue, yerno de Marx, propuso la jornada de tres horas, y que en 1932, el filósofo y matemático Bertrand Russell propuso la jornada de cuatro horas. En este blog pueden encontrar los textos correspondientes.

Paso a responder las objeciones que se me han hecho en Útero.tv. Lo voy a hacer poco a poco, pero espero responder a todo.

¿POR QUÉ 4 HORAS?

Para comenzar, a los que dicen que mi propuesta es simplista, o que soy simplemente un caricaturista (que no debería meterse en lo que no sabe), les recuerdo que he escrito dos libros, donde mis ideas están expuestas con mayor detalle y sustento de lo que permite hacerlo un video de veinte minutos. Tómense por lo menos la molestia de leer el libro antes de menospreciar mi capacidad.

¿Por qué 4 horas y no 2, o 6?, pregunta alguien. Lo explico en el libro, pero voy a resumirlo aquí. Las 4 horas se proponen como un estándar inicial, la idea es continuar reduciendo la jornada en proporción exacta a los incrementos anuales de productividad que, sin duda, se van a continuar produciendo. de manera que, más adelante, estaremos trabajando 3 horas, o dos horas.
¿Por qué comenzar por una reducción de 8 horas a 4?.
Porque en los 90 años transcurridos desde que se implantó la jornada de ocho horas (que ahora estamos perdiendo o ya hemos perdido, por desgracia), en ese lapso, digo, la productividad, en todo el mundo, ha aumentado en proporciones asombrosas. Para que tengan una idea, la productividad en Europa ha aumentado en más de 1000 por ciento. ¡Sí, mil por ciento!. En Estados Unidos, 500 por ciento. Y en el Japón, la alucinante cifra de… ¡cuatro mil por ciento!
La jornada de 4 horas supone un incremento de productividad promedio, en esos 90 años, de 100 por ciento, nada más (porque tenemos que promediar el aumento de la productividad de esos países adelantados con el del resto del mundo).
En estos últimos 20 años de revolución tecnológica, calculando a un promedio (conservador) de aumento anual de productividad de 2 por ciento, se ha logrado un aumento de 45% en la productividad (hagan ustedes el cálculo de interés compuesto y lo comprobarán). La productividad en el Perú, actualmente, aumenta a un promedio de 2.5% anual, para darles otro dato.

EL ARGUMENTO DE LA DIFERENTE PRODUCTIVIDAD.

La otra objeción, (que ya la he escuchado muchas veces) es que aquéllos que tienen menor aumento de productividad, los artesanos o los sectores de menor tecnología, no podrían trabajar cuatro horas. Según este socorrido argumento, que también se pretende aplicar para oponerse al salario mínimo, cada quien debe trabajar una cantidad de horas en proporción a su productividad.
Pero eso está equivocado. Demostración por el absurdo: si seguimos esa lógica, jamás se hubiera establecido la jornada de ocho horas. No debió establecerse nunca un tope a la jornada de trabajo (como no debe, según ese razonamiento, establecerse un salario mínimo). Pero la jornada legal de trabajo, justamente, lo que hace es establecer un tope, un máximo. Y ese máximo lo establece sobre la base de un PROMEDIO. Si yo tengo menos productividad que otra persona, lo lógico es que mi salario sea menor, y eso es lo que ocurre. Pero ambos debemos trabajar la misma cantidad de horas. El otro, que tiene más alta productividad, ganará más. Yo, que tengo menos, me esforzaré para mejorar mi productividad, y así podré mejorar mis ingresos. Todo eso está bien. Lo que no se puede hacer es prolongar la jornada de trabajo. Eso es como hacer competencia desleal, y eso lleva a todos a la esclavitud. ¿Por qué? Porque si en un lado se ponen a trabajar doce horas (como ha ocurrido en el Asia desde hace años), la presión de la competitividad llevará, tarde o temprano, a que en el otro lado (en Europa y en América) también se tenga que trabajar doce horas, de buen o mal grado. Y eso es, precisamente, lo que ha ocurrido, ahora que en Europa se ha prolongado la jornada a 60 horas semanales (lo que equivale a 12 horas diarias, de lunes a viernes).Y si los que trabajaban doce horas desde antes, viendo que ahora todos se han puesto a trabajar también doce, se ponen a trabajar catorce, buscando con ello volver a sacar ventaja, pues entonces, tarde o temprano, todos terminaremos trabajando catorce. Y así vamos, felices y contentos, camino a la esclavitud. Porque la esclavitud, queridos amigos, ya está reapareciendo en el mundo. Y pueden verlo en otros artículos de este blog.

En otras palabras: si hace noventa años, trabajando ocho horas, la humanidad podía producir lo suficiente para subvenir a sus necesidades (y por cierto que lo producía), hoy con el aumento promedio mundial de productividad, es suficiente trabajar cuatro horas (o tal vez menos, pero no más) para producir lo mismo. ¿Por qué, entonces, si aumenta la productividad, no se reduce la jornada de trabajo, sino por el contrario, en el extremo de la locura, se está exigiendo a la gente que trabaje 12 o 14 horas diarias? ¿saben ustedes que en Europa acaba de prolongarse la jornada semanal a 60 y 65 horas? Puede haber algo más absurdo y disparatado que eso? Y, sin embargo, eso es lo que ocurre.
Se me dirá que hay pobreza, y eso obliga a producir más, porque si no, hay gente que no tendría qué comer. Mentira. La riqueza que existe actualmente en el mundo basta y sobra para satisfacer hasta el hartazgo a todos sus habitantes (vean el texto sobre el estudio acerca de la riqueza en el mundo, por la Universidad de naciones Unidas). Si hay pobreza es porque hya gente que no tiene empleo, o está subempleada. Y hay desempleo y subempleo, precisamente, porque no se reduce la jornada. Es decir, porque algunos están trabajando DEMÁS, están dejando a otros SIN TRABAJO.
Y lo más increíble de esta situación, es que la gente, cuando se le propone la única cosa sensata, que es reducir la jornada en proporción al aumento de la productividad, se escandaliza. Como dice Robert Kurz, cuando los locos son mayoría, la locura se convierte en un deber ciudadano.

LLego hasta aquí, por ahora.

viernes, 26 de septiembre de 2008

8 de octubre de 2008: Jornada de Acción Sindical Mundial por el trabajo decente



El Consejo General de la Confederación Sindical Internacional (CSI), reunido en Washington, aprueba la primera acción reivindicativa de carácter universal que el movimiento sindical internacional convoca en toda su historia
En la tarde del 13 de diciembre de 2007), el Consejo General de la CSI, reunido en Washington, decidió por unanimidad convocar una Jornada de Acción Mundial por el Trabajo Decente para el 8 de octubre de 2008. Con ello, da cumplimiento a lo aprobado en el Congreso fundacional de la nueva central sindical mundial, que se celebró en Viena en noviembre de 2006. “Se trata de la primera acción reivindicativa de carácter universal que el movimiento sindical internacional convoca en toda su historia”, señala el responsable de Acción Sindical Internacional de CCOO, Javier Doz.
En cuanto a las modalidades de acción, la resolución aprobada por el Consejo General de la CSI, establece una gama variada que incluye: manifestaciones, marchas, mítines, acciones socioculturales y temáticas, así como de presión y presentación de demandas a gobiernos, instituciones internacionales y organizaciones patronales.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Boron y el socialismo del siglo XXI



Para este blog, que se llama Manifiesto del Siglo XXI, ya resulta inevitable tratar el tema del llamado “socialismo del siglo XXI”, asunto que, según un reciente artículo de Atilio Borón, es tema de 1.200.000 páginas en Google.
Para empezar por algo, tomemos, precisamente, el texto de Borón: “Socialismo del siglo XXI: apuntes para su discusión”.
El autor divide el tema en tres: valores, programa y sujeto histórico.
Sobre lo primero, dice que se trata de “Los valores y principios medulares, que deben vertebrar un proyecto que se reclame como genuinamente socialista”. Lo segundo (el programa) es “la agenda concreta de la construcción del socialismo y las políticas públicas requeridas para su implementación”. El sujeto histórico es, como bien sabemos, la clase social (o las clases sociales) que debe(n) llevar a la práctica este programa.

Para nosotros, el tercer punto es el decisivo. Los intereses de clase son la fuerza fundamental sobre la que se apoyan el programa y los valores. Resultaría ocioso hacer elucubraciones sobre los excelsos valores que nos deben guiar, si no sabemos cómo así esos valores se articulan con los intereses de la clase que está llamada a representarlos.

¿Qué dice Borón al respecto? Para él, el sujeto es plural. Ya no puede postularse –dice– la centralidad excluyente del proletariado industrial (aceptable en el siglo XIX), en la actual realidad del capitalismo y, sobre todo, en los países periféricos”. Por tanto, es el “pueblo” el sujeto histórico. Borón se remite a la definición de “pueblo” hecha por Fidel Castro en “La Historia me Absolverá”. Campesinos, indígenas, sectores marginales y demás masas populares urbanas y rurales (suponemos que los pequeños empresarios están incluidos) ya no pueden ser relegados a ser “acompañantes en un discreto segundo plano de la presencia estelar de la clase obrera”.
La razón de lo anterior estriba, según el autor (apoyándose, nuevamente en Fidel) en que “la economía de hoy no es la de hace cincuenta años atrás”(sic). Ya no existe en el mundo (y menos en los países peiféricos) el predominio del proletariado industrial. Ergo, “las políticas económicas del socialismo deben necesariamente partir del reconocimiento de esas nuevas realidades”.
Este razonamiento, por cierto, no es extraño. Palabras más o menos, lo mismo se viene diciendo en las izquierdas desde hace ya muchos años. Es casi un lugar común del pensamiento de izquierda contemporáneo.
Pero, ¿es correcto?. Nosotros pensamos que no. Y pensamos que ha llegado la hora de replantearlo, para salir del falso dilema en el que parece quedar atrapado el pensamiento socialista.
Para empezar: ¿qué es el proletariado? Para Marx, proletario y obrero eran, prácticamente, sinónimos. En sus escritos usa ambos términos de manera indistinta. Pero si algo ha cambiado, es precisamente eso: hoy ya no son sinónimos.
Proletario es, según la estricta definición del propio Marx “aquél que, por no ser propietario de medios de producción, se ve obligado a vender su fuerza de trabajo en el mercado, a cambio de un salario”. Pues bien: esa definición, hoy por hoy, ya no se limita a lo que tradicionalmente conocemos como “obrero” o “trabajador manual”. Aquí viene a cuento la brillante observación de John Holloway, según la cual “estar sentado toda la jornada delante de un telar es tan manual como estar sentado delante de una computadora”. Un hecho tan simple como este ha permanecido, sin embargo, oculto hasta ahora bajo la ilusión (bien alimentada por el discurso neoliberal) de que quiene trabajan con computadoras son “trabajadores del conocimiento” que “dependen solamente de su creatividad y ya no de ningún patrón”, es decir, que tienen el cielo al alcance de la mano y que ya han escapado de la tradicional definición de clase social que se basaba en las condiciones materiales.



Sin embargo, esos trabajadores son tan explotados como cualquier obrero industrial. Se les paga por permanecer delante de sus máquinas en jornadas cada vez más extenuantes, por salarios igualmente magros y bajo condiciones laborales similares a las del siglo XIX. Son, pues, proletarios. Mejor dicho ¡somos proletarios! (yo trabajo con una computadora). Todos los que vivimos de nuestro trabajo, y no de la explotación del trabajo ajeno, somo los proletarios contemporáneos. Sufrimos por igual la explotación a manos del capital, y esta explotación es cada día más feroz. Y esto vale tanto para los que trabajan con computadoras como para los maestros, los dependientes de comercio y todos los que viven de vender su fuerza de trabajo.
Y si es así, las cosas cambian por completo, porque resulta que el proletariado es la mayor fuerza que existe en la sociedad contemporánea, fuerza que el desarrollo del capitalismo globalizado tiende a extender por todo el planeta, tal como lo describía Marx, proféticamente, en 1848.
Que esa fuerza esté larvada, que ese gigante descomunal esté dormido, no es sino una circunstancia, que puede y debe cambiarse. Pero el hecho es que ésa es la fuerza, ése es el sujeto histórico. Y a tal sujeto, tal programa y tales valores. Pero sobre esto continuaremos.

viernes, 20 de junio de 2008

Europa vuelve al siglo XIX


La prolongación a 60 y 65 horas de la jornada laboral en Europa confirma lo que decimos en nuestro libro Manifiesto del Siglo XXI, y que es lo mismo que Marx dijo en el siglo XIX: el capitalismo se ve empujado por su propia contradicción a intensificar la explotación del trabajo.
¿Qué mayor paradoja puede haber? La tecnología nos ha permitido aumentar nuestra productividad en forma asombrosa, lo que significa que hoy producimos, en cada jornada, el doble o el triple que hace 20 años. La consecuencia lógica no debería ser otra que irnos a casa más temprano. Si hoy has producido en cuatro horas lo mismo que antes producías en ocho, ¿no sería lo justo que pudieras disfrutar de más tiempo libre, que bien te lo estás ganando con tu esfuerzo?
Eso es tan lógico que un niño no vacilaría en contestar que sí. Y tanto lo es que, hace sesenta o setenta años, cuando la revolución tecnológica del siglo XX ya avanzaba a toda máquina, los teóricos de la economía capitalista pronosticaron que el desarrollo tecnológico y el incremento constante de la productividad conducirían, inevitablemente, a reducir el tiempo de trabajo. Keynes anunció, exhultante, que la jornada de trabajo del futuro sería de 3 horas.
Pues bien, ya estamos en el futuro. Es decir, estamos en lo que, para Keynes, era el futuro. ¿Y qué está ocurriendo? No ocurre ninguna reducción de la jornada de trabajo, sino todo lo contrario. A lo largo y ancho del planeta se empuja a los trabajadores a prolongar su jornada de trabajo.
Repito: ¿Qué mayor paradoja puede haber? ¿Qué mecanismo endemoniado empuja esta maquinaria económica a explotar cada vez más a los trabajadores, cuanto más y más producen? ¿Qué fuerzas oscuras se mueven tras bastidores, para conseguir que trabajemos cada vez más, y que no solo aceptemos hacerlo, sino que estemos convencidos de que hacerlo es bueno, es necesario y conveniente? ¿Hasta qué punto podemos estar enajenados en nuestra voluntad, para que ser explotados de manera tan inicua nos parezca normal y, por el contrario, cuando alguien hable de trabajar menos, lejos de aceptarlo, la gente se horrorice y tache de loco a quien propone la única cosa sensata que debe proponerse?
Hay respuestas para todas estas preguntas en el libro Manifiesto del Siglo XXI- la gran fisura mundial y cómo revertirla.
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