martes, 14 de diciembre de 2010

Entrevista a Marcola, capo de la droga en Sao Paulo.

Lean la entrevista y , después, piensen: si esto es lo que se viene, ¿cómo podríamos pararlo?. ¿Con más “ayuda a los pobres”?. ¿Más “guerra contra la droga”?. ¿Nuevas elecciones?. O sea, ¿más de lo mismo?.

Yo creo que sí hay una manera de parar esto, y es la huelga mundial por las cuatro horas. Con ella se conquistará el pleno empleo, mejores condiciones laborales y mejor calidad de vida. Con pleno empleo desaparece el caldo de cultivo del problema, que no es otro que millones de desempleados y subempleados viviendo en las villas miseria. ¿No me creen? Entonces, continúen haciendo lo mismo.
Nota: me informan que en Brasil se denunció que la entrevista en mención era apócrifa. Algún hábil escribidor la ha imaginado y ha simulado haberla hecho.
Pero el texto, como lo hace la ficción literaria, retrata la realidad, a pesar de todo.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Blog español Cooking Ideas propone la jornada de cuatro horas.

Encontré este post en el blog Cooking Ideas proponiendo la jornada de cuatro horas, y una cola de mas de treinta comentarios sobre el tema. No pude añadir el mío, porque la cola esta cerrada. Me habría gustado hacer un vínculo con esa gente.

Sitio en Facebook para adherirse a las cuatro horas

Acabo de encontrar en Facebook un sitio que llama a la adhesión a la jornada de cuatro horas. Interesante participar en esa página y establecer víncvulo con nuestro blog y nuestra página de Facebook que tienen el mismo objetivo.http://www.facebook.com/?ref=home#!/group.php?gid=325041255010&v=info

martes, 9 de noviembre de 2010

La libertad del ser humano se ganará con la reducción de la jornada laboral.

Reproduzco la entrevista que ha publicado el periódico “El Universal”, aunque con una corrección: he puesto “ser humano” donde ellos han colocado “hombre”, para evitar el sesgo de género.

-En su Manifiesto del siglo XXI usted expone la necesidad de reducir la jornada laboral. ¿Algún político ha recogido esta idea?
-No, no hay ninguno. En 1932, Bertrand Russell planteó la jornada de cuatro horas. Yo estoy siguiendo a Russell en mi planteamiento, aunque con otra fundamentación. Ojalá hubiera alguien para plantear la jornada de cuatro horas, pero hasta el momento no lo hay. Sin embargo, una frase que yo cito siempre es la de Eduardo Galeano que dice “para qué sirven las máquinas si no es para trabajar menos”.
-El incremento desproporcionado de la tecnología, el avance de la era digital, debería darnos mayor libertad, pero aún tenemos ese primitivismo en el uso, entonces, ¿cómo podemos manejar ese desnivel que existe?
-Ese es justamente el problema. Marx lo percibió e inteligentemente lo expuso cuando dice que “la máquina, que debería servir para liberar al hombre, se convierte, en manos del capital, en todo lo contrario: un instrumento para esclavizarlo”. Y cuando lo esclaviza, lo enajena.
-¿Y por eso predica la jornda de cuatro horas?
-Así es. Yo estoy convencido de que, al reducir la jornada de trabajo, no solamente vamos a resolver el problema económico de la humanidad, sino también el problema de la vida, la cultura y la libertad del ser humano. Vamos a dar un paso para cambiar las cosas y hacer que el ser humano pueda ser libre.
¿Pero cuánto de posibilidad tenemos para que toda esa utopía marxista tenga un aterrizaje en la realidad?
-Bueno, no la llame utopía marxista, porque en realidad la reducción de la jornada puede ser aceptada y entendida por muchas personas sin necesidad de ser marxistas. Es una cuestión de sensatez y de sentido común.
-Utopía humanista, entonces.
-Podría ser. Te respondo: es perfectamente posible hacerlo, y es muy sencillo. Estamos muy cerca de eso.
-¿Cómo así?
-Es cuestión de que todo el mundo se ponga de acuerdo. En ese sentido es paradójico, porque es simple y a la vez complejo. Pero sí tiene que ser una lucha universal. Si ya lo fue en 1919, cuando rápidamente se extendieron por el mundo las huelgas por las ocho horas y se conquistaron, ahore es muchísimo más factible que entonces.
-Pero, en esa época la gente llevaba una vida mucho más comunitaria. Hoy, la tecnología ha individualizado a las personas y eso ha afectado a lo colectivo, a la comunidad.
-No, no creo que sea la tecnología la que ha separado a las personas, es el sistema económico. Mire, en Francia hay una huelga general, la gente empieza a protestar a pesar de la desunión y la individualización que usted dice. Estas huelgas que se están produciendo en Europa podrían ser los preámbulos de un nuevo mayo del 68. Si en aquella época, los movimientos obreros y estudiantiles hubieran sabido lo que buscaban, se habría conquistado algo.
-¿No sabían lo que buscaban?
-No, porque no tuvieron una reivindicación concreta. La reivindicación que les faltó plantear, en ese momento, era la jornada de cuatro horas, el equivalente de las ocho horas de 1919. Si la hubiesen planteado, ese movimiento hubiera llegado a la victoria y hoy estaríamos en una sociedad muchísimo mejor que el tenebroso pantano en que nos encontramos ahora. Hoy es posible que haya otro mayo del 68. La historia evoluciona con saltos cualitativos, cada cierto tiempo se produce un salto de se tipo.
-¿Y usted ya está viendo ese salto?
-No, no. Sería prematuro decirlo. Estamos en lo que podrían ser los prolegómenos de una rebelión, pero siendo realista yo espero que eso se produzca en unos  diez años. Ojalá que para 2019, cuando se cumplan cien años de las ocho horas, pudiéramos ir a una huelga mundial por las cuatro horas.
-Pero son las corporaciones las que dominan al mundo porque ellas tienen el poder económico.
-Sí, así es. Sin embargo, hay una fuerza que puede enfrentarse a toda esa maquinaria de las corporaciones.
-Y cuál es esa fuerza?
-Es la fuerza del proletariado. El gran gigante dormido que podría cambiar la historia. Como se ha quedado dormido, se han olvidado de él muchísimas veces, incluso los izquierdistas lo niegan ahora, como Pedro negó a Cristo. Sin embargo, el proletariado no está enterrado, está dormido.
-¿Y cómo piensa despertarlo?
-Eso es lo difícil y a la vez lo más fácil. Solamente un vidrio opaco nos impide ver que al otro lado hay un mundo mejor. El asunto está en romper ese vidrio. Estamos en un pantano y, al otro lado del vidrio, hay un jardín. Además, ¿qué son las corporaciones cuando la gente deja de ir a trabajar? Porque no existe capital sino con el trabajo de la gente. El poder está en nosotros.
-Don Carlos, ¿qué piensa del comunismo de Cuba?¿cree que es el imaginado por Marx?
-No. desde el punto de vista marxista no se puede sostener que Cuba, Rusia o China sean el socialismo que quiso Marx. La propia teoría de este gran filósofo así lo demuestra. pero no voy a caer en el simplismo de decir que condeno a Cuba. Es un país que ha hecho una revolución dentro de las condiciones que pudo. Ese no es el socialismo, como tampoco lo fue lo que hubo en Rusia, eso fue una invención de Stalin. El socialismo es el reino de la libertad.
-Cuba está cerrada a la inversión, ¿cuál es su opinión sobre este punto?
-Siempre nos han vendido la idea de que las cosas se van a resolver atrayendo a inversión. Hay que dejar que venga la inversión con sus efectos benéfivos, dicen. Pero lo cierto es que la inversión es producto de la deslocalización. Es decir, lo que te pagan acá lo pagaban en Europa al triple, y cuando haya otro país más necesitado con el salario mucho menor, la inversión se irá, porque no faltará otro país que diga “yo lo hago por menos”. Entonces, eso degrada y humilla a la gente, todo para atraer la famos inversión. Y eso tiene que ser así, nos dicen.
-¿Haría caricaturas contra aquellos que comulgan con su pensamiento?
-Por qué no. Por ejemplo, si Susana Villarán llega a la alcaldía y comete errores, lo haría. Lo que me apena es que hay gente que me conoce y con quienes he coincidido en algunas cosas, y después de hacer caricaturas contra ellos se molestan.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Las cuatro horas explicadas en una

Hace años que los foros sociales vienen repitiendo “otro mundo es posible”, pero no nos han dicho cómo salir de este horrible mundo en el que estamos atrapados, para llegar a ese otro. Si no encontramos un camino para salir de este oscuro pantano, seguiremos gimoteando que “otro mundo es posible”, durante décadas, sin que nada cambie.
La jornada de cuatro horas, es, precisamente, la herramienta que nos permitirá romper el vidrio opaco que nos mantiene confinados en este sistema desquiciado, para darnos cuenta de que, al otro lado del cristal, está ese mundo, ese jardín soñado, al que podemos acceder de manera pacífica, inmediata y gratuita, todos los ciudadanos del mundo.

En una hora y cuatro minutos, este vídeo explica cómo hacerlo. ¡No te lo pierdas!La conferencia sobre la jornada de cuatro horas se puede ver completa y de un solo tirón, en vimeo. Dura una hora y cuatro minutos, está ilustrada con gráficos animados y da una explicación más amplia sobre los beneficios de la reducción de la jornada de trabajo, respondiendo incluso a preguntas que comúnmente se hace el público al respecto.

miércoles, 27 de octubre de 2010

La dictadura del proletariado es la más amplia democracia.

El título puede parecer provocador a algunos y, tal vez, incomprensible a otros. Se trata de un problema teórico, sin duda, pero es una cuestión capital, sobre la que pesa un enorme equívoco que es nuestro propósito empezar a despejar.
Cuando Marx, en la famosa Crítica del programa de Gotha, habla de dictadura del proletariado, lo hace en un sentido amplio, que luego se ha ido desdibujando en sus intérpretes, hasta llegar a trastocarse:

Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.
Recapitulemos. Para Marx, todo Estado es, por definición, el órgano de dominación de una clase (o, en ciertos casos, de una alianza de clases) sobre la sociedad. Luego, todo Estado es, en última instancia, una dictadura.
Las formas políticas que adopta esa dictadura son, sin embargo, diferentes en cada etapa del desenvolvimiento de la sociedad. En palabras sencillas: no todas las dictaduras son iguales (¡y vaya que no lo son, aquí está el quid de la cuestión!).
Resultaría ocioso extenderse en explicar que el paso del régimen esclavista al régimen feudal significó un avance de la historia (se cambia la esclavitud por la servidumbre), y que, de igual manera, el paso del régimen feudal al régimen burgués significó otro gran avance (se cambia la servidumbre por el trabajo asalariado). Las formas políticas que adopta el Estado burgués obedecen a que, en su enfrentamiento con la feudalidad, necesita afirmar los derechos del individuo, para permitir el libre funcionamiento del mercado, como bien sabemos.
Es esa necesidad de la burguesía la que genera la forma institucional del Estado burgués, forma que, en términos generales, se conoce como la República Democrática. Son características de esa forma política el voto universal, la democracia parlamentaria y la libertad de opinión y pensamiento, principalmente.
Esas libertades democráticas, ninguna de las cuales existía en el régimen feudal, son, al mismo tiempo que conquistas de la burguesía, conquistas de la humanidad. Son avances en el arduo camino del ser humano hacia su libertad verdadera.Vistos dialécticamente, esos avances son al mismo tiempo, liberadores y limitantes. Son liberadores porque permiten al individuo el acceso a derechos que no tenía en la sociedad precedente. Pero son limitantes porque, al mismo tiempo, permiten que se mantenga la dominación de la burguesía sobre la sociedad y, con ella, la explotación del hombre por el hombre.
Lo que Marx dice es que todas esas instituciones democráticas, con todo lo avanzadas que pueden ser, siguen manteniendo la dictadura de la burguesía. Todos los Estados contemporáneos, incluso los más liberales y menos represivos de entre ellos, son formas de la dictadura de la burguesía. Lo son, sencillamente, porque la sola existencia del Estado es prueba de que existe la dictadura de una clase sobre las demás.
Este enunciado, que puede parecer condenatorio de la democracia burguesa, es, si vemos la cuestión dialécticamente, su más preclara valoración. Marx, como sabemos, reconoce y exalta los avances formidables de la burguesía, al mismo tiempo que señala sus limitaciones:
A cada etapa de avance recorrida por la burguesía corresponde una nueva etapa de progreso político (Manifiesto Comunista)
Como dice Berman, el capitalismo es, al mismo tiempo, lo mejor y lo peor que le ha pasado al género humano.

Pasemos ahora a la dictadura del proletariado. Marx dice, para comenzar, que hay una diferencia sustancial entre esta dictadura y las precedentes: mientras las anteriores fueron dictaduras de minorías sobra la inmensa mayoría, se trata ahora de instaurar la dictadura de la inmensa mayoría sobre una minoría.
Aclaremos que esa dictadura es, además, según el propio Marx, un régimen transitorio, es decir, una dictadura que camina hacia su disolución (y esta es otra diferencia fundamental con sus predecesoras). Pero no nos adelantemos todavía a la cuestión de su disolución, y terminemos de dilucidar las características que debe tener ese régimen transitorio.
Si la dictadura de la burguesía, siendo de una minoría, pudo establecer conquistas como el voto universal, la democracia parlamentaria y, en general, los derechos humanos, ¿no es lógico que la dictadura del proletariado, la dictadura de la inmensa mayoría, fortalezca, amplíe y aumente esas libertades democráticas, en lugar de conculcarlas?
No llegó a ocurrir tal cosa en los regímenes que intentaron establecer el socialismo en países semifeudales porque, como lo decía la propia teoría marxista, era imposible pasar al socialismo en países donde, por no existir todavía la dominación de la burguesía, tampoco se había desarrollado el proletariado.
Pero una verdadera dictadura del proletariado, cuando llegue a establecerse, ¿no debería ser, por definición, la más amplia de las democracias hasta ahora conocidas? ¿Puede esa amplia democracia conculcar la libertad de organización, la libertad de prensa, el voto universal y secreto, y todas las demás libertades por las que el proletariado derramó su sangre cuando, junto a la burguesía, logró el derrocamiento de la monarquía y la nobleza feudales?
No solamente no puede, ni debe, conculcar esas libertades. ¡Debe y puede hacerlas más amplias! Se trata, dijimos de la dictadura de la amplia mayoría sobre una minoría, y se trata, además, de una dictadura  transitoria, en camino hacia su disolución.
Los derechos humanos, esa gran conquista de los ciudadanos, no solamente deberán ser reconocidos y defendidos mejor que nunca en la dictadura del proletariado, sino ampliados. Lo que resulta inconcebible es pensar que puedan ser recortados de manera alguna.
Es verdad que Marx y Engels no se extendieron en el esclarecimiento de las características del la dictadura del proletariado, pero, si seguimos el hilo de su razonamiento, como lo hemos trazado aquí, la cuestión no merece ninguna duda.
Hay, para mayor abundamiento, un texto que resuelve, a nuestro juicio, de manera explícita y definitiva este falso dilema, redondeando y aclarando lo que en la Crítica del programa de Gotha era solo un enunciado.
Se trata de la Crítica del programa de Erfurt, escrita por Engels en 1891:
Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución francesa.
En la “Historia del patido comunista bolchevique de la URSS” (Ediciones en lenguas extranjeras, Moscú, 1939) publicada con la aprobación de Stalin, se reconoce que:
“Hasta la segunda revolución rusa (febrero de 1917), los marxistas de todos los países partían del criterio de que la república democrática parlamentaria era la forma de organización política de la sociedad más conveniente para el periodo de trancisión del capitalismo al socialismo” (pag. 415, op. cit).
Fue Stalin, como consta en ese libro y en otros textos suyos, quien se encargó de cambiar este concepto, negando que la república democreatica tuviera ese papel. Pero de Stalin nos ocuparemos en una entrega posterior, con mayor amplitud.

miércoles, 20 de octubre de 2010

¿Hacia otro mayo del 68?

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Si los tres millones y medio de trabajadores movilizados en Francia, en la gigantesca huelga general, así como los otros millones que se fueron a la huelga en España, y antes en Grecia, tuvieran como tema central de su plataforma la jornada de cuatro horas, este nuevo amago de mayo del 68 podría abrir, por fin el camino de la liberación del proletariado mundial.
Porque lo que se necesita para que esas luchas, ahora dispersas y defensivas, se anoten una verdadera victoria estratégica, es pasar a la ofensiva. Ya no más “no me quiten la jubilación”, “no me quiten el seguro”, “no me rebajen el salario” (reclamos puramente defensivos, en medio de una derrota general de los trabajadores), sino: “¡vamos a ganar, carajo, por fin!”, “vamos a derrotar a la clase explotadora, arrancándole aquello a lo que tenemos derecho”, “vamos volcar a nuestro favor la correlación de fuerzas”.

sábado, 16 de octubre de 2010

Respuesta a Schydlowsky (II)

3) Amortización de maquinaria.

El siguiente argumento de Schydlowsky es que el aumento de productividad no viene gratis, requiere de máquinas nuevas, o de una tecnologia nueva, lo que requiere un pago (amortizacion, royalty, etc.), por lo tanto los beneficios de la innovación no pueden ir solo a los trabajadores.
Es verdad que se necesita amortizar maquinaria y royalties, pero no es verdad que sea con ese criterio que se distribuye el nuevo excedente de producción. El capital nunca le dice al trabajador: “aquí tenemos este excedente: voy a sacar de él solamente lo que necesito para amortizar la máquina, y el resto lo repartimos entre tú y yo”. Así no funcionan las cosas. Lo que hace el capital es, simplemente, agarrar todo el ecedente para sí, y continuar pagando al trabajador el mismo salario. Ni siquiera tiene que mostrar al trabajador cuánto nuevo excedente se ha obtenido. El trabajador no tiene derecho a ello. Tal vez, si está sindicalizado, pueda obtener (luego de luchar arduamente por ello) algún modesto aumento de su salario. Aumento que, por supuesto, tampoco está en función de cuánta nueva producción excedente se ha obtenido, sino, simplemente, de cuánto se le puede arrancar a la resistencia del patrono.
Si vamos al ejemplo de la costurera (que mostramos en nuestra respuesta a Rothgiesser), vemos que los ocho polos adicionales obtenidos en la segunda mitad de la jornada, son, en principio, del capitalista (y, sumados a los cuatro polos que ya eran suyos, hacen u total de doce). De allí, la costurera tendrá que buscar la manera de arrancar algo para sí, lo que solo podrá lograr mediante la lucha. Y de allí, también, el capital podrá amortizar la nueva tecnología . Pero ambas operaciones son desfavorables al trabajador. ¿Por qué?. Veamos.

Es desfavorable la mísera parte que puede incrementar el salario, porque ello solo puede lograrse con sindicatos (inexistentes, en este nuevo capitalismo salvaje, para la gran mayoría), y solo si la lucha logra su objetivo (lo que tampoco ocurre en todos los casos). Es desfavorable, como lo muestra la estadística, porque la parte del PBI correspondiente a las ganancias del capital es creciente, mientras que la parte correspondiente a los salarios es cada vez menor (lo que Campodónico, para el caso del Perú, llama la “boca de cocodrilo”). Supongamos, optimistamente, que nuestra costurera obtiene un jugoso aumento de... ¡25%!. ¿Cuánto es eso? Equivale al margen obtenido de uno de los doce polos excedentes (cuatro que eran la utilidad de la empresa antes, y ocho que se han agregado). Los otros once siguen quedando en manos del capitalista.
Es desfavorable, en toda la parte restante de la producción adicional, porque de ella no obtendrá nada, con el argumento de que esa parte (lo que parece sostener Schydlowsky) debe destinarse a amortizar la tecnología. Pero lo cierto es que la amortización de la nueva máquina siempre será menor que el excedente obtenido. ¿Cómo lo sabemos?. Muy simple: porque de no ser así, el capitalista no tendría por qué poner nueva maquinaria.
Si se comercializa una máquina (como la máquina de coser de nuestro ejemplo) capaz de hacer que una costurera produzca lo que antes producían dos, es, precisamente, porque con esa máquina el capital puede ahorrar el salario de una de las dos costureras que eran antes necesarias para producir los dieciséis polos, y porque el empresario sabe que la amortización de la máquina nueva es menor que el salario que se va a ahorrar. 
Y es cada vez menor, además, porque el costo de las máquinas disminuye constantemente (se sabe, por ejemplo, que las computadoras se abaratan a la mitad cada cinco años). 
En resumen, no es que el capital diga: “voy a separar, del nuevo excedente, la parte de la amortización, y el resto lo repartimos”. Lo que el capital dice es: “todo el nuevo excedente me pertenece, porque así son las reglas de juego”. Aun descontando de todo ese nuevo excedente los aumentos que el trabajador logre obtener, y la amortización de la máquina, sigue quedando todo lo demás en manos del capital.
Y conste que no estamos discutiendo aquí si tal cosa es justa o injusta. Supongamos que se considera que así es lo justo, que así son las reglas. Bueno, pero el problema no está en que sea (o no) justo. El problema está en que, si el excedente se va quedando (como vemos) en manos del capital (por más justo que se pueda considerar esto), se van generando las codiciones para que ocurran todas las desgracias que describimos en el vídeo:
Primero: despidos, porque el empresario prescindirá de una de las dos costureras que antes eran necesarias para producir los dieciséis polos. 
Segundo: desempleo (consecuencia del despido). 
Tercero: caída de la tasa de ganancia (porque al acumularse el excedente en manos del capital, crece la porción del capital constante, y disminuye, en términos relativos, la del capital variable). 
Cuarto: como consecuencia de la caída de la tasa de ganancia, presión del capital hacia el trabajador para que prolongue su jornada, intensifique su trabajo y recorte sus beneficios (esto último por la vía de precarizar el empleo).




martes, 12 de octubre de 2010

Respuesta a Daniel Schydlovsky

1) El supuesto abaratamiento de los precios.

Dice Daniel Schydlowsky que cuando hay aumento de productividad, tenemos la opción de recibir ese aumento de dos maneras: como mayor cantidad de bienes, o como mayor cantidad de ocio. Dice que recibimos mayor cantidad de bienes porque los precios se abaratan, y mayor cantidad de ocio cuando se reduce la jornada de trabajo.
Parece que, si tenemos la oportunidad de escoger cómo vamos a recibir nuestro aumento de productividad, no tendríamos por qué aceptar que se nos obligue a hacerlo por la vía de aumentar nuestro ocio, y podríamos, libremente, escoger recibir una mayor cantidad de bienes.¿Por qué pensar solamente en reducir la jornada cuando aumenta nuestra productividad, si también podemos aprovechar ese aumento para consumir más, mejorando nuestro nivel de vida?.
El mismo argumento ha sido esgrimido por Hans Rothgiesser, como hemos comentado en otro post.
Pero, ¿es verdad que podemos recibir mayor cantidad de bienes en proporción con nuestro aumento de productividad? ¿Es verdad que los precios se abaratan en proporción con nuestro aumento de productividad, permitiéndonos, en consecuencia, consumir más productos cada vez?

No es verdad, porque, para comenzar, no todos los precios se abaratan. Y lo peor es que los precios se abaratan menos para los pobres, para los más necesitados. ¿Por qué? Porque los precios de los alimentos, la vivienda y el transporte no disminuyen. Y, si no tiene usted la fortuna de acceder a salud y educación gratuitas, sabe que los precios de esos servicios tampoco tienden a abaratarse. Cualquier ama de casa sabe que los precios de esas cosas, en las cuales se consume casi todo el presupuesto de los más pobres, no han disminuido y, por el contrario, tienden a subir cuanto más aguda es la actual crisis mundial, cuanto más tierras de cultivo se destinan a los biocombustibles, cuanto más capitales buscan especular con el maíz y el trigo, cuanto más sube el petróleo y cuanto más escasea la vivienda en las zonas urbanas.
Sí se abaratan, es verdad, los precios de la vestimenta, y mucho más se abaratan los precios de los artefactos eléctricos y de los artículos superfluos.
Pero, para las grandes mayorías trabajadoras, estos artículos que sí se abaratan son precisamente, los que menor porción de su presupuesto representan, por la sencilla razón de que, cuanto más ajustado es el presupuesto de una familia, más se prescinde de las cosas prescindibles y menos de las indispensables.
Sin embargo esas grandes masas de trabajadores sí aumentan su productividad, y lo vienen haciendo en proporciones gigantescas con la actual revolución tecnológica. Millones de trabajadores en todo el mundo vienen aumentando de manera portentosa la productividad de las fábricas de automóviles, artículos electrónicos, calzado, artículos deportivos, vajilla, golosinas, en fin de todo aquello que es, precisamente, lo que menos pueden permitirse adquirir. ¿Acaso, entonces, puede decirse que su aumento de productividad se ve compensado por un mayor consumo de bienes?
Y aun para quienes ganan salarios menos exiguos, y que sí pueden permitirse el consumo de esos artículos no indispensables, ¿es acaso verdad que el aumento de su consumo corresponde con el aumento de su productividad? Tampoco corresponde, por la sencilla razón de que, para las clases medias, el gasto en alimentación, salud, transporte, educación y vivienda sigue ocupando una gran parte de su presupuesto. 
De manera que el beneficio de la caída de los precios, que Schydlowsky ha supuesto que ocurre de manera universal, es inexistente para grandes masas, y solo existe parcialmente para otras.
En uno o en otro caso (inexistente o parcial), el beneficio no compensa el aumento de la productividad, por lo menos no lo hace para la inmensa mayoría de la humanidad, para la inmensa mayoría que somos los trabajadores.

2) El baratamiento de los precios rebaja el salario.

Por otra parte, en la hipótesis de que ocurriera, eventualmente, una disminución de precios de las cosas de primera necesidad, es seguro que esa disminución se traduciría, por vía de los mecanismos del mercado, en una disminución del salario.
En el primer gobierno de García tuvimos ocasión de experimentar cómo se cumple esta ley del valor (muy bien explicada por Marx y Engels), cuando, luego de años de control de precios sobre la leche, los pasajes urbanos y otros artículos de primera necesidad, los salarios se habían deprimido hasta niveles inauditos (30 dólares mensuales era un salario admisible en esa época).
 Lo que ocurrió en el Perú de esa época constituye la mayor evidencia empírica de que Engels tenía razón cuando dijo: “Toda reducción por largo tiempo de los precios de los medios de subsistencia del obrero equivale a una baja del valor de la fuerza de trabajo y lleva, a fin de cuentas, a una baja correspondiente del salario”.
Lo cual se explica por la ley del valor. Para quienes no estén familiarizados con ella, podemos intentar una explicación más sencilla. Si cualquiera de nosotros se encuentra desempleado, la urgencia de encontrar trabajo lo llevará a hacerse la pregunta siguiente: “¿cuánto es lo mínimo que necesito ganar, para subsistir?” . Fijará entonces esta cifra (la menor posible) que le permite ofrecer su fuerza de trabajo al precio más atractivo para el empleador, compitiendo para ello con otros desempleados que pugnan por obtener el mismo puesto de trabajo. Cuanto más ajustada sea la cifra, más posibilidades tendrá de obtener el empleo, considerando que el empleador, cuando compare a postulantes de iguales aptitudes, decidirá, sin duda, tomar al que, entre ellos, cueste menos.
Cualquiera que haya atravesado por esa situación sabe de qué estamos hablando. Si no hubiera desempleo (precisamente, la reducción de la jornada es la vía directa para obtener el pleno empleo), las cosas serían distintas. pero, como sabemos, el desempleo es un mal permanente del capitalismo. Fluctúa, pero no desaparece.
Así que, como vemos, por la vía del abaratamiento de los precios no es posible que el trabajador vea compensado el aumento de su productividad.
No es cierto que “cualquiera de las dos opciones”, como dice D.S., funcione.

lunes, 4 de octubre de 2010

Daniel Schydlowsky comenta el vídeo del manifiesto.

He recibido un comentario del economista Daniel Schydlovsky. Bueno, en realidad no lo he recibido de él, sino de una tercera persona, que tuvo a bien enviarle mi vídeo, el cual D.S. tuvo a bien mirar, y luego comentar. Me tomo la libertad de publicar el comentario, para después darle respuesta:

Muy interesante, pero no del todo correcto.
 
Cuando hay aumento de productividad tenemos en el fondo dos opciones: o recibimos ese aumento de productividad en mayor cantidad de bienes o en mayor cantidad de hocio. O, claro esta, en una combinacion de ambos.
 
Estas opciones se instrumentan a traves de dos mecanismos: (a) caida en los precios de lo producido, y (b) reducciones en las horas de trabajo.
 
Cualquier combinacion funciona.
 
PERO: debemos tomar en cuanta que usualmente el aumento de productividad no viene gratis, requiere de maquinas nuevas, o de una tecnologia nueva, o de una innovacion. Todo esto requiere un pago (amortizacion, royalty, etc.), por lo tanto los beneficios de la innovacion no pueden ir solo a los trabajadores sino tienen que ir tambien a los otros factores de produccion.
 
Esto hace que si la productividad se duplica, no podemos simplemente reducir a la mitad las horas trabajadas. Tampoco podemos simplemente duplicar los salarios.
 
Luego tenemos otra complicacion: el aumento de productividad no es igual en todos los productos. Lo que puede parecer sencillo cuando hay solo un producto en el ejemplo se vuelve muy complicado cuando hay muchos. Si la productividad en un solo producto se duplica y en todos los demas se mantiene constante, entonces, hay un problema de composicion de demanda, pues la demanda de ese producto cuya productividad crecio, no va a duplicarse…por lo tanto se requerira inevitablemente menores horas de trabajo en su produccion. Estas pueden darse con menor numero de trabajadores o con menores horas por trabajador – eso acaba siendo un tema distributivo, cuya solucion no suele ser ni facil ni justa. Como los cambios de produtividad son variados e impredecibles, y muchas veces ni siquiera bien medidos, los ajustes que se dan estan llenos de fricciones, inequidades e imperfecciones y toman tiempo.
 
En el camino pierden ingreso no solo trabajadores sino tambien empresarios, como cuando la productividad crece en una sola fabrica que desplaza a su competencia.

Todo esto requiere resolverse en un sistema de ecuaciones simultaneas, bien especificadas solo en un mundo ideal. En la practica, las conocemos solo imperfectamente.
 
Pero volviendo al punto central del video. La sociedad seguramente se puede organizar mejor. Buena parte del desempleo se puede reducir o evitar, con mejores arreglos institucionales o mejores politicas economicas. Pero nada de esto es sencillo ni conceptualmente ni en su aplicación. Veamos solamente lo dificil que esta resultando aplicar recetas keyensianas bien conocidas desde hace cien años a la crisis actual. Y es dificil por una variedad de razones, que van desde la incomprension de las retroalimentaciones macro, pasando por los problemas de coordinacion que requiere que muchas cosas se hagan a la vez, cosa dificil de lograr, hasta los intereses politicos por hacer que el opositor caiga, aunque sea a costas del bienestar comun (paguemos un costo “pequeño” ahora, para tener un beneficio mayor cuando “yo” llegue al poder).
 
Pero bueno, querido Manuel, me he extendido en respuesta a lo que me enviaste… tal vez mas de la cuenta.
 
El tema por cierto que me preocupa, como debe preocupar a todos los de mi profesion! Ojala tuvieramos faciles respuestas…. Entre tanto, no nos queda otra que ir mejorando el mundo a poquitos….si persistimos, al final lo habremos mejorado un montón!!
 
 Por el momento un fuerte abrazo,
 
Dani

martes, 28 de septiembre de 2010

lunes, 27 de septiembre de 2010

Jornada laboral: ¿negociación o coerción?

Seguimos respondiendo a Hans Rothgiesser,  acerca de la jornada de cuatro horas.
Dice Hans (y esta parece ser la discrepancia central conmigo, desde que comenzamos este debate) que está de acuerdo con la reducción de la jornada, pero que tal cosa debe ocurrir como resultado de “un proceso de negociación”, que no va a ser fácil, pero que es preferible a una huelga. Dice que si queremos hacer una huelga, el patrón nos dirá: “puff, con la tecnología que hay ahora, ya no te necesito” (no es así, pero vamos a suponer que lo sea).
Bueno, sigamos el razonamiento de Hans y vayamos a negociar. Llegados a la puerta de la negociación, nuestro interlocutor nos dice: “hay dos tipos de empresarios: desalmados y con conciencia. Con los desalmados no se puede negociar, así que solo nos queda hacerlo con los otros (los que están empleados por empresarios desalmados, esán descartados junto con sus patrones, sin haber tenido ocasión de decir esta boca es mía). Pero no importa, sigamos por la ruta del buen Hans. Negociamos con el empresario responsable y, supongamos que el hombre accede a reducir la jornada.
¿Qué pasa en este caso? Muy sencillo: nuestro buen empresario pierde, inmediatamente, competitividad respecto de las otras empresas que disputan el mismo mercado que la suya. ¿Por qué pierde competitivdad? Porque sus costos suben, obviamente. Va camino a la bancarrota, por pretender portarse como bueno en un sistema que no está hecho para eso.
Aquí viene lo interesante, porque una reducción de la jornada, que, como hemos visto, practicada unilateralmente por un empresario (o por un país), lo conduciría a la bancarrota, esa misma reducción, digo, si se instituye de manera universal,  sí conseguiría el objetivo que Hans y yo estamos de acuerdo (yconste que el reitera estar de acuerdo) en buscar. Lo conseguiriá porque, al ser de aplicación universal, con ello se evitaría que los “empresarios desalmados”, que no aceptan la reducción,  saquen provecho, injustamente, de la pérdida de competitividad que los empresarios “conscientes” han sufrido al aceptar, ellos sí, la reducción de la jornada.

Así es como funciona la jornada de trabajo: o se aplica de manera universal, o fracasa. Por eso es que la jornada de 35 horas, aplicada hace años en Francia, se ha venido por los suelos, y, recientemente, la Comunidad Europea autorizó jornadas de 60 y hasta 65 horas semanales. Lo han hecho porque no han podido soportar la pérdida de competitividad frente a la competencia de países asiáticos que, lejos de reducir la jornada, la prolongaron hasta doce o más horas. Es lo que se conoce como “race to the bottom” (carrera hacia el fondo): se compite por ver quien consigue degradar más los estándares laborales.
Así que, si queremos establecer la reducción de la jornada, aunque fuere de manera negociada, tenemos que hacerlo de manera universal. Una negociación internacional, en un foro igualmente internacional.
No veo otra manera de llegar a una negociación de ese nivel que mediante una huelga internacional, que permita poner en la agenda ese tema. Puedo garantizar que si vamos a una huelga mundial (completamente pacífica y democrática, por supuesto), en muy poco tiempo estaremos negociando (como Hans quería) con los empresarios la reducción de la jornada. Como digo en el libro (que Hans ya no tiene pretexto para no leer, puesto que hemos hecho canje), propongo  un acuerdo para reducir media hora cada mes, durante ocho meses, hasta llegar a las cuatro horas. Luego, cada diez años, se volverá a medir el aumento de productividad, para reducciones adicionales.
El tema de si son cuatro horas o cinco horas (cinco y tres cuartos, mi estimado, es un disfuerzo), lo tocaremos más adelante, pero insisto en que no es importante. Si comenzamos ahora con cinco, dentro de diez años tendremos cuatro. Todos los caminos conducen a Roma.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Ganar lo que se produce: el dilema de mil demonios.

La tercera observación que hace Hans Rothgiesser se refiere al tema del excedente o, en otras palabras, de la plusvalía. Dice que si queremos sostener que el trabajador no recibe todo lo que produce, y que el capitalista se queda con una parte, ese el el “rollo marxista” y que la cosa se va a poner pesada.
No puedo aceptar el argumento de que ”el rollo marxista no se aplica aquí”. En realidad, no es argumento, es una descalificación a priori. Yo podría responder descalificando “el rollo de la escuela austriaca” (que Hans parece suscribir), diciendo que es el fundamentalismo neoliberal, o qué se yo. Por ese camino no vamos a ninguna parte.
Desde que en 1997 John Cassidy, en un célebre artículo publicado en New Yorker, propuso a Marx como el pensador del milenio, y poco después, en una encuesta de la BBC, el voto del público decretó lo mismo, ya resulta difícil sostener que ”el rollo marxista no se aplica”. Por el contrario, crece el consenso acerca de que el análisis que Marx hace del capitalismo es imprescindible para entender la economía actual.
Pero voy a tranquilizar a Hans (y, de paso, a los lectores): no voy a argumentar aquí y ahora sobre la teoría de la plusvalía. No es necesario hacerlo, podemos abordar la cuestión de otra manera.
Lo que yo digo es algo más sencillo, y lo digo en el vídeo. Cuando un trabajador pasa a usar una maquinaria más moderna y rápida, y con ello aumenta su productividad, ¿dónde va ese aumento de productividad? ¿Se reparte equitativamente entre el trabajador y la empresa?
La costurera de nustro ejemplo, cuando pasa a producir dieciséis polos diarios en lugar de ocho, ¿recibe una compensación adecuada a ese incremento de la producción?
Antes de responder, tengamos en cuenta que sería perfectamente posible que, habiendose duplicado la producción, se duplicaran también los salarios y las ganancias de la empresa. El trabajador pasaría a recibir un salario equivalente a la venta de ocho polos, en lugar de cuatro. Y la empresa pasaría a obtener una ganacia equivalente también a ocho, en lugar de cuatro. Ambas partes, trabajador y empresa, saldrían ganando.
Ahora, la pregunta es si esto efectivamente ocurre así, y a mí me resulta bastante obvio que no.
Cuando mi productividad como diseñador se cuadruplicó (en realidad, hasta se quintuplicó, probablemente), en los noventas, mi salario se incrementó, es cierto, pero ni remotamente se cuadruplicó (ni siquiera se duplicó).
Usted, amigo que nos lee ahora, haga el mismo razonamiento sobre su trabajo, y probablemente encontrará que le ocurre lo mismo.

Cuando se incorporan, en esta fabulosa revolución tecnológica que estamos viviendo, más y más adelantos tecnicos a nuestro trabajo, lo normal es que los incrementos de productividad que ellos acarrean vayan en beneficio de la empresa, mientras que nuestros salarios, si tenemos suerte, reciben un aumento de 10 o 20%, y si no la tenemos, nada. Es así como ocurren las cosas, y eso lo sabe cualquiera que trabaje por un salario. Ni siquiera se nos ocurre exigirle a la empresa que nos aumente en proporción con la productividad. En resumen, no recibimos todo el producto de nuestro trabajo.
Esta es, en resumidas cuentas, la respuesta a la pregunta que se hace Hans sobre si el trabajador debe ganar todo lo que produce. Debería, pero no gana eso, ni mucho menos.
Queda, entonces, un excedente, que se va aculmulando en forma de capital. Y queda por otra parte, un problema, porque por ese camino vamos, como hemos visto (y lo vemos en el vídeo) a los despidos, que ocurren cuando, habiendo aumentado la productividad, resulta que para producir lo mismo se necesitan menos trabajadores que antes, y el resto debe ser echado a la calle.
Y ese es, precisamente, el otro argumento para responder a Hans. Porque si los trabajadores ganaran todo lo que producen, y cuando aumenta su producción se les aumentara proporcionalmente el salario, entonces, según lo diría Keynes, aumentaría su consumo, y no deberían ocurrir despidos. Pero el caso es que ocurren. Y el caso es que hay desempleo permanente (“estructural”, para usar el eufemismo en boga).
La existencia del desempleo es la otra prueba de que no se consume todo lo que se produce.
Y para mostrar esto no hemos tenido que recurrir, ni por un momento, al temido “rollo de la plusvalía”, sino a simple sentido común y a la experiencia de cada uno.

martes, 21 de septiembre de 2010

Preguntas sobre las 4 horas (nuevo vídeo)


Marco Aurelio Denegri entrevista a Carlín sobre “Manifiesto del siglo XXI” y la jornada de cuatro horas (diciembre 2006).

jueves, 16 de septiembre de 2010

Lo que un trabajador debe ganar (repuesta al segundo punto de Rothguiesser)

La segunda observación de Hans Rothguiesser se refiere a cuánto debe ganar un trabajador. Hans nos exige definir si pensamos que un trabajador debe ganar solamente lo que necesita para vivir, o debe ganar lo que produce (en cuyo caso, solo queda esperar que produzca lo necesario para vivir, o si produce más que eso, tanto mejor para él).
Parece que si dijéramos que el trabajador debe ganar lo que necesita para vivir, eso sería conforme con la idea de limitar el tiempo de trabajo. Una vez obtenido lo que necesita para vivir, el trabajador no debería continuar trabajando, sino ir a su casa a descansar y a disfrutar del tiempo libre.

Si dijéramos, en cambio, que el trabajador debe ganar lo que produce, parecería que esa respuesta no admite la limitación del tiempo de trabajo. Si Desea trabajar más, porque desea ganar más, no se le debe impedir que prolongue su jornada de trabajo hasta donde le plazca.
Pero, en realidad, faltan otras preguntas, que nos pueden sacar de esa dicotomía:
1)¿cuándo el trabajador gana todo lo que produce, y cuándo le retribuyen solo parte de lo que produce, quedándose la empresa con otra parte, bajo la forma de ganancia?
2)¿qué pasa con el trabajador que no gana según lo que produzca, sino que es retribuido con un sueldo o salario fijo? ¿Acaso este trabajador gana más cuanto más trabaja? De ninguna manera. Cuanto más trabaja esta persona, recibe el mismo salario y, obviamente, el resto queda como utilidad de la empresa.

Las preguntas tienen que ver con la jornada de trabajo. Veamos:
1)Cuando se producen adelantos técnicos que permiten dar saltos en la productividad (como es el caso de la actual revolución informática), lo que significa que los trabajadores pasan a producir mucho más que antes, ¿acaso se les aumenta la retribución proporcionalmente a esa mayor producción (ya que, de hecho no se les reduce la jornada de trabajo, que sería otra forma de compensar el aumento de su productividad), para que, como quiere Hans, continúen “ganando lo que producen”, y no pasan a ganar, en realidad, de manera subrepticia, cada vez menos de lo que producen?
2)Si, como en el caso de la confeccionista que mostramos en el vídeo, el aumento de la productividad se vuelca hacia la utilidad de la empresa y no hacia el trabajador, lo más probable es que, tarde o temprano, ese aumento de la productividad se traduzca en despidos. Y, por otra parte, ese mismo aumento de la productividad se traduce también en un aumento de la composición orgánica del capital, como consecuncia del cual, a su vez, tiende a caer la tasa de ganancia (o sea, a agudizarse la crisis).

Planteado el asunto de esta manera, resulta entonces que la reducción de la jornada está ligada al tema de la acumulación de los excedentes de la producción. Si de verdad los trabajadores ganaran todo lo que producen, no habría tal acumulación de excedentes y no tendríamos por qué reducir la jornada laboral, salvo, por supuesto, cuando individual y libremente cada trabajador decida trabajar menos, porque así le viene en gana.

Vayamos entonces al tema de los excedentes, aunque aquí es donde Rothgueisser dice que el ”rollo marxista” no es admisible. Admisible o no, tenemos que tratar el tema, porque de ello depende todo.
Pero de eso no ocuparemos más adelante.

lunes, 13 de septiembre de 2010

¿Por qué cuatro horas? (Respuesta a ‘Mil Demonios’)

Como Hans Rothgiesser (y de paso, El Morsa), muchos se preguntan por qué hemos elegido proponer la jornadas de cuatro horas, y no la de cinco, o la de tres, o cualquier otra.
La pregunta es pertinente, aunque, debo decir, no es tan importante como parece.
No es tan importante, porque lo que estamos proponiendo, más allá de si son ahora cuatro, tres o cinco horas, es un acuerdo para la reducción progresva de la jornada, en proporción con el aumento de la productividad. Si hoy se estableciera la jornada de cuatro horas, lo más probable es que, dentro de diez o quince años, cuando se mida el incremento de la productividad ocurrido desde hoy hasta entonces, se tenga que establecer la jornada de tres horas. Y luego de treinta años, la de dos horas. De manera que, aunque hoy empezáramos por trabajar seis horas, tarde o temprano trabajaremos cuatro, y más tarde dos, y más tarde (ya no nosotros, sino nuestros hijos o nietos), una. Y así sucesivamente.
Así que la discusión sobre por qué cuatro horas es, en realidad, una discusión sobre desde dónde empezamos a caminar, pero estando de acuerdo en que, de todas maneras, vamos hacia el mismo lugar.
¿Por qué empezar por las cuatro horas?
Primero, para recuperar, aunque sea en parte, el enorme retraso que se ha acumulado en noventa años, desde que se estableció la jornada de ocho horas. Desde entonces, la productividad, como decimos en el vídeo, ha aumentado alrededor de 600%, y la jornada, lejos de reducirse, se ha prolongado (esto en los últimos veinte años) hasta doce o catorce horas.

Segundo, porque establecer, por ejemplo, seis horas, como lo intentaron hacer en Europa (las 35 horas semanales de Francia equivalían más o menos a seis horas diarias), tiene el problema de que gran parte de esa reducción puede ser absorbida por la elasticidad en el rendimiento (se ha comprobado que si se reduce la jornada en una hora, por ejemplo, la gente tiende a trabajar más rápido, y termina produciendo en siete horas lo que antes producía en ocho). Debido a esta elasticidad en el rendimiento, las seis horas podrían no tener un impacto importante en la creación de nuevos puestos de trabajo, que es un objetivo fundamental de nuestra propuesta. En cambio, con cuatro horas aseguraríamos que el impacto en el desempleo sea contundente. ¡Podríamos lograr, en poco tiempo, nada menos que el pleno empleo a nivel mundial!. Tengamos en cuenta que el pleno empleo a nivel mundial (algo que hasta hoy parece un sueño inalcanzable) significa, por lo menos, el pricipio del fin de la pobreza en el mundo.
Viendo las asombrosas cifras del aumento de la productividad, podríamos proponer la jornada de dos horas, es verdad. La jornada de cuatro es una meta más prudente, por ahora. Evitaría un salto que puede ser traumático. Inclusive proponemos, (y esto lo explica el libro) que las cuatro horas se implanten, a su vez, de manera progresiva: media hora de reducción cada mes, hasta llegar, en ocho meses, a la jornada de cuatro horas. Esta forma paulatina tiene por objeto evitar, como dije, cualquier efecto traumático en el mercado.
Tercero, no olvidemos que, ya en 1932, Bertrand Russell propuso la jornada de cuatro horas. Nosotros estamos retomando, ochenta años más tarde, algo que ese sabio ya consideraba posible en su época. ¡Con cuánta mayor razón hoy!
En resumen, cuatro horas es una cifra que permite proyectarnos a un escenario de pleno empleo y, desde ese nuevo escenario, continuar reduciendo periódicamente la jornada, ya no solamente para eliminar el desempleo y la pobreza (cosa que ya se habrá conseguido), sino para liberarnos como seres humanos, para conquistar el tiempo libre, para dejar de ser esclavos del trabajo, para poner la economía a nuestro servicio, en lugar de ser esclavizados por ella.
Copntinuaremos respondiendo a otras observaciones de Mil Demonios más adelante.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Nueva respuesta a Mil Demonios

Agradezco a Hans Rothgiesser (espero haberlo escrito bien) la atención que brinda a este tema, objeto de mis desvelos desde hace años.
He visto el vídeo de Matt Ridley, me encantó, no tengo nada que objetar. Creo que Marx lo suscribiría sin inconvenientes. Basta leer el Manifiesto Comunista para ver la fascinación de Marx por el progreso tecnológico conseguido en el capitalismo, gracias a la constante innovación, el intercambio, el mecado, etc.
Sugiero al amigo Hans que se tome la molestia de leer mi libro “Manifiesto del siglo XXI”, para que tenga una idea más completa de mi planteamiento y de la información y la bibliografía que lo sustentan. Así tal vez podremos ahorrarnos algunas explicaciones.
De paso, anímese también a leer ”Habla el Viejo”, mis conversaciones con el fantasma de Marx. Hans es claro y entretenido escribiendo, así que supongo que le gusta leer cosas claras y entretenidas, y creo que ese libro no lo decepcionará.
Vamos ahora al argumento principal que Hans nos expone esta vez. Lo que dice es que, si bien hoy en día tenemos una productividad mucho más alta que hace 80 años (cuando Keynes vivía), también tenemos necesidades mucho mayores. Es verdad, dice, que si nuestras necesidades fueran las mismas de antes, deberíamos trabajar mucho menos. El asunto es que hoy consumimos mucho, pero muchísimo más, y por eso seguimos trabajando igual, o incluso más.
Es cierto que hoy consumimos mucho más cosas que antes. Cosas que en cierto momento fueron superfluas, hoy se han vuelto indispensables (internet es una de ellas, tal vez la más notable).
Vamos al ejemplo de la luz eléctrica. Keynes tenía que trabajar ocho segundos para obtener una hora de luz eléctrica. Lo que significa que, para obtener 8 horas, trabajaba 64 segundos al día (poco más de un minuto).
El trabajador inglés de hoy, según el bien informado Ridley, tiene que trabajar 4 segundos para obtener ocho horas de electricidad. Ojo: la diferencia no es de siete segundos y medio, sino ¡dieciséis veces menos!. Esa es la manera correcta de expresar la diferencia de productividad. En un día no ha ahorrado 7 segundos y medio, sino 60 segundos.

Ahora el asunto está en saber cuántas horas de electricidad diaria necesita hoy ese trabjador inglés. Probablemente, considerando que hoy tiene mucho más aparatos eléctricos que los que tenía Keynes, necesita mucho más horas de electricidad también. Muy bien, pero el problema es ¿cuánto más? En eso reside toda la cuestión. Porque si necesita, por ejemplo, 16 horas, tendría que trabajar... 8 segundos (mucho menos, por cierto, que los 64 segundos de Keynes). De repente es todavía más, de repente son 24 horas, en cuyo caso necesitaría... 12 segundos. Pongámonos más exigentes: necesita 36 horas diarias de luz. En ese caso tenemos que trabajar, para conseguirlas... ¡16 segundos! Lo que sigue siendo menos, pero mucho menos, que lo que tenía que trabajar el pobre de Keynes.
¿Por qué, entonces, le dicen que debe seguir trabajando igual?
¿Cómo sabe el amigo Hans que, si hoy trabajamos ocho horas diarias, con una productivida)d seis veces superior a la que existía en los años de Keynes (ese dato lo cito en el vídeo, es porque consumimos seis veces más que entonces?
¿Cómo sabemos que estamos consumiendo todo lo que estamos produciendo, y no que una gran parte excedente de esa producción se la están quedando otros?
Perdón, pero cuando se trata de mi vida de mi trabajo, de mi tiempo, tengo que ponerme exigente, y no puedo quedarme tranquilo con que me digan: ”ah, ahora produces muuucho más que antes, pero también consumes muuucho más, por eso tienes que trabajar igual”.
Si las proporciones son como las de la electricidad, me parece que las cifras no me cuadran. No creo que, aun consumiendo más energía como lo hacemos hoy, y suponiendo que nuestro incremento de productividad para el caso de la luz eléctrica sea de 1.600% (dieciséis veces más), para el caso del trabajador inglés, según los propios datos de Ridley, se justifique seguir trabajando igual (y mucho menos se justifica, por cierto, que se trabaje hoy doce horas, en lugar de las ocho de ley).
No solo el trabajador inglés, por cierto, ha aumentado su productividad. Lo han hecho los trabajadores de tode Europa, Estados Unidos, América Latina y Asia, en proporciones semejantes.
Una manera sencilla de convencernos que no estamos consumiendo todo lo que estamos produciendo es ver si hay un excedente por algún lado. Si no estamos consumiendo todo lo que producimos, debe haber un excedente, ”¡y tiene que estar en alguna parte!”, me dirán, y con toda razón.
¿No será, por casualidad, que el excedente está en los miles de millones de los gigantescos capitales que se han acumulado y se siguen acumulando, en proporciones asombrosas, inimaginables, en el mundo?
Si yo trabajo hoy doce horas, produzco con ello 9 o diez veces más que un trabajador que trabajaba ocho horas hace noventa años. Si con el salario que me pagan puedo consumir cuatro veces más que el trabajador de 90 años antes, o seis veces más que él, ¿tengo razones para sentirme contento?
Sí, y ¡No!. Sí, porque estoy mejor que ese colega de antes. pero ¡No!, porque, aun si consumo seis veces más, me están extrayendo, sin que me haya dado cuenta, un excedente, que es la diferencia entre seis y nueve. Un excedente que va a engrosar los capitales, que si no, ¿de dónde se engordan tanto?
No está mal, por cierto, que exista ahorro y acumulación. Son necesarios para reinvertirlos en innovación tecnológica, etc. Lo que está mal es que los excedentes, de manera silenciosa, muy bien disimulada, y aprovechándose de que no hemos sido buenos para sacar las cuentas que hemos debido sacar para evitar que nos engañen, los excedentes, digo, vayan todos a parar a las arcas del Capital, sin que nosotros tengamos el derecho a disfrutar de ellos. Y la mejor forma de disfrutarlos, una vez satisfechas nuestras necesidades actuales, todo lo amplias que puedan ser, es también descansando, disfrutando de tiempo libre, que para eso es la vida, caramba, no para ser esclavos del trabajo.
No podemos disfrutar de tiempo libre, por la sencilla razón de que el sistema del mercado, con todo lo bueno que es para propiciar la innovación tecnológica, es incapaz de reducir las jornadas de trabajo, y la experiencia histórica, tanto como la patética realidad de que hoy se imponga en el mundo la jornada de doce horas (para la abrumadora mayoría de la humanidad, y no para algunos gerentes japoneses, que una golondrina no hace verano), así lo demuestra de manera contundente.
Como también demuestra (la experiencia histórica), que la única y más expeditiva forma de reducir la jornada ha sido, y es, la huelga. La huelga pacífica, democrática y civilizada, pero huelga.
Continuaremos, supongo.

lunes, 30 de agosto de 2010

English video of Manifesto

sábado, 28 de agosto de 2010

Respuesta al economista de los Mil Demonios.


Economía de los mil Demonios manifiesta estar de acuerdo con la propuesta de la jornada laboral de cuatro horas, aunque, por lo que veo, discrepa en cuanto a la manera de conseguirla.
Es digno de apreciar que, en medio de esta locura colectiva, un economista tenga la sensatez de reconocer que continuar trabajando doce horas diarias, como lo hace la mayoría de la gente, cuando hoy en día nuestra productividad es 6 o 7 veces superior a la que era cuando se conquistó la jornada de ocho horas, es absolutamente desquiciado.
El problema está, según “Mil Demonios”, en que los que merecen trabajar menos son solamente los que tienen alta productividad, y no los que, como nosotros los peruanos, la tenemos todavía muy baja.
He escuchado muchas veces ese argumento, a mi juicio equivocado. Las diferencias de productividad entre unos trabajadores y otros, como las que existen entre unos países y otros, se expresan en diferentes niveles de salario. Los trabajadores altamente calificados reciben, como es lógico, salarios más altos que los de baja calificación.
Lo que no es correcto es pretender que los trabajadores menos calificados tengan jornadas laborales más largas, para compensar así su menor productividad. Si eso se hace, el resultado es un efecto en cadena que termina por prolongar la jornada de todos.
Eso es exactamente lo que ha estado pasando en los últimos años, desde que los famosos Tigres de Asia empezaron a trabajar en jornadas de 12 horas, lo que generó una presión enorme en el competitivo mercado mundial (hoy globalizado), presión que se ejerció sobre los trabajadores europeos, de manera de irles arrebatando progresivamente sus conquistas laborales (bajo la amenaza de la ”deslocalización”). El resultado final ha sido la implantación, en Europa, de la jornada semanal de 60 y 65 horas, con lo cual, por cierto, se ha echado al canasto las 35 horas que en algún momento se impusieron en Francia y en Alemania.
No puede pensarse que los trabajadores altamente calificados reducirán sus jornadas de manera sostenible, si al mismo tiempo los menos calificados no las reducen o, peor aún, las prolongan, contrarrestando con ello la diferencia de productividad.
Si yo soy un trabajador altamente eficiente, y trabajo ocho horas, y de pronto resulta que un trabajador menos eficiente (en cualquier lugar del mundo), trabajando doce horas, puede igualar mi producción, y con ello me veo en riesgo de perder mi trabajo, ¿qué puedo hacer?. No me quedará más remedio que prolongar yo también mi jornada de trabajo (o reducir mi salario, cosa que no deseo), para impedir que el otro trabajador (mi competidor en el mercado de trabajo) me desplace.
La jornada de trabajo solo puede implantarse universalmente, y más aún en la actual economía globalizada. Así, y no de otra manera, se consiguieron las ocho horas en 1919.
Economía de los mil Demonios parece creer que no se necesita ninguna huelga ni tampoco una norma universal, sino que la libre decisión de los trabajadores se inclinará, de manera natural, a trabajar en jornadas más cortas.
Lo mismo pensó Keynes hace más de 80 años, cuando dijo : “nuestros nietos trabajarán 3 horas diarias”.
Hoy los bisnietos de Keynes (o los bisnietos de los contemporáneos de Keynes, si él no los tuvo) están trabajando, y no lo hacen en jornadas de tres horas, sino de doce. ¿Se necesitan mayor prueba de que, si no es mediante la acción organizada de los trabajadores en la huelga (pacífica y democrática, por supuesto), no conseguiremos la reducción de las jornadas de trabajo a la que tenemos, sobradamente, derecho?

jueves, 12 de agosto de 2010

NUevo vídeo: Manifiesto del siglo XXI



He tratado de sintetizar en un vídeo de 10 minutos mi planteamiento para dar solución a la gran fisura mundial del desempleo, la precarización laboral y la pobreza. Pido a mis amigos que me concedan solo diez minutos de su valioso tiempo para ver este vídeo y, si les gusta, me ayuden a difundirlo. Podemos así generar una cadena y preparar el terreno para que se produzca un movimiento mundial por la huelga de las 4 horas.
Muchas gracias.

jueves, 22 de julio de 2010

Comentario a un supuesto texto de Fidel Castro.


Circula un texto titulado “La otra tragedia”, que no puedo evitar comentar, brevemente por ahora, aunque espero que se genere debate sobre ello.

No creo que de una tercera guerra mundial, con armas nucleares, y con la violencia ejercida por los fundamentalismos (neoliberal e islámico, que ninguno es bueno) pueda resultar nada beneficioso para la humanidad. Se entraría en una larga noche de barbarie. Sería un retroceso histórico, trágico y terrible.

Hay una salida a la crisis del capitalismo, y está en la unión de las luchas de los trabajadores del mundo, alrededor de la reivindicación más importante, y la única capaz de revertir esta situación. Esa reivindicación es la jornada de cuatro horas, equivalente hoy a lo que en su momento fue la jornada de ocho horas (firme y lúcidamente apoyada por Marx y Engels).

El proletariado de China, Grecia, Estados Unidos y muchos otros países está comenzando a articular una respuesta al capital, con huelgas y manifestaciones. Confío en que la respuesta sea creciente y, más temprano que tarde, se abran las anchas alamedas para la movilización de las masas.

En todo caso, creo que así intentamos enfocar, marxistamente, la realidad actual.

Carlos Tovar

lunes, 17 de mayo de 2010

La verdad se va abriendo paso-


Por la columna de Humberto Campodónico nos enteramos de que Robert Brenner, de la Universidad de California, dice que la verdadera causa de la crisis actual es el largo declive de la tasa de ganancia (y no, como tanto se ha repetido, la falta de regulación financiera).
Cito a Campodónico:

"En opinión de Brenner, la “larga caída” encuentra su razón fundamental “en el declive prolongado de la tasa de ganancia promedio del sector privado en su conjunto”, lo que se refleja en la caída de largo plazo del PBI mundial. A continuación, explica lo que, según su parecer, son las causas de ese declive, lo que no es posible abordar en este artículo. Pero la lección fundamental es que, para “leer correctamente” las causas de la crisis debemos apartarnos del dogma que afirma que la libertad del mercado lleva a la “autoestabilización” del sistema, como plantea Summers."

Poco a poco se viene abriendo paso la verdad sobre la crisis. En el post anterior citamos a Alejandro Nadal, que sostiene lo mismo, aunque es aún más explícito: reconoce que la teoría de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia pertenece a Marx.
Me gustaría saber qué dice, por ejemplo, Estanislao Maldonado, quien, cuando en una entrevista que me hizo Marco Sifuentes dije lo mismo que ahora dicen los dos economistas que cito (tres, si suponemos que Campodónico comparte el punto de vista), me tildó de "marxista desfasado".

martes, 6 de abril de 2010

Nuestra tesis encuentra respaldo en Alejandro Nadal


El conocido economista Mexicano Alejandro Nadal dice que la crisis mundial tiene su origen en la caída de la tasa de ganancia, tal como fue señalado hace siglo y medio por Carlos Marx, y tal como lo venimos sosteniendo en este blog, desde la aparición de mi libro “Manifiesto del siglo XXI”.
Lo que a Nadal le falta descubrir, por cierto, es que la tendencia a la caída de la tasa de ganancia es reversible, mediante la aplicación universal de una medida sencilla y de costo cero, que no es sino la reducción de la jornada laboral en forma proporcional al aumento de la productividad. La implantación de la jornada de 4 horas significaría no solo el fin de la crisis, sino el pleno empleo, la disposición de tiempo libre para todos y la apertura de una época nueva de estabilidad y verdadero progreso para la humanidad. Ese es, precisamente, nuestro aporte original a la teoría económica.

Conferencia


Este jueves al mediodía estaré en la Universidad Ruiz de Montoya (Paso de los Andes 970, Pueblo Libre), presentando mi Power Point “Manifiesto del siglo XXI”, por invitación de la poeta y catedrática de ese centro de estudios Rocío Silva Santisteban. El ingreso es libre.

martes, 9 de febrero de 2010

Las ingenuas propuestas de Oswaldo de Rivero


Reconforta encontrar que no estamos tan solos los que nos damos cuenta del grave problema de la destrucción del empleo por la tecnología. Pero cuando de proponer soluciones a este problema se trata, parece que muchos están afectados por una increíble ceguera.
Con el título “El imparable proceso de desproletarización mundial” , Oswaldo de Rivero aborda nuestro tema favorito, y lo hace con luces y sombras.
Empecemos por decir, como tantas veces lo hemos hecho, que es muy cuestionable hablar de un proceso de desproletarización mundial, como lo hace De Rivero:

Mucho antes que viniera esta recesión mundial, ya la revolución tecnológica estaba haciendo desaparecer las enormes factorías llenas de proletarios, y en su lugar, haciendo surgir fábricas automatizadas más repletas de software que de trabajadores


Diremos, como John Holloway, que estar sentado delante de una computadora es tan manual como estar sentado delante de un telar , para destacar, con esta frase, que lo que tenemos hoy día no es un propceso de desproletarización, sino el crecimiento de un nuevo proletariado, al lado del menguante proletariado tradicional. Este nuevo proletariado, mal llamado trabajador intelectual o trabajador del conocimiento, realiza su labor con computadoras, softwares o robots, pero no es menos proletario que el obrero fabril, si nos atenemos a la definición de proletario como aquel que vende su fuerza de trabajo para subsistir.
Pero dejemos por el momento el tema de la supuesta desproletarización, para entrar en lo más importante, que es la pérdida de puestos de trabajo debida al desarrollo de la tecnología. En esto sí que no se equivoca De Rivero:
El software y la automatización han reducido el número de trabajadores por unidad de producción en los países industrializados. En todos ellos el sindicalismo se ha reducido y con ello el poder que el proletariado había heredado desde la revolución industrial.

El problema es, ¿qué propone el autor para enfrentar ese problema? Dos cosas: mejorar la calificación de los trabajadores, y reducir la explosión demográfica:
Hoy, la revolución tecnológica y la explosión demográfica urbana en los países subdesarrollados han entrado en colisión. Esto obliga a que las políticas de empleo en estos países se apoyen, hoy más que nunca, en la planificación familiar y en una educación de calidad para lograr reducir el crecimiento de población urbana y hacerla más calificada. Si no se hace esto el desempleo aumentará, cualquiera que sea el modelo económico, porque la invención, para ahorrar labor humana, no se va detener.

Mejorar la calificación de los trabajadores, podría, en efecto, atenuar temporalmente el desempleo en los países tecnológicamente atrasados. Decimos temporalmente, porque el efecto de esa mejora se diluirá tan pronto como, acicateados por la nueva competencia de los trabajadores recién capacitados, aquéllos de los países ricos opten por mejorar, a su vez, su propia calificación, para con ello contrarrestar la nuestra. No pensaremos que se van a quedar de brazos cruzados esperando que les arrebatemos los cada vez más escasos puestos de trabajo ¿no es cierto?.
Pero, sea que al final de esta carrera por la calificación, ganen los trabajadores de los países ricos o los de los países emergentes, el problema del desempleo subsistirá, y creo que De Rivero no puede dejar de darse cuenta de ello.

Si tenemos cinco naranjas, y decimos a diez personas que cojan una naranja cada una, es de esperar que quienes logren cojerlas sean los más ágiles y más fuertes (los mejor calificados).
Si entrenamos a los menos ágiles y menos fuertes, y logramos equiparar su destreza con aquella de los otros cinco, es muy probable que, puestos a disputarse otras cinco naranjas entre diez personas, algunos de nuestros pupilos logren estar entre los cinco ganadores de naranjas. ¡Qué bueno!, dirá el señor De Rivero.
Pero con eso no hemos resuelto nada, en lo que se refiere al problema de la falta de naranjas. Sean quienes sean los ganadores, habrá cinco personas que se quedarán sin naranja.
Con lo que la propuesta de la capacitación, si bien temporalmente ventajosa para el tercer mundo, demuestra ser inútil para resolver el problema de fondo.

Pasemos ahora a la segunda idea: controlar el crecimiento de la población.
Para empezar: estamos a favor de que se reduzca el crecimiento de la población. Lo que vamos a decir es que ello, si bien es plausible, no solucionará el problema del desempleo.
Supongamos que hemos logrado evitar el crecimiento de la población mundial, alcanzando que esa cifra sea cero. ¿Habremos detenido con ello el avance de la técnica?. En ese mundo de crecimiento poblacional cero, los nuevos inventos seguirán apareciendo, y cada uno de ellos (cada nuevo robot, cada nuevo software, cada nueva tecnología automática) ocasionará la supresión de puestos de trabajo.
¿Qué haremos entonces? ¿Reducir la población, pasando a tener una cifra negativa, dirá tal vez De Rivero?
Espero que no lo piense, porque esa idea es un disparate.
Tampoco la reducción de la población eliminará el problema de la falta de puestos de trabajo.

Primera demostración, por el absurdo: si, en una sociedad de crecimiento poblacional cero, la tecnología continúa desarrollándose (como es natural y deseable que ocurra) continuará suprimiendo puestos de trabajo. Lo que, en otras palabras puede expresarse como que la cantidad de puestos de trabajo tenderá a ser cero.
Si la cantidad de puestos de trabajo tiende a cero, y pretendemos que la cantidad de seres humanos trabajadores se reduzca en proporción a la cantidad de puestos de trabajo disponibles, la conclusión de esta bien intencionada propuesta será, nada menos que la desaparición de la humanidad. Cuando la automatización haya avanzado al punto de suprimir todos los puestos de trabajo, y toque, en ese momento, automatizar las labores correspondientes al último puesto de trabajo restante, lo que deberá hacer el último habitante del planeta, ocupante de ese último puesto de trabajo existente, será suicidarse. Con ello habremos alcanzado, por fin, el equilibrio que De Rivero desea establecer entre la cantidad de habitantes del paneta y la cantidad de empleos disponibles.

¿Qué proponemos entonces, se preguntará el lector? ¿Acaso suprimir los inventos? ¿Prohibir la informática, como prefigura el universo de ”Dune”, la saga novelística?
Nada de eso. proponemos hacer lo que haría cualquier persona sensata, si se viera en la necesidad de repartir cinco naranjas entre diez personas: no pretender que cada persona coja una naranja, sino media naranja (no “su media naranja”, que es otra cosa).
Es decir, reducir el tiempo de trabajo, achicar la jornada, repartir el trabajo necesario –cada vez menos cuantioso– en partes iguales entre todos.
Si entregar media naranja a cada persona significa reducirle un alimento, si reducimos la cantidad de trabajo que realiza cada persona, ya no estamos hablando de un alimento, con la naranja, sino de una carga. Estamos, entonces, liberando a la gente del trabajo, en forma progresiva. Estamos repartiendo el pesado fardo del trabajo en partes cada vez más pequeñas para cada individuo. Estamos haciendo a la humanidad, por primera vez en la historia, más libre por cada hora de trabajo que se la ahorra a cada ciudadano.
¿No es esto lo sensato? Si la técnica nos alivia del trabajo, ¿no es justo y necesario que el trabajo sea cada vez menor para cada uno de nosotros?
Pero esta idea, que venimos sosteniendo desde hace años, y que sostuvieron en su momento Paul Lafargue y Bertrand Russell, parece, siendo tan simple, no ser visible para nadie hoy en día.
Los intelectuales dan vueltas y vueltas sobre el problema, y pueden proponer muchas cosas, pero jamás se les pasa por la cabeza una solución que a nosotros nos aparece tan obvia. ¿A qué se debe esta singular ceguera?
¿Leerá, por ventura, el inquieto señor De Rivero este texto? ¿Podemos abrigar la esperanza de que, algún día, algún intelectual nos escuche? ¿Hola, hay alguien allí?