lunes, 12 de diciembre de 2011

Sobre Habla el viejo, en Mesa de Noche

http://youtu.be/NjS9yCEn3pw

Estuve en el programa Mesa de Noche, explicando porqué se publica Habla el Viejo, las causas y la salida de la crisis mundial.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Para entender la teoría del valor.


Valor de uso y valor de cambio


Para entender por qué las máquinas no generan valor agregado tenemos que empezar por aclarar que no estamos hablando de cualquier forma de valor, sino de una forma específica de valor. Cuando nos referimos al valor agregado de un producto, nos estamos refiriendo a que se le ha agregado valor de cambio, es decir, aquel valor por el cual puede ser intercambiado en el mercado. No estamos hablando de valor de uso, o de riqueza, en el sentido común de esos términos. Hay cosas que tienen un gran valor de uso, pero que carecen de valor de cambio. El aire, por ejemplo, es una de las riquezas materiales de mayor valor de uso. Sin él pereceríamos en pocos minutos. Pero el aire carece de valor de cambio, por la sencilla razón de que no se requiere ningún trabajo para obtener aire. De la misma manera, hay gran cantidad de riqueza que existe en la naturaleza y que carece de valor de cambio (lo que, por cierto, no significa que no tenga valor de uso).
Así, el único valor que interesa al capital, para poder reproducirse en el mercado y obtener ganancias es, por cierto, el valor de cambio. El valor de uso es algo que le tiene bastante sin cuidado.
En la calle donde vivo existen árboles de mora. En el mes de octubre, cuando los frutos maduran, puede decirse que las moras, en esa calle, carecen de valor de cambio. Difícilmente alguien pagaría por unas frutas que están al alcance de cualquiera que se moleste en estirar las manos para cogerlas.
Supongamos que un chico toque a mi puerta, en el mes de octubre, y me ofrezca una canasta llena de moras, recogidas en la misma cuadra. Tal vez, en ese caso, podría darle algún dinerito por las moras —a pesar de que yo mismo hubiese podido recogerlas, si me lo hubiera propuesto. ¿Por qué le pagaría al muchacho? Por el trabajo que se ha tomado al recolectarlas, sin duda. No le estaría pagando, entonces, por las moras (que siguen teniendo el mismo valor de uso que han tenido siempre, y siguen careciendo, en esta calle y en esta temporada del año, de valor de cambio), sino, precisamente, por el trabajo humano.
Fuera de esta temporada, sería posible vender, en la misma calle, moras traídas de otro lugar. Lo que estaríamos pagando por esas moras, que seguirían teniendo el mismo valor de uso que aquellas que abundan en octubre, sería simplemente el trabajo que demandaría cosecharlas en otro lado y traerlas hasta aquí. Lo que queremos poner en evidencia con esto es que el valor de uso y el valor de cambio son completamente independientes. Una cosa que tenía, en cierto momento, valor de uso y también valor de cambio, puede dejar de tener valor de cambio en otro momento, a pesar de conservar su valor de uso.

Trabajo humano y maquinaria

Cuando una nueva máquina pasa a ejecutar una tarea que antes era realizada por la mano de una persona, esta nueva máquina está generando el mismo valor de uso que antes era producido por el trabajo humano. Como ese valor de uso, cuando era realizado por el trabajo, tenía también un valor de cambio, se nos presenta, en este momento, la ilusión de que esa máquina, al realizar la misma actividad que antes estaba a cargo del trabajador, debe estar generando el mismo valor de cambio. Pero no es así. La máquina deja de generar nuevo valor de cambio. Sólo lo transfiere. Solamente traspasa su propio costo al costo del producto, pero no genera nuevo valor. Es decir, no genera valor agregado.
Tomemos, por ejemplo, a un hábil y experimentado cardiólogo que atiende en la sala de emergencias de un hospital. Cuando llega un paciente, el médico debe usar sus sofisticados conocimientos para determinar, con gran rapidez, si la persona con problemas cardíacos requiere masajes al corazón, respiración artificial, intervención quirúrgica o lo que fuere necesario. Es, a no dudarlo, un trabajo de alto valor de uso, puesto que de él depende la vida humana a cada minuto. Es un trabajo altamente valorado, muy apreciado por todos y nada fácil. Ese trabajo tiene, por ahora, un alto valor de cambio.
Pero luego ocurre que, en la sala de emergencias, se instala un nuevo robot que puede realizar, en cuestión de segundos, con la misma certeza que el doctor, y aun con mayor rapidez, el mismo diagnóstico. ¿Que ocurre ahora con el valor de cambio?
En un primer momento, cuando nuestra sala de emergencias es todavía la única en el distrito que dispone del nuevo y prodigioso robot, el trabajo de esta máquina se beneficiará, sin duda, del precio del mercado, es decir, del precio promedio que cuesta la remuneración de los médicos que, en todas las demás clínicas y hospitales de la circunscripción, hacen el diagnóstico cardíaco. Seguramente, nuestra clínica, en el afán de captar mayor clientela, empezará a cobrar por el diagnóstico cardíaco un precio un tanto menor que el promedio del mercado. Aún así, obtendrá altas utilidades por ese servicio porque, sin duda, el costo de esa maquinaria estará muy por debajo del salario de los profesionales que hacen las mismas tareas.
Supongamos ahora que, como tiene que ocurrir por obra de la competencia, todas las clínicas, con el tiempo, terminen por instalar los mismos autómatas en sus salas de emergencia. ¿Qué ocurrirá ahora con el valor de cambio? (Dejamos por descontado que el valor de uso de ese diagnóstico sigue siendo el mismo, y la vida humana sigue dependiendo de él en la misma medida). Pero, repito, ¿qué ocurre con el valor de cambio?
Tal vez el contador de la clínica resolverá, sin asomo de dudas, este problema, que a muchos economistas les genera más de un dolor de cabeza. El nuevo valor de cambio del servicio de diagnóstico cardiovascular habrá cambiado por completo de parámetros. Ya no se tendrá en cuenta, para nada, los altos salarios de los profesionales que antes hacían esas tareas, los cuales, a su vez, estaban en función de los altos costos de muchos años de estudios universitarios, cursos de posgrado, etc. Nada de eso continuará formando parte de los cálculos contables ahora. Lo único que deberá tenerse en cuenta, en un mercado competitivo, para continuar ofreciendo un servicio que tenga un valor de cambio será, por cierto, el costo de la maquinaria (y, probablemente, una parte pequeña de salario, ya no de un médico, sino de un operario que enciende y apaga el robot y lo conecta al paciente). Si, por ventura, esa maquinaria resulta siendo muy barata, el costo del servicio, que antes podía ser muy caro, pasará a ser tan barato como lo es esa máquina.
Supongamos que, con el tiempo, esa maquinaria se continuase abaratando (es lo que tiende a ocurrir con todas las maquinarias en la medida en que se mejoran los diseños y, sobre todo, cuando se automatiza la propia producción de esas maquinarias, es decir, conforme las propias maquinarias pasan a ser producidas, a su vez, por otras maquinarias). Supongamos entonces que, por obra de la tecnología, el costo de esos robots se abarate espectacularmente. ¿No se abaratará, en la misma medida, y siempre que estemos operando con las leyes de la oferta y la demanda, el valor de cambio de ese servicio?
Llevando nuestro ejemplo hasta el extremo, podemos afirmar que, en la medida en que el costo de la maquinaria se acerque a cero, también el valor de cambio del producto tenderá a cero.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Explicando lo de las 4 horas.

http://www.livestream.com/lamulape/video?clipId=pla_7f343d79-271b-4cfa-b9d2-cb2d5a0faf82Entrevista en Duro de Roer (La Mula). Entre el minuto 12 y el 20, hablo de la jornada de cuatro horas y de la movilización que habrá el 11.11.11 en todo el mundo.

miércoles, 1 de junio de 2011

Emplazamiento a las centrales sindicales.

No estamos todavía en otro mayo del 68, pero este mayo de 2011 trae bastante. Recordemos que, en noviembre de 2010, dijimos que las huelgas generales en Grecia, España y Francia podrían ser los prolegómenos de un nuevo mayo. En diciembre, la huelga de los estudiantes en Londres apuntaba en la misma dirección. El 10 de marzo dijimos lo mismo acerca de la gran huelga y la toma del Capitolio de Wisconsin. Hoy están tomadas todas las plazas de España, y el movimiento podría extenderse a otros países. Digo yo: ¿no es hora de que las centrales sindicales salgan de su marasmo y levanten la bandera de la jornada de cuatro horas, única reivindicación de alcance verdaderamente mundial, que permitiría a los trabajadores revertir la espiral macabra que ha degradado los estándares laborales, y alcanzar una victoria histórica que nos pondría en el umbral de un mundo nuevo? Desde mi modesta posición me permito emplazar a los dirigentes para que respondan al llamado de la historia. No dejen pasar este momento.

jueves, 24 de febrero de 2011

Por qué no se cumple la predicción de Keynes sobre la jornada de tres horas.

¿Se puede comer dinero? ¿Cuánto es suficiente?

La recesión económica ha producido una explosión de irritación popular  contra la “avaricia” de los banqueros y sus primas “obscenas”, que ha ido acompañada de la crítica más amplia al “desarrollismo”: la persecución del desarrollo económico o la acumulación de riqueza a toda costa, independientemente del daño que pueda causar al medio ambiente de la Tierra o a valores compartidos.
John Maynard Keynes abordó esa cuestión en 1930 en su breve ensayo “Posibilidades económicas para nuestros nietos”. Keynes predijo que al cabo de 100 años –es decir, en 2030–, el crecimiento en el mundo desarrollado se habría detenido de hecho, porque la gente tendría “suficiente” para llevar una “buena vida”. Las horas de trabajo remunerado se reducirían a tres al día: una semana de quince horas. Los seres humanos serían más como los “lirios del valle que ni trabajan ni hilan”.
La predicción de Keynes se basaba en la suposición de que, con un 2% de aumento anual del capital,  un 1% de aumento de la productividad y una población estable, el nivel de vida medio se multiplicaría por ocho por término medio, lo que nos permite calcular cuánto pensaba Keynes que era [suficiente]. El PIB por habitante en el Reino Unido al final del decenio de 1920 (antes del desplome de 1929) era 5.200 libras (8.700 dólares), aproximadamente, en valor actual. De modo que calculó que un PIB por habitante de 40.000 libras (66.000 dólares), aproximadamente, sería “suficiente” para que los seres humanos centraran su atención en cosas más agradables. No está claro por qué pensaba Keynes que la renta nacional británica media multiplicada por ocho sería “suficiente”. Lo más probable es que adoptara como criterio de suficiencia los ingresos del burgués rentista de su época, que eran unas diez veces mayores que los del trabajador medio.
Ochenta años después, el mundo desarrollado se ha acercado al objetivo de Keynes. En 2007 (es decir, antes del desplome), el FMI informó de que el PIB medio por habitante en los Estados Unidos ascendía a 47.000 dólares y en el Reino Unido a 46.000. Dicho de otro modo, el nivel de vida del Reino Unido se ha multiplicado por cinco desde 1930, pese a la refutación de dos de las hipótesis de Keynes: las de que no habría “guerras importantes” ni “crecimiento de la población” (en el Reino Unido la población es el 33 por ciento mayor que en 1930).
La razón de que hayamos prosperado tanto es la de que el aumento anual de la productividad ha sido mayor que el proyectado por Keynes: un 1,6%, aproximadamente, en el Reino Unido y un poco mayor en los Estados Unidos. Países como Alemania y el Japón han prosperado más aún, pese a los efectos enormemente perturbadores de la guerra. Es probable que la mayor parte de los países occidentales alcancen el “objetivo” de 66.000 dólares de Keynes en 2030.
Pero es igualmente improbable que ese logro ponga fin a la [insaciable aspiración] de obtener más dinero. Supongamos, cautelarmente, que hayamos recorrido las tres cuartas partes del camino hacia el objetivo de Keynes. Habría sido de esperar, por tanto, que la jornada laboral hubiera disminuido en dos terceras partes. En realidad, ha disminuido sólo una tercera parte... y ha dejado de reducirse desde el decenio de 1980.

lunes, 14 de febrero de 2011

Conferencia y panel sobre la Jornada de 4 horas.


PRESENTACIÓN
El Colegio de Sociólogos del Perú auspicia la presentación de la Conferencia del arquitecto y dibujante Carlos Tovar, “Carlín”, sobre la Jornada de Cuatro Horas, sustentada en su libro “Manifiesto del siglo XXI”, aparecido en 2006.
La conferencia contará con los comentarios de un panel integrado por Guillermo Rochabrún, sociólogo, catedrático de la Universidad Católica y reconocido autor, y José Carlos Ballón, filósofo, también catedrático y autor, director de las ediciones de Vicerrectorado de la Universidad de San Marcos.
La presentación estará a cargo de Pedro Pablo Coppa, decano del Colegio de Sociólogos del Perú, y Ángel Díaz Paredes, coordinador general del evento.
El evento se realizará el jueves 3 de marzo a las 7pm, en el Salón Central del Centro Cultural de San Marcos (La Casona), en el Parque Universitario.
El ingreso es libre. 

FUNDAMENTACIÓN
Luego de más de veinte años de revolución tecnológica, las esperanzadas promesas de los futurólogos de los noventas parecen cada vez más lejos de cumplirse.
Las maravillas de la informática y la automatización nos siguen deslumbrando con   nuevos artilugios, más veloces, más compactos y más fáciles de operar y, con ellos, los seres humanos han obtenido un fantástico incremento de su productividad.
En promedio, los trabajadores producen hoy el doble que hace veinte o treinta años. Pero en lugar de premiar ese esfuerzo con una vida más placentera y libre, el sistema enloquecido en el que estamos inmersos exige a la gente que se esclavice más aún, prolongando  e intensificando sus jornadas hasta límites extremos, al tiempo que continúa la siniestra ola de despidos masivos.
Este régimen, tan hábil para revolucionar la técnica, es, sin embargo, absolutamente inepto para hacer la primera cosa sensata que cabría esperar de esos adelantos: aliviar el esfuerzo cotidiano de los seres humanos, liberándolos progresivamente de la carga del trabajo.
Somos los trabajadores del mundo los llamados a poner coto a este despropósito monumental, a esta injusticia clamorosa. Para lograrlo, debemos unirnos con una bandera común, capaz de movilizar a todos para conseguir un objetivo tangible.
Esa reivindicación concreta existe, y es la jornada de cuatro horas.
La jornada de cuatro horas cerraría la enorme fisura mundial entre productividad y trabajo. Su implantación a nivel planetario significaría la obtención casi inmediata del pleno empleo, lo que, a su vez, es el primer y definitivo paso para la desaparición de la pobreza en el mundo.
Debería ser continuada con reducciones sucesivas, proporcionales a los nuevos incrementos de productividad, en los años venideros, de manera de alcanzar, en un futuro no muy lejano, jornadas de tres o de dos horas. Ello significará, como es fácil vislumbrar, una nueva etapa en la historia de la humanidad, que abrirá el camino  de nuestra verdadera liberación.