martes, 8 de diciembre de 2009

Exitosas presentaciones

Cada vez son más frecuentes las presentaciones del Power Point de Manifiesto del siglo XXI.
Recientemente se presentó inaugurando la Escuela Sindical Jose Carlos Mariátegui, en la CGTP.
El viernes 4 se presentó en el III Festival del Libro de Arequipa.

En ambos casos, la acogida del público, especialmente de trabajadores y estudiantes, fué muy entusiasta.
Aquí algunas fotos del evento en Arequipa


Hoy martes 8 se presenta el Mainfiesto como parte de las actividades del Centro Cultural Aduni, en Villa El Salvador.
Parece que el trabajo de hormiga que venimos haciendo, con la ambiciosa meta de difundir a nivel mundial esta propuesta, empieza a dar frutos.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Charla y panel en la Católica


Este lunes 16 a las 6 pm doy la charla sobre Manifiesto del Siglo XXI en el auditorio de Ciencias Sociales de la Católica. Habrá un panel de economistas, entre ellos Javier Iguíñiz y Óscar Dancourt. Están invitados.

martes, 29 de septiembre de 2009

Más sobre hegemonía y estructuralismo

Dice Laclau que una de las razones por las que hay que revisar los conceptos marxistas es que la supuesta hegemonía del proletariado ya no existe más. Ya no es el proletariado el sujeto histórico de la transformación. Hay una multiplicidad de actores en el escenario social, en correspondencia con similar multiplicidad de conflictos (étnicos, de género, de minorías, etc.).
Para comenzar aclaremos que el marxismo no desconoce ni ha desconocido nunca la existencia de la diversidad en los conflictos. Las reivindicaciones feministas, por ejemplo, son de larga data; tampoco los conflictos étnicos son un descubrimiento de los años recientes. Lo que ocurre es que, en épocas de reflujo de la lucha del proletariado, estos conflictos sectoriales tienden a aparecer en primer plano.
Pero hay otra cosa más importante que decir sobre el tema. Mientras los intelectuales tratan de convencerse y convencernos de la fragmentación de las luchas populares, de las diferencias entre las reivindicaciones, diferencias que con frecuencia se contraponen, de manera que resulta imposible unificar las luchas (porque cuando se trata de hacerlo se convierten en el famoso “significante vacío”); mientras nos dicen todo eso, resulta que, en el otro lado del tablero, los patrones, los dueños del capital, están muy bien coordinados y unidos (en el G-8, por ejemplo) en el proyecto neocapitalista de imponer a los trabajadores mayores niveles de explotación.
Cito a José Pablo Feinmann:

“Es un fenómeno notable: en tanto las universidades occidentales proclaman las filosofías de la diferencia, de la destrucción de la centralidad, de la totalización, adoran la deconstrucción posestructuralista y el fragmentarismo posmoderno, la política del Imperio impone lo Uno, exalta la globalización de su cultura, de su poder y de sus proyectos bélicos. El piadoso multiculturalismo académico resulta patético a partir de la decisión del Imperio bélico-comunicacional (Estados Unidos) por controlar el planeta.”
Vale preguntarse: ¿es tan cierto que el proletariado ya no es capaz ser el sujeto unificador y protagónico del cambio?. Esto sería cierto si considerásemos que proletariado y clase obrera son sinónimos. Lo eran en el siglo XIX, pero ya no lo son.
Como dice John Holloway, ”estar sentado toda la jornada delante de una computadora es tan manual como estar sentado delante de un telar”. Lo que significa que, hoy en días tenemos el proletariado dividido en dos partes. Una, la clase trabajadora tradicional, sí tiene conciencia de sí misma. La otra, la nueva clase trabajadora del creciente sector de la informática, las comunicaciones y los servicios, todavía no tiene conciencia de ser proletaria. ¡Pero lo es!. La tarea es hacer que esta otra mitad del proletariado se asuma como tal. Y de lograrse este objetivo, no nos quepa duda de que, unidos, los trabajadores del mundo son la única y gigantesca fuerza capaz de derrotar a los explotadores y abrirse camino para salir del tenebroso pantano en que nos ha sumido el neoliberalismo.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Mañana explico en vivo el manifiesto del siglo XXI

Mañana jueves 6 de agosto, a las 7 pm, estaré en el Centro Cultural Garcilaso (Jr. Ucayali 391, Lima), presentando en power point la propuesta de la jornada de cuatro horas. Ingreso libre.

martes, 14 de julio de 2009

Comentarios sobre ”Hegemonía y Estrategia Socialista”, de Laclau y Mouffe.

Para quienes, como yo, reivindicamos la actualidad del marxismo, resulta un tanto abrumador encontrarnos con que, en el lapso de un par de décadas, se ha volcado sobre el pensamiento un caudal tan enorme de cuestionamientos, un viraje tan grande, que incluso el diálogo resulta difícil.
No han cambiado solo las ideas. Ha cambiado el léxico, de modo que quien habla usando categorías marxistas casi no puede entenderse con quien lo hace mediante conceptos del estructuralismo y la linguística, que son hoy predominantes.

A propósito de lo anterior –y para entrar en el tema del libro que nos ocupa– dicen Laclau y Mouffe que... “aquellas lógicas relacionales que fueran originariamente analizadas en el campo de lo lingüístico (en el sentido restringido), tienen un área de pertinencia mucho más amplia que se confunde, de hecho, con el campo de los social (op.cit., p.4).
Lo que ha venido sucediendo es que un modelo o esquema de pensamiento, surgido de la lingüística, ha tenido un efecto expansivo asombroso, al punto de introducirse y dominar (hegemonizar, dirían muchos) el horizonte actual de la filosofía, la sociología, la política, la antropología, la psicología, el periodismo, la crítica literaria, etc.
Cabe preguntarse: ¿es lícito esto?. Para quienes pensamos que, para entender los fenómenos sociales e históricos, debe partirse del análisis de la economía (las relaciones de producción, al decir de Marx), por ejemplo, ¿no representa este aluvión de la semiótica, la lingüística y el estructuralismo, una mutilación?
¿Dónde quedó el factor económico? ¿Cómo así se ha llegado al punto de negligir lo que antes era fundamental?

Trataremos de seguir un poco la pista del pensamiento para encontrar cómo se ha llegado a esto.
Para Laclau y Mouffe, “el hilo de Ariadna que preside la subversión de las categorías del marxismo clásico es la generalización de los fenómenos del ’desarrollo desigual y combinado‘(p. 5). Ello supone para los autores, la crisis de la categoría de ”sujeto”. Los actores sociales son vistos ahora como ”sujetos descentrados”... ”fragmentos dislocados y dispersos” (p. 4 y 5).
La realidad del capitalismo avanzado, dicen, nos obliga a deconstruir la noción de ”clase social”. Ya no es la clase, sino que son distintas formas de subordinación –de clase, de sexo, de raza, ecológicas, antinucleares, etc., las que deben ”articular sus luchas” para lograr un objetivo (que, por cierto, ya no es el socialismo sino la “radicalización de la democracia”). Hay que abandonar, entonces, la posición iluminista de creer en clases predestinadas, para entender la multiplicidad y diversidad de las luchas contemporáneas.
¿Qué tan cierto es que las clases ya no juegan el papel determinante?
Por otra parte, ¿es verdad que el marxismo no entiende o menosprecia la multiplicidad de conflictos étnicos, sexuales, ambientales, ni tampoco la diversidad de sectores sociales que luchan contra la opresión (hoy llamada, más asépticamente, ”subordinación”)?
Responderemos a estas preguntas próximamente.

jueves, 2 de abril de 2009

Decrecimiento y progreso.


En diversos medios se publica un artículo de Rómulo Pardo acerca del decrecimiento sustentable.
Para comenzar a entender la idea del decrecimiento, es bueno establecer que crecimiento y progreso son cosas muy distintas, aunque por mala costumbre se los ha llegado a ver casi como sinónimos. Es el progreso (entendido como el logro de mejores niveles de vida para los seres humanos) lo que deberíamos perseguir. El crecimiento, por el contrario, es la obsesión insana de los gobernantes actuales y, al mismo tiempo, el gran destructor de nuestro ecosistema.
Ya Iván Illich, Alberto Buela y muchos otros autores han planteado el decrecimiento como una necesidad para el verdadero progreso.
Lo que resulta lamentable es que no se hayan dado cuenta de que la vía más efectiva para llegar al decrecimiento es la reducción de la jornada de trabajo. O, para ser más concretos, la jornada de cuatro horas, que este blog ysu autor vienen planteando desde hace años.
La reducción de la jornada de trabajo es la vía efectiva hacia el decrecimiento, además de ser la única vía para solucionar la crisis económica mundial.

Reduciendo la jornada (empezando por establecer las cuatro horas de trabajo) se frena la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, porque se impide que siga creciendo la composición orgánica del capital. Al estabilizar la tasa de ganancia, la reducción de la jornada suprime la contradicción que empuja al capital a la especulación financiera y a la sobreexplotación del trabajo, dos plagas contemporáneas de las que todos tenemos amplia noticia.

Reduciendo la jornada se conquista el tiempo libre para los ciudadanos y, con ello, una nueva correlación de fuerzas y un nuevo poder ciudadano.

Reduciendo la jornada se obtiene el pleno empleo, lo que, a su vez, constituye el medio de redistribución de la riqueza más efectivo que pueda imaginarse. El pleno empleo conduce a un fortalecimiento de los sindicatos y a la mejora de los salarios y de las condiciones de trabajo, al invertir la correlación entre capital y trabajo en el juego del mercado.

Reduciendo la jornada, finalmente, se logra detener el crecimiento económico, entrando en un esquema de reproducción simple, donde a cada incremento de productividad se corresponde con una disminución exactamente proporcional del tiempo de trabajo.

Ahora bien, pretender establecer el decrecimiento SIN REDUCIR LA JORNADA DE TRABAJO, y solamente por medio de la planificación, de la reducción del consumo de ciertos sectores, de las apelaciones a la conciencia cívica, a la solidaridad o cualquier otra de las bienintencionadas medidas que propone el autor del artículo, es algo improbable.

Las buenas intenciones del autor se diluyen si no se da cuenta de que es la reducción de la jornada la medida clave para alcanzar lo que se propone, y mucho más que lo que se propone.

jueves, 8 de enero de 2009

El espejismo de la técnica


Acabo de recibir un artículo sobre los fantásticos adelantos que la técnica nos está preparando para los próximos 25 años.
Los mejores científicos del mundo están reunidos en las universidades de Harvard y Massachusets, preparando el lanzamiento de varios prodigios. Un robot hará un banco de madera en pocos segundos y con la finura de un ebanista. Una máquina leerá nuestro aliento y nos diagnosticará, después de revisar nuestro ADN, porqué nos está doliendo el hígado. Las medicinas las tomaremos con un chip que irá rezumando la droga necesaria en el momento preciso para lograr sobre nuestro organismo el efecto exactamente deseado.

Federico Capasso es el científico jefe del equipo que elabora ese aparato de diagnóstico a través del aliento. El dispositivo opera con rayos láser, según nos explica: “la idea es que un paciente vaya al consultorio del médico, inspire, exhale, y de esa manera salgan algunos ácidos. Amonio, pequeños rastros. El láser, que rebotaría para adelante y para atrás durante la respiración, podría absorber determinadas longitudes de onda, y las huellas de esa absorción podrían permitirle al médico saber de una manera no intrusiva cuál es el diagnóstico del paciente.”
Los científicos aseguran, muy contentos, que éste y los otros inventos que tienen entre manos facilitarán, sin lugar a dudas, una reducción de la pobreza en el mundo.
Me parece magnífico que se inventen esas cosas, que facilitan y simplifican el trabajo. Pero lamento decirles que no reducirán la pobreza en lo más mínimo, y por el contrario, lo más probable es que la aumenten.

Cada uno de esos aparatitos dejará sin trabajo a buena cantidad de gente. Ese diagnosticador de láser, por ejemplo, echará al infierno del desempleo a laboratoristas, radiólogos, ecografistas y tomografistas, para mencionar solo los que me vienen a la cabeza en este momento.
El bendito robot que hace un banco a madera en segundos, dejará sin trabajo a los ebanistas, por supuesto.
Cosa semejante ocurrirá con otros artilugios que tan entusiastamente están preparando.
Los científicos deberían abstenerse de hacer pronósticos sobre los beneficios que sus inventos derramarán por el mundo, porque están engañando a la gente.
Claro, ellos no tienen la culpa de que sus excelentes invenciones no vayan a producir los resultados que esperan (y que, según el sentido común, deberían producir, porque para eso se hacen).
Tampoco estamos sugiriendo que no inventen esas cosas, ni menos que sean destruidas las máquinas, como lo hacían los luditas antaño. Está muy bien que se invente todo eso, porque todo servirá para bien de la humanidad, pero servirá para ello cuando logremos poner sobre sus pies este mundo que ahora está patas arriba.
Todos esos prodigiosos aparatos que se nos anuncia operarán exactamente como los que ya están disponibles, es decir, las computadoras, los robots y el software: empujando al desempleo a miles y millones de seres humanos, cuyos anuncios de despido serán hechos a los cuatro vientos para que produzcan el efecto deseado, es decir, la subida de las cotizaciones de las acciones de las empresas.
Y provocarán también, por supuesto, que se presione (todavía más) a los que no sean despedidos (sabiendo que estarán aterrados) para que prolonguen sus jornadas de trabajo, y para que trabajen más intensamente, para demostrar con ello su total compromiso con los objetivos de sus queridas empresas.
Esto no es ninguna novedad, porque es lo que viene ocurriendo desde hace años. Todos lo hemos visto; no necesitamos que nos lo cuenten.
¿Por qué entonces, si todo eso está más que probado por la experiencia, siguen existiendo estúpidos tecnócratas que quieren engañarnos y engañarse con el trajinado espejismo de siempre?. Me refiero al espejismo de la técnica, al cuento de que la técnica, por sí sola, acarrea el bienestar.

Tan temprano como en 1848, John Stuart Mill decía: "Habría que preguntarse si todos los inventos producidos hasta ahora han aliviado el esfuerzo cotidiano de algún ser humano". No lo habían hecho entonces, y no lo han hecho ahora, porque la gente se sigue negando a comprender algo que es elemental, y que es la clave de esta situación absurda y contradictoria.
Los adelantos de la técnica sólo pueden producir bienestar si se establece que, por cada uno de esos avances, se reduzca el tiempo de trabajo de los seres humanos, em forma exactamente proporcional al aumento de la productividad que se va a obtener con el nuevo artefacto. O, lo que es lo mismo: que cada año la jornada de trabajo se reduzca en exacta proporción con el aumento de la productividad. Como dice Galeano: ¿para qué son buenas las máquinas si no es para trabajar menos?
Pero aquí viene el problema, que es, aunque no queramos creerlo, la clave de toda la crisis mundial. Sucede que este sistema, el capitalismo, carece de ningún mecanismo que le permita reducir la jornada de trabajo. El mercado, señores apologistas de la libre competencia, sirve magníficamente para muchas cosas, la principal de las cuales es el acicate para el progreso de la técnica y el aumento de la productividad. Pero, al mismo tiempo, el mercado es la peor traba que puede ponerse a la reducción del tiempo de trabajo. Ninguna empresa, ni menos algún país, por poderoso que fuere, va a reducir su jornada de trabajo por efecto del mercado. Ocurre todo lo contrario: todos tratan ahora de prolongar las jornadas, para sacar ventaja en la alocada carrera por la competitividad.

Y como no se produce, por obra del sacrosanto mercado, esa reducción del tiempo de trabajo; y como la gente se encuentra hipnotizada por el temor a profanar las leyes del sacrosanto mercado; y como seguimos engañados por el espejismo de la técnica, pues entonces ocurre que todos los inventos, pensados y hechos para que la humanidad tenga una vida mejor y más placentera, se convierten, en manos del mercado (en manos del capital, para decirlo más claro) en la peor maldición para el ser humano, en la causa de miles y millones de despidos, en el medio de esclavizar a los trabajadores en jornadas cada vez más extenuantes y, finalmente, en la siniestra y silenciosa plaga que corroe las ganancias, que tira hacia abajo las tasas de utilidad de las empresas, empujando a los capitales a tentar, por medio de la especulación financiera, contrarrestar esa corriente que los arrastra hacia abajo.
Y ya sabemos en qué terminan estos procesos de especulación financiera.
Ya es tiempo de parar toda esta locura.
Tenemos que entender que los inventos solo benefican a la humanidad si se reduce el tiempo de trabajo de los seres humanos. Tenemos que darnos cuenta de que la humanidad está yendo hacia la barbarie, porque cada vez hay más desempleo, cada vez se explota más a los que conservan su empleo, y cada vez hay más presión hacia la baja de las ganancias (esto último porque, como dijo Marx, al reducirse la cantidad de trabajo que interviene en la producción de las mercancías, se reduce el valor que se agrega en el proceso de producción, es decir, la plusvalía).
Tenemos que comprender que esta combinación de desgracias, ocasionadas todas por el sencillo hecho de que no se está reduciendo (sino, por el contrario, aumentando) la jornada de trabajo en el mundo, es altamente explosiva. Estamos entrando en la barbarie.
Barbarie es que se pretenda apresar, recluir en campos de concentración y expulsar como a apestados a los inmigrantes en la "civilizada" Europa. Barbarie es que se construyan murallas, como en el medioevo, para dejar fuera de ellas a los desdichados que deambulan en busca de trabajo. Barbarie es que se empiecen una guerra cuando termina otra, porque la guerra es hoy una gran fuente de ganancias para las ávidas corporaciones. Barbarie es que ciudades enteras sean asoladas por pandillas de jóvenes vagabundos porque la sociedad condena de uno de cada tres de ellos al desempleo, es decir, porque no hya lugar en este mundo para que ellos tengan una vida digna.
¡Y pensar que todo este encadenamiento de tragedias y desdichas se solucionaría con una sola medida, sencilla, inmediata y sin costo, como es la reducción de la jornada de trabajo!