miércoles, 2 de diciembre de 2015

Aldo, el comunista.


El octavo ensayo marca un hito en la trayectoria del abnegado y valeroso agente comunista Aldo M., cuya misión, como lo sabe un reducido grupo de gente bien informada, consiste en radicalizar y obnubilar a la extrema derecha peruana, agudizando dialécticamente las contradicciones del sistema.
Este habilísimo operador politico ha logrado, a lo largo de los años, ganarse la confianza de amplios sectores del empresariado y de los políticos ultraderechistas, conduciéndolos, cual flautista de Hamelin, a sucesivos descalabros electorales, como ocurrió con la elección de Susana Villarán como alcaldesa de Lima, en 2009, la elección de Ollanta Humala en 2011, y el fracaso de la revocatoria de la misma Villarán, en 2013.
El hecho de que Aldo descienda en línea directa de quien fuera el fundador del comunismo peruano y el más importante teórico marxista de América Latina, no ha despertado ninguna sospecha en la miope y aletargada burguesía oligárquica peruana que, por el contrario, lo viene eligiendo año tras año como el periodista más influyente, en una encuesta anual que recoge las opiniones de un cogollo de empresarios y las presenta como si fueran el inapelable dictamen de las amplias mayorías nacionales.
Desde temprana edad, la perspicacia de M. le permitió darse cuenta de que, si bien había heredado en gran medida la preclara inteligencia de su notable abuelo, no había sido dotado con ese carisma ni con la magnética personalidad del Amauta, cualidades que le granjearon a este último la simpatía de amplios sectores intelectuales, tanto así que fueron visitantes asiduos de la casa del jirón Washington. Aldo, por el contrario, no podía controlar su talante altanero y antipático, que, para muchos, hace casi insoportable su presencia. Pero lejos de arredrarse por esta limitación, el buen muchacho encontró la forma de convertirse en un elemento útil a la causa de la revolución. "Voy a contribuir, callada y desinteresadamente, a fortalecer el proyecto por el que luchó mi querido abuelo, aunque para ello deba soportar los reproches y la enemistad de las amplias masas populares", se dijo, y puso manos a la obra.
Conocedor de las debilidades de la clase dominante peruana, Aldo construyó y desarrolló a la perfeccion un estilo deliberadamente tremendista, procaz, altanero y muy chato en el manejo de los argumentos (en las escasa ocasiones en las que los utiliza en lugar de los insultos), porque sabía que con ello haría las delicias de esa élite racista, anacrónica, conservadora y antipatriota que controla los resortes del poder. Con ello ha conseguido, como dijimos, arrastrar a sus secretos enemigos a una verdadera charca de prepotencia, abuso, difamación y mentira, gracias a lo cual la llamada "derecha bruta y achorada" se ha venido aislando cada vez más de las clases medias y populares.
Como adalid de ese ofensivo y desenfadado estilo periodístico, Aldo ha logrado que los dueños de los medios de comunicación busquen dar cabida en sus espacios a otros personajes que emulan al maestro. Han proliferado, en la prensa, la radio y la televisión, charlatanes que hacen uso de recursos de manipulación, ocultamiento, silenciamiento y descalificación que no son admitidos en los estándares de la prensa internacional que se respeta.
Como natural contraparte de lo anterior, la capa dominante de la burguesía se ha ido enajenando el favor de los intelectuales más destacados (si alguno le quedaba todavía) y ha quedado rodeada y aconsejada por una cohorte de áulicos complacientes que la mantienen en la oscuridad y la ignorancia. 
Con la publicación de este reciente volumen, M. ha alcanzado la cota más alta en su astuta y eficaz estrategia. En El octavo ensayo se ha dado el lujo de llevar al extremo sus métodos, como si quisiera hacerlos más ostensibles, para así demostrar que la ceguera de la clase dirigente, que sin duda continuará otorgandole su preferencia, no tiene ningún límite conocido.
Si bien es cierto que en sus columnas cotidianas escribe con fingido descuido y con abundancia de construcciones gramaticales contrahechas y malsonantes, en este libro hace tal alarde de confusiones, incorrecciones y despropósitos (todo simulado, por cierto) que sorprende a tirios y troyanos. LLega, por ejemplo, a confundir al dictador Morales Bermúdez con el presidente Belaunde (pag. 139) y al ministro Manuel Ulloa con el presidente de la petrolera fiscal Carlos Loret de Mola (pag. 94); equivoca la suma de años entre 1968 y 1992 y dice que son "casi veinte" (pag. 13) y el apellido de José Luis Alvarado, a quien le pone Delgado (pag. 103), entre otras muchas perlas.
Pero hay mucho más que eso. En su hábilmente sobreactuado delirio, llega a atribuir a la izquierda la culpa de los errores que cometieron los gobiernos del mencionado Belaunde, en su segundo periodo, y Alan García, en el primero, ya que pretende que entre los mencionados años 1968 y 1992... ¡la izquierda gobernó el país!
, como resultado de lo cual la considera responsable de todos los males de la república.
No sabemos si este verdadero alarde de M. obtendrá los resultados buscados. Cuesta trabajo creer que la clase empresarial dominante sea tan obtusa como para no darse cuenta de que le están tomando el pelo. Pero, por lo visto hasta ahora, todo es posible.
Recientemente, un pequeño sector de la derecha parece haberse dado cuenta del engañoso juego de Aldo, y pretende distanciarse del mismo. Tal cosa ocurrió cuando nuestro héroe fue separado de la planta períodistica del diario decano, por obra de una nueva directiva medianamente inteligente. Lo mismo viene pasando con algunos periodistas liberales lúcidos, que se dan cuenta de que la derecha ha caído en una gigantesca trampa. Pero el empresariado continua embobado con Aldo M., y sus críticos son todavía una reducida minoría, lo que nos permite augurar muchos años de éxitos por delante para este singular y clandestino defensor del proletariado.
Cabe aclarar que no estamos cometiendo ninguna delación al poner por escrito estas líneas que esclarecen el verdadero papel del digno descendiente del Amauta, porque la ceguera de la clase empresarial y la ultraderecha es tal, que resulta descabellado suponer que puedan dar crédito a alguien que, como quien esto escribe, diga que Aldo M. es un comunista encubierto.