miércoles, 10 de octubre de 2007

Llamado urgente a la clase trabajadora por la revolucion de las seis horas

Sin duda que una de las reformas más revolucionarias propuestas por el presidente Hugo Chávez sobre la Constitución Bolivariana de 1999 es la referente a reducir la jornada laboral de 8 a 6 horas. Una reforma revolucionaria que afecta directamente a la clase trabajadora y que de aprobarse, elevaría su nivel y calidad de vida.
¿Cómo es posible que hayan pasado más de 80 años desde la conquista de las ocho horas y sigamos trabajando en la mayoría de los países lo mismo que nuestros bisabuelos?, ¿es que no ha avanzado la técnica y la tecnología suficiente en este tiempo?...
La respuesta es sencilla. A pesar de que la productividad ha subido como la espuma gracias a los adelantos tecnológicos en las fábricas, la informática, la computerización y la robotización; la realidad es que los empresarios han aprovechado esta mayor productividad para ganar más dinero. Para enriquecerse a costa del obrero, que como cabe subrayar no es propietario ni de los medios de producción y por consiguiente tampoco de sus avances tecnológicos, ni de los bienes producidos con su esfuerzo, hasta que los compra a los propios capitalistas en su famoso “libre mercado” (que de libre sólo tiene el nombre) . O sea, los empresarios tienen más margen de beneficio porque cada día la productividad es superior cuanto más crece la tecnología, mientras los trabajadores laboran el mismo tiempo que hace casi un siglo.
Jon Juanma Illescas Martinez, artista plastico, traza un panorama del problema de la jornada laboral y hace un llamamiento a la clase trabajadora. Lea el articulo en Rebelion.

jueves, 4 de octubre de 2007

20 mil dolares por habitante: el informe de Helsinki

Cuando se propone reducir la jornada de trabajo, con frecuencia se objeta que, habiendo tanta pobreza en el mundo, lo que se necesita es, por el contrario, trabajar más.
Este razonamiento parte del supuesto de que la riqueza existente no alcanza para todos, lo que motiva que grandes masas se encuentren desprovistas de lo necesario para una vida digna. Sin embargo, hace mucho tiempo que la riqueza existente en el mundo alcanzó una cantidad ampliamente suficiente para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos. No es la carencia de riqueza lo que motiva la pobreza, sino la incapacidad del sistema económico de hacer que esa riqueza llegue a todos de manera satisfactoria.
EN 1932, el filósofo y matemático Bertrand Russell tomó clara conciencia de esta paradoja, y en un lindo trabajo titulado ”Elogio de la ociosidad” (ver Enlaces de este blog) demostró con meridiana claridad que, ya entonces, (y aun desde mucho antes, puesto que en 1883 Paul Lafargue planteó la misma tesis) existía en el mundo suficiente riqueza para todos.
La Universidad de Naciones Unidas, con sede en Helsinki, acaba de publicar el más completo y documentado estudio que jamás se haya hecho sobre la riqueza en el mundo. El resultado es que, por cada habitante del planeta existe a la fecha una riqueza acumulada de 20 mil 500 dólares. Una familia de cinco personas, dispondría de un capital de 100 mil dólares, si esa riqueza fuera uniformemente distribuida.
Cualquiera puede darse cuenta de que, con solo la mitad de esa suma, un jefe de familia puede generar su propia fuente de trabajo, sin necesidad de esperar a que las empresas o su gobierno cumplan con darle el tantas veces prometido empleo digno.
La manera más sencilla de hacer que esa enorme riqueza empiece a circular y se ponga al alcance de todos es, precisamente, reducir la jornada de trabajo. El primer efecto que se conseguiría con ello sería el pleno empleo. Con este primer resultado ya habríamos empezado a revertir la absurda situación en que nos encontramos, dado que el pleno empleo supone la desaparición de cientos de millones de desempleados y subempleados. Se trata, en otras palabras, de repartir el empleo, que es un bien relativamente escaso, entre todos los ciudadanos por igual, reduciendo, para ello, la jornada a cuatro horas, de manera que todos, sin excepción, tengan trabajo.
Por cierto que estamos hablando de reducir la jornada manteniendo los salarios. ¿Cómo es posible tal cosa? Por el aumento de la productividad, por supuesto. Se calcula que, tan solo en los últimos veinte años, la productividad del trabajo se ha duplicado, vale decir, que hoy cada cada trabajador produce el doble. Y la productividad continúa aumentando, merced a los incontenibles avances de la tecnología, como todos sabemos. De manera que es perfectamente posible reducir a la mitad la jornada, considerando que, con ello, no estamo haciendo otra cosa que recuperar el tiempo libre que bien nos hemos ganado con nuestro trabajo.
Por otra parte, y tal como lo demostró la experiencia de la reducción de la jornada durante el siglo XIX, la consecuencia de esta medida no es, como pudiera pensarse, la crisis de las empresas, sino todo lo contrario: la prosperidad económica. Ello se explica, por una parte, porque al eliminarse el desempleo lo que se hace es incorporar nuevos trabajadores al mercado, y esos nuevos trabajadores son, al mismo tiempo, nuevos consumidores.
Pero allí no termina la cosa. Lo más importante de esta propuesta está en que, al incorporar más trabajadores al proceso productivo, lo que se logrará será revertir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, mal endógeno que afecta al capitalismo desde su nacimiento, y que se agudiza hoy, cuando la revolución tecnológica acelerada se traduce en un aumento gigantesco del capital constante (léase: materias primas y maquinarias) y una disminución relativa del capital variable (es decir, una menor participación del trabajo humano en el proceso de producción). Es debido a esta formidable capacidad de ampliar la presencia del trabajo humano en la producción, que la reducción de la jornada de trabajo es capaz de contrarrestar la baja de la tasa de ganancia, y es por ello que, al aplicarse en el siglo XIX, a lo largo de varias décadas, trajo consigo un auge económico nunca antes visto.
En ”Manifiesto del siglo XXI - la gran fisura mundial y cómo revertirla”, el autor de este blog explica con amplitud este tema.
Si quieres saber más sobre el informe de Naciones Unidas que comentamos acá, haz click en el enlace correspondiente, en la columna a la derecha de este blog.

martes, 2 de octubre de 2007

Paul Lafargue

Paul Lafargue: el derecho a la pereza

.Paul Lafargue (Santiago de Cuba, 15 de enero de 1842 - Draveil, 26 de noviembre de 1911) fue un periodista, médico, teórico político y revolucionario francés. Aunque en un principio su actividad política se orientó a partir de la obra de Proudhon, el contacto con Karl Marx (del que llegó a ser yerno al casarse con su segunda hija, Laura) acabó siendo determinante. Su obra más conocida es El derecho a la pereza.
En la obra defiende que el anticapitalismo es precisamente eso, el derecho a la pereza, la palabra pereza ha sufrido toda una labor de desprestigio por parte del capitalismo, que nos ha inculcado a sangre y fuego que el trabajo dignifica. (claro que dignifica, pero no solo el físico, también el artístico o intelectual, y con respecto al físico, este pierde toda su dignidad al prolongarse las excesivas horas que nos obligan a trabajar)
Lafargue se pregunta como es posible que existan aborígenes o pueblos primitivos que trabajen un par de horas al día y el resto de la jornada la dediquen a vaguear y cantar y dormir y pensar y vivir y nosotros, de una sociedad infinitamente más avanzada tecnológicamente tengamos que trabajar ocho horas diarias.
Aristóteles decía que el día que las máquinas de hilar no necesiten a alguien que las controle el ser humano podrá vivir y dedicarse a pensar, él filósofo nos auguraba una era de descanso y tiempo libre que nos dejaría libres para soñar y pensar, cultivarnos como seres humanos.
Bien, más o menos hemos conseguido realizar el milagro aristotélico, esto es, conseguir que las maquinas se automatizen, pero resulta, que en vez de liberar nuestro tiempo hemos triplicado nuestra jornada laboral. ¿Cómo es posible? Exigencias del capital, a mí no me pregunten.
El fin de la revolución no es un triunfo de la justicia, de la moral, de la libertad y demás embustes con que se engaña a la humanidad desde hace siglos, sino trabajar lo menos posible y disfrutar, intelectual y físicamente, lo más posible. Al día siguiente de la revolución habrá que pensar en divertirse.
Vea El derecho a la pereza.

Jean Marie Harribey

Vamos hacia el fin del trabajo o hacia su precarizacion?

Desde hace una década los debates sobre la "crisis" del trabajo y las vías para salir de ella suscitaron gran cantidad de cuestiones y favorecieron la emergencia de nuevas nociones. Así, los interrogantes acerca del fin del trabajo y del trabajo asalariado, la desaparición del valor trabajo, la imposibilidad del pleno empleo, la actividad y la plena actividad, la economía plural o la economía social o solidaria, el tercer sector, el ingreso de existencia o asignación universal, forman parte de los temas principales que retuvieron la atención de los investigadores así como de los responsables políticos en los países anglosajones y en Europa. Su mérito es haber permitido revisitar la filosofía, la sociología y la economía del trabajo apartándose de una visión reductora, demasiado a menudo impregnada de economicismo, inclusive dominada por él. Sin embargo conviene examinar los fundamentos teóricos de estos temas para juzgar su pertinencia analítica y su alcance político en el marco de la evolución de las relaciones entre trabajo y capital. Estas relaciones sociales se ven afectadas a su vez profundamentpor una crisis importante: la acumulación mundial del capital impone en todas partes la precarización de los asalariados y la marginación de una cantidad creciente de desempleados y pobres, mientras que la domesticación de la naturaleza llegó a un punto en el que los equilibrios de los ecosistemas se ven amenazadospor múltiples poluciones.
Jean Marie Harribey,profesor de ciencias economicas y sociales en la universidad Montesquieu-Bordeaux IV, traza un certero panorama sobre esta cuestion: El fin del trabajo: de la ilusion al objetivo.

La pregunta de Stuart Mill

En sus “Principios de Economia politica” (1848), el filósofo y economista inglés John Stuart Mill dice: “Cabría preguntarse si todos los inventos mecánicos aplicados hasta el presente han facilitado en algo los esfuerzos cotidianos de algún ser humano”.
La misma pregunta debemos hacernos hoy en día. Luego de más de 20 años de revolución informática, y con todos los prodigiosos avances de la electrónica disponibles, ¿por qué, en lugar de trabajar menos, estamos trabajando más?; ¿por qué se nos exige trabajar doce o catorce horas?; ¿por qué en algunas zonas del mundo está reapareciendo la esclavitud?
La explicación solo puede encontrarse en la naturaleza contradictoria del régimen capitalista de producción, que hace que el medio más formidable para aliviar el trabajo humano (la tecnología), se trueque exactamente en lo contrario: el medio más infalible para convertir toda la vida del trabajador y su familia en tiempo de trabajo disponible para la explotación del capital.