Valor de uso y valor de cambio
Para entender
por qué las máquinas no generan valor agregado tenemos que empezar por aclarar
que no estamos hablando de cualquier forma de valor, sino de una forma
específica de valor. Cuando nos referimos al valor agregado de un producto, nos
estamos refiriendo a que se le ha agregado valor
de cambio, es decir, aquel valor por
el cual puede ser intercambiado en el mercado. No estamos hablando de valor de uso, o de riqueza, en el
sentido común de esos términos. Hay cosas que tienen un gran valor de uso, pero
que carecen de valor de cambio. El aire, por ejemplo, es una de las riquezas
materiales de mayor valor de uso. Sin él pereceríamos en pocos minutos. Pero el
aire carece de valor de cambio, por la sencilla razón de que no se requiere
ningún trabajo para obtener aire. De la misma manera, hay gran cantidad de riqueza
que existe en la naturaleza y que carece de valor de cambio (lo que, por
cierto, no significa que no tenga valor de uso).
Así,
el único valor que interesa al capital, para poder reproducirse en el mercado y
obtener ganancias es, por cierto, el valor de cambio. El valor de uso es algo
que le tiene bastante sin cuidado.
En
la calle donde vivo existen árboles de mora. En el mes de octubre, cuando los
frutos maduran, puede decirse que las moras, en esa calle, carecen de valor de
cambio. Difícilmente alguien pagaría por unas frutas que están al alcance de
cualquiera que se moleste en estirar las manos para cogerlas.
Supongamos
que un chico toque a mi puerta, en el mes de octubre, y me ofrezca una canasta
llena de moras, recogidas en la misma cuadra. Tal vez, en ese caso, podría
darle algún dinerito por las moras —a pesar de que yo mismo hubiese podido
recogerlas, si me lo hubiera propuesto. ¿Por qué le pagaría al muchacho? Por el
trabajo que se ha tomado al recolectarlas, sin duda. No le estaría pagando, entonces,
por las moras (que siguen teniendo el
mismo valor de uso que han tenido siempre, y siguen careciendo, en esta calle y
en esta temporada del año, de valor de cambio), sino, precisamente, por el trabajo humano.
Fuera
de esta temporada, sería posible vender, en la misma calle, moras traídas de
otro lugar. Lo que estaríamos pagando por esas moras, que seguirían teniendo el
mismo valor de uso que aquellas que abundan en octubre, sería simplemente el
trabajo que demandaría cosecharlas en otro lado y traerlas hasta aquí. Lo que
queremos poner en evidencia con esto es que el valor de uso y el valor de
cambio son completamente independientes. Una cosa que tenía, en cierto momento,
valor de uso y también valor de cambio, puede dejar de tener valor de cambio en
otro momento, a pesar de conservar su valor de uso.
Trabajo humano y maquinaria
Cuando una nueva
máquina pasa a ejecutar una tarea que antes era realizada por la mano de una
persona, esta nueva máquina está generando el mismo valor de uso que antes era producido por el trabajo humano. Como
ese valor de uso, cuando era realizado por el trabajo, tenía también un valor de cambio, se nos presenta, en
este momento, la ilusión de que esa máquina, al realizar la misma actividad que
antes estaba a cargo del trabajador, debe estar generando el mismo valor de
cambio. Pero no es así. La máquina deja de generar nuevo valor de cambio. Sólo
lo transfiere. Solamente traspasa su propio costo al costo del producto, pero
no genera nuevo valor. Es decir, no genera valor
agregado.
Tomemos,
por ejemplo, a un hábil y experimentado cardiólogo que atiende en la sala de
emergencias de un hospital. Cuando llega un paciente, el médico debe usar sus
sofisticados conocimientos para determinar, con gran rapidez, si la persona con
problemas cardíacos requiere masajes al corazón, respiración artificial,
intervención quirúrgica o lo que fuere necesario. Es, a no dudarlo, un trabajo
de alto valor de uso, puesto que de él depende la vida humana a cada minuto. Es
un trabajo altamente valorado, muy apreciado por todos y nada fácil. Ese
trabajo tiene, por ahora, un alto valor
de cambio.
Pero
luego ocurre que, en la sala de emergencias, se instala un nuevo robot que
puede realizar, en cuestión de segundos, con la misma certeza que el doctor, y
aun con mayor rapidez, el mismo diagnóstico. ¿Que ocurre ahora con el valor de
cambio?
En
un primer momento, cuando nuestra sala de emergencias es todavía la única en el
distrito que dispone del nuevo y prodigioso robot, el trabajo de esta máquina
se beneficiará, sin duda, del precio del mercado, es decir, del precio promedio
que cuesta la remuneración de los médicos que, en todas las demás clínicas y
hospitales de la circunscripción, hacen el diagnóstico cardíaco. Seguramente,
nuestra clínica, en el afán de captar mayor clientela, empezará a cobrar por el
diagnóstico cardíaco un precio un tanto menor que el promedio del mercado. Aún
así, obtendrá altas utilidades por ese servicio porque, sin duda, el costo de
esa maquinaria estará muy por debajo del salario de los profesionales que hacen
las mismas tareas.
Supongamos
ahora que, como tiene que ocurrir por obra de la competencia, todas las
clínicas, con el tiempo, terminen por instalar los mismos autómatas en sus
salas de emergencia. ¿Qué ocurrirá ahora con el valor de cambio? (Dejamos por
descontado que el valor de uso de ese diagnóstico sigue siendo el mismo, y la
vida humana sigue dependiendo de él en la misma medida). Pero, repito, ¿qué
ocurre con el valor de cambio?
Tal
vez el contador de la clínica resolverá, sin asomo de dudas, este problema, que
a muchos economistas les genera más de un dolor de cabeza. El nuevo valor de
cambio del servicio de diagnóstico cardiovascular habrá cambiado por completo
de parámetros. Ya no se tendrá en cuenta, para nada, los altos salarios de los
profesionales que antes hacían esas tareas, los cuales, a su vez, estaban en
función de los altos costos de muchos años de estudios universitarios, cursos
de posgrado, etc. Nada de eso continuará formando parte de los cálculos
contables ahora. Lo único que deberá tenerse en cuenta, en un mercado
competitivo, para continuar ofreciendo un servicio que tenga un valor de cambio
será, por cierto, el costo de la maquinaria (y, probablemente, una parte
pequeña de salario, ya no de un médico, sino de un operario que enciende y
apaga el robot y lo conecta al paciente). Si, por ventura, esa maquinaria
resulta siendo muy barata, el costo del servicio, que antes podía ser muy caro,
pasará a ser tan barato como lo es esa máquina.
Supongamos
que, con el tiempo, esa maquinaria se continuase abaratando (es lo que tiende a
ocurrir con todas las maquinarias en la medida en que se mejoran los diseños y,
sobre todo, cuando se automatiza la propia producción de esas maquinarias, es
decir, conforme las propias maquinarias pasan a ser producidas, a su vez, por
otras maquinarias). Supongamos entonces que, por obra de la tecnología, el
costo de esos robots se abarate espectacularmente. ¿No se abaratará, en la
misma medida, y siempre que estemos operando con las leyes de la oferta y la
demanda, el valor de cambio de ese servicio?
Llevando
nuestro ejemplo hasta el extremo, podemos afirmar que, en la medida en que el
costo de la maquinaria se acerque a cero, también el valor de cambio del
producto tenderá a cero.