Economía de los mil Demonios manifiesta estar de acuerdo con la propuesta de la jornada laboral de cuatro horas, aunque, por lo que veo, discrepa en cuanto a la manera de conseguirla.
Es digno de apreciar que, en medio de esta locura colectiva, un economista tenga la sensatez de reconocer que continuar trabajando doce horas diarias, como lo hace la mayoría de la gente, cuando hoy en día nuestra productividad es 6 o 7 veces superior a la que era cuando se conquistó la jornada de ocho horas, es absolutamente desquiciado.
El problema está, según “Mil Demonios”, en que los que merecen trabajar menos son solamente los que tienen alta productividad, y no los que, como nosotros los peruanos, la tenemos todavía muy baja.
He escuchado muchas veces ese argumento, a mi juicio equivocado. Las diferencias de productividad entre unos trabajadores y otros, como las que existen entre unos países y otros, se expresan en diferentes niveles de salario. Los trabajadores altamente calificados reciben, como es lógico, salarios más altos que los de baja calificación.
Lo que no es correcto es pretender que los trabajadores menos calificados tengan jornadas laborales más largas, para compensar así su menor productividad. Si eso se hace, el resultado es un efecto en cadena que termina por prolongar la jornada de todos.
Eso es exactamente lo que ha estado pasando en los últimos años, desde que los famosos Tigres de Asia empezaron a trabajar en jornadas de 12 horas, lo que generó una presión enorme en el competitivo mercado mundial (hoy globalizado), presión que se ejerció sobre los trabajadores europeos, de manera de irles arrebatando progresivamente sus conquistas laborales (bajo la amenaza de la ”deslocalización”). El resultado final ha sido la implantación, en Europa, de la jornada semanal de 60 y 65 horas, con lo cual, por cierto, se ha echado al canasto las 35 horas que en algún momento se impusieron en Francia y en Alemania.
No puede pensarse que los trabajadores altamente calificados reducirán sus jornadas de manera sostenible, si al mismo tiempo los menos calificados no las reducen o, peor aún, las prolongan, contrarrestando con ello la diferencia de productividad.
Si yo soy un trabajador altamente eficiente, y trabajo ocho horas, y de pronto resulta que un trabajador menos eficiente (en cualquier lugar del mundo), trabajando doce horas, puede igualar mi producción, y con ello me veo en riesgo de perder mi trabajo, ¿qué puedo hacer?. No me quedará más remedio que prolongar yo también mi jornada de trabajo (o reducir mi salario, cosa que no deseo), para impedir que el otro trabajador (mi competidor en el mercado de trabajo) me desplace.
La jornada de trabajo solo puede implantarse universalmente, y más aún en la actual economía globalizada. Así, y no de otra manera, se consiguieron las ocho horas en 1919.
Economía de los mil Demonios parece creer que no se necesita ninguna huelga ni tampoco una norma universal, sino que la libre decisión de los trabajadores se inclinará, de manera natural, a trabajar en jornadas más cortas.
Lo mismo pensó Keynes hace más de 80 años, cuando dijo : “nuestros nietos trabajarán 3 horas diarias”.
Hoy los bisnietos de Keynes (o los bisnietos de los contemporáneos de Keynes, si él no los tuvo) están trabajando, y no lo hacen en jornadas de tres horas, sino de doce. ¿Se necesitan mayor prueba de que, si no es mediante la acción organizada de los trabajadores en la huelga (pacífica y democrática, por supuesto), no conseguiremos la reducción de las jornadas de trabajo a la que tenemos, sobradamente, derecho?
sábado, 28 de agosto de 2010
Respuesta al economista de los Mil Demonios.
Publicado por carlintovar en 16:01
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