3) Amortización de maquinaria.
El siguiente argumento de Schydlowsky es que el aumento de productividad no viene gratis, requiere de máquinas nuevas, o de una tecnologia nueva, lo que requiere un pago (amortizacion, royalty, etc.), por lo tanto los beneficios de la innovación no pueden ir solo a los trabajadores.
Es verdad que se necesita amortizar maquinaria y royalties, pero no es verdad que sea con ese criterio que se distribuye el nuevo excedente de producción. El capital nunca le dice al trabajador: “aquí tenemos este excedente: voy a sacar de él solamente lo que necesito para amortizar la máquina, y el resto lo repartimos entre tú y yo”. Así no funcionan las cosas. Lo que hace el capital es, simplemente, agarrar todo el ecedente para sí, y continuar pagando al trabajador el mismo salario. Ni siquiera tiene que mostrar al trabajador cuánto nuevo excedente se ha obtenido. El trabajador no tiene derecho a ello. Tal vez, si está sindicalizado, pueda obtener (luego de luchar arduamente por ello) algún modesto aumento de su salario. Aumento que, por supuesto, tampoco está en función de cuánta nueva producción excedente se ha obtenido, sino, simplemente, de cuánto se le puede arrancar a la resistencia del patrono.
Si vamos al ejemplo de la costurera (que mostramos en nuestra respuesta a Rothgiesser), vemos que los ocho polos adicionales obtenidos en la segunda mitad de la jornada, son, en principio, del capitalista (y, sumados a los cuatro polos que ya eran suyos, hacen u total de doce). De allí, la costurera tendrá que buscar la manera de arrancar algo para sí, lo que solo podrá lograr mediante la lucha. Y de allí, también, el capital podrá amortizar la nueva tecnología . Pero ambas operaciones son desfavorables al trabajador. ¿Por qué?. Veamos.
Es desfavorable, en toda la parte restante de la producción adicional, porque de ella no obtendrá nada, con el argumento de que esa parte (lo que parece sostener Schydlowsky) debe destinarse a amortizar la tecnología. Pero lo cierto es que la amortización de la nueva máquina siempre será menor que el excedente obtenido. ¿Cómo lo sabemos?. Muy simple: porque de no ser así, el capitalista no tendría por qué poner nueva maquinaria.
Si se comercializa una máquina (como la máquina de coser de nuestro ejemplo) capaz de hacer que una costurera produzca lo que antes producían dos, es, precisamente, porque con esa máquina el capital puede ahorrar el salario de una de las dos costureras que eran antes necesarias para producir los dieciséis polos, y porque el empresario sabe que la amortización de la máquina nueva es menor que el salario que se va a ahorrar.
Y es cada vez menor, además, porque el costo de las máquinas disminuye constantemente (se sabe, por ejemplo, que las computadoras se abaratan a la mitad cada cinco años).
En resumen, no es que el capital diga: “voy a separar, del nuevo excedente, la parte de la amortización, y el resto lo repartimos”. Lo que el capital dice es: “todo el nuevo excedente me pertenece, porque así son las reglas de juego”. Aun descontando de todo ese nuevo excedente los aumentos que el trabajador logre obtener, y la amortización de la máquina, sigue quedando todo lo demás en manos del capital.
Y conste que no estamos discutiendo aquí si tal cosa es justa o injusta. Supongamos que se considera que así es lo justo, que así son las reglas. Bueno, pero el problema no está en que sea (o no) justo. El problema está en que, si el excedente se va quedando (como vemos) en manos del capital (por más justo que se pueda considerar esto), se van generando las codiciones para que ocurran todas las desgracias que describimos en el vídeo:
Primero: despidos, porque el empresario prescindirá de una de las dos costureras que antes eran necesarias para producir los dieciséis polos.
Segundo: desempleo (consecuencia del despido).
Tercero: caída de la tasa de ganancia (porque al acumularse el excedente en manos del capital, crece la porción del capital constante, y disminuye, en términos relativos, la del capital variable).
Cuarto: como consecuencia de la caída de la tasa de ganancia, presión del capital hacia el trabajador para que prolongue su jornada, intensifique su trabajo y recorte sus beneficios (esto último por la vía de precarizar el empleo).
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