jueves, 23 de septiembre de 2010

Ganar lo que se produce: el dilema de mil demonios.

La tercera observación que hace Hans Rothgiesser se refiere al tema del excedente o, en otras palabras, de la plusvalía. Dice que si queremos sostener que el trabajador no recibe todo lo que produce, y que el capitalista se queda con una parte, ese el el “rollo marxista” y que la cosa se va a poner pesada.
No puedo aceptar el argumento de que ”el rollo marxista no se aplica aquí”. En realidad, no es argumento, es una descalificación a priori. Yo podría responder descalificando “el rollo de la escuela austriaca” (que Hans parece suscribir), diciendo que es el fundamentalismo neoliberal, o qué se yo. Por ese camino no vamos a ninguna parte.
Desde que en 1997 John Cassidy, en un célebre artículo publicado en New Yorker, propuso a Marx como el pensador del milenio, y poco después, en una encuesta de la BBC, el voto del público decretó lo mismo, ya resulta difícil sostener que ”el rollo marxista no se aplica”. Por el contrario, crece el consenso acerca de que el análisis que Marx hace del capitalismo es imprescindible para entender la economía actual.
Pero voy a tranquilizar a Hans (y, de paso, a los lectores): no voy a argumentar aquí y ahora sobre la teoría de la plusvalía. No es necesario hacerlo, podemos abordar la cuestión de otra manera.
Lo que yo digo es algo más sencillo, y lo digo en el vídeo. Cuando un trabajador pasa a usar una maquinaria más moderna y rápida, y con ello aumenta su productividad, ¿dónde va ese aumento de productividad? ¿Se reparte equitativamente entre el trabajador y la empresa?
La costurera de nustro ejemplo, cuando pasa a producir dieciséis polos diarios en lugar de ocho, ¿recibe una compensación adecuada a ese incremento de la producción?
Antes de responder, tengamos en cuenta que sería perfectamente posible que, habiendose duplicado la producción, se duplicaran también los salarios y las ganancias de la empresa. El trabajador pasaría a recibir un salario equivalente a la venta de ocho polos, en lugar de cuatro. Y la empresa pasaría a obtener una ganacia equivalente también a ocho, en lugar de cuatro. Ambas partes, trabajador y empresa, saldrían ganando.
Ahora, la pregunta es si esto efectivamente ocurre así, y a mí me resulta bastante obvio que no.
Cuando mi productividad como diseñador se cuadruplicó (en realidad, hasta se quintuplicó, probablemente), en los noventas, mi salario se incrementó, es cierto, pero ni remotamente se cuadruplicó (ni siquiera se duplicó).
Usted, amigo que nos lee ahora, haga el mismo razonamiento sobre su trabajo, y probablemente encontrará que le ocurre lo mismo.

Cuando se incorporan, en esta fabulosa revolución tecnológica que estamos viviendo, más y más adelantos tecnicos a nuestro trabajo, lo normal es que los incrementos de productividad que ellos acarrean vayan en beneficio de la empresa, mientras que nuestros salarios, si tenemos suerte, reciben un aumento de 10 o 20%, y si no la tenemos, nada. Es así como ocurren las cosas, y eso lo sabe cualquiera que trabaje por un salario. Ni siquiera se nos ocurre exigirle a la empresa que nos aumente en proporción con la productividad. En resumen, no recibimos todo el producto de nuestro trabajo.
Esta es, en resumidas cuentas, la respuesta a la pregunta que se hace Hans sobre si el trabajador debe ganar todo lo que produce. Debería, pero no gana eso, ni mucho menos.
Queda, entonces, un excedente, que se va aculmulando en forma de capital. Y queda por otra parte, un problema, porque por ese camino vamos, como hemos visto (y lo vemos en el vídeo) a los despidos, que ocurren cuando, habiendo aumentado la productividad, resulta que para producir lo mismo se necesitan menos trabajadores que antes, y el resto debe ser echado a la calle.
Y ese es, precisamente, el otro argumento para responder a Hans. Porque si los trabajadores ganaran todo lo que producen, y cuando aumenta su producción se les aumentara proporcionalmente el salario, entonces, según lo diría Keynes, aumentaría su consumo, y no deberían ocurrir despidos. Pero el caso es que ocurren. Y el caso es que hay desempleo permanente (“estructural”, para usar el eufemismo en boga).
La existencia del desempleo es la otra prueba de que no se consume todo lo que se produce.
Y para mostrar esto no hemos tenido que recurrir, ni por un momento, al temido “rollo de la plusvalía”, sino a simple sentido común y a la experiencia de cada uno.

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