Agradezco a Hans Rothgiesser (espero haberlo escrito bien) la atención que brinda a este tema, objeto de mis desvelos desde hace años.
He visto el vídeo de Matt Ridley, me encantó, no tengo nada que objetar. Creo que Marx lo suscribiría sin inconvenientes. Basta leer el Manifiesto Comunista para ver la fascinación de Marx por el progreso tecnológico conseguido en el capitalismo, gracias a la constante innovación, el intercambio, el mecado, etc.
Sugiero al amigo Hans que se tome la molestia de leer mi libro “Manifiesto del siglo XXI”, para que tenga una idea más completa de mi planteamiento y de la información y la bibliografía que lo sustentan. Así tal vez podremos ahorrarnos algunas explicaciones.
De paso, anímese también a leer ”Habla el Viejo”, mis conversaciones con el fantasma de Marx. Hans es claro y entretenido escribiendo, así que supongo que le gusta leer cosas claras y entretenidas, y creo que ese libro no lo decepcionará.
Vamos ahora al argumento principal que Hans nos expone esta vez. Lo que dice es que, si bien hoy en día tenemos una productividad mucho más alta que hace 80 años (cuando Keynes vivía), también tenemos necesidades mucho mayores. Es verdad, dice, que si nuestras necesidades fueran las mismas de antes, deberíamos trabajar mucho menos. El asunto es que hoy consumimos mucho, pero muchísimo más, y por eso seguimos trabajando igual, o incluso más.
Es cierto que hoy consumimos mucho más cosas que antes. Cosas que en cierto momento fueron superfluas, hoy se han vuelto indispensables (internet es una de ellas, tal vez la más notable).
Vamos al ejemplo de la luz eléctrica. Keynes tenía que trabajar ocho segundos para obtener una hora de luz eléctrica. Lo que significa que, para obtener 8 horas, trabajaba 64 segundos al día (poco más de un minuto).
El trabajador inglés de hoy, según el bien informado Ridley, tiene que trabajar 4 segundos para obtener ocho horas de electricidad. Ojo: la diferencia no es de siete segundos y medio, sino ¡dieciséis veces menos!. Esa es la manera correcta de expresar la diferencia de productividad. En un día no ha ahorrado 7 segundos y medio, sino 60 segundos.
Ahora el asunto está en saber cuántas horas de electricidad diaria necesita hoy ese trabjador inglés. Probablemente, considerando que hoy tiene mucho más aparatos eléctricos que los que tenía Keynes, necesita mucho más horas de electricidad también. Muy bien, pero el problema es ¿cuánto más? En eso reside toda la cuestión. Porque si necesita, por ejemplo, 16 horas, tendría que trabajar... 8 segundos (mucho menos, por cierto, que los 64 segundos de Keynes). De repente es todavía más, de repente son 24 horas, en cuyo caso necesitaría... 12 segundos. Pongámonos más exigentes: necesita 36 horas diarias de luz. En ese caso tenemos que trabajar, para conseguirlas... ¡16 segundos! Lo que sigue siendo menos, pero mucho menos, que lo que tenía que trabajar el pobre de Keynes.
¿Por qué, entonces, le dicen que debe seguir trabajando igual?
¿Cómo sabe el amigo Hans que, si hoy trabajamos ocho horas diarias, con una productivida)d seis veces superior a la que existía en los años de Keynes (ese dato lo cito en el vídeo, es porque consumimos seis veces más que entonces?
¿Cómo sabemos que estamos consumiendo todo lo que estamos produciendo, y no que una gran parte excedente de esa producción se la están quedando otros?
Perdón, pero cuando se trata de mi vida de mi trabajo, de mi tiempo, tengo que ponerme exigente, y no puedo quedarme tranquilo con que me digan: ”ah, ahora produces muuucho más que antes, pero también consumes muuucho más, por eso tienes que trabajar igual”.
Si las proporciones son como las de la electricidad, me parece que las cifras no me cuadran. No creo que, aun consumiendo más energía como lo hacemos hoy, y suponiendo que nuestro incremento de productividad para el caso de la luz eléctrica sea de 1.600% (dieciséis veces más), para el caso del trabajador inglés, según los propios datos de Ridley, se justifique seguir trabajando igual (y mucho menos se justifica, por cierto, que se trabaje hoy doce horas, en lugar de las ocho de ley).
No solo el trabajador inglés, por cierto, ha aumentado su productividad. Lo han hecho los trabajadores de tode Europa, Estados Unidos, América Latina y Asia, en proporciones semejantes.
Una manera sencilla de convencernos que no estamos consumiendo todo lo que estamos produciendo es ver si hay un excedente por algún lado. Si no estamos consumiendo todo lo que producimos, debe haber un excedente, ”¡y tiene que estar en alguna parte!”, me dirán, y con toda razón.
¿No será, por casualidad, que el excedente está en los miles de millones de los gigantescos capitales que se han acumulado y se siguen acumulando, en proporciones asombrosas, inimaginables, en el mundo?
Si yo trabajo hoy doce horas, produzco con ello 9 o diez veces más que un trabajador que trabajaba ocho horas hace noventa años. Si con el salario que me pagan puedo consumir cuatro veces más que el trabajador de 90 años antes, o seis veces más que él, ¿tengo razones para sentirme contento?
Sí, y ¡No!. Sí, porque estoy mejor que ese colega de antes. pero ¡No!, porque, aun si consumo seis veces más, me están extrayendo, sin que me haya dado cuenta, un excedente, que es la diferencia entre seis y nueve. Un excedente que va a engrosar los capitales, que si no, ¿de dónde se engordan tanto?
No está mal, por cierto, que exista ahorro y acumulación. Son necesarios para reinvertirlos en innovación tecnológica, etc. Lo que está mal es que los excedentes, de manera silenciosa, muy bien disimulada, y aprovechándose de que no hemos sido buenos para sacar las cuentas que hemos debido sacar para evitar que nos engañen, los excedentes, digo, vayan todos a parar a las arcas del Capital, sin que nosotros tengamos el derecho a disfrutar de ellos. Y la mejor forma de disfrutarlos, una vez satisfechas nuestras necesidades actuales, todo lo amplias que puedan ser, es también descansando, disfrutando de tiempo libre, que para eso es la vida, caramba, no para ser esclavos del trabajo.
No podemos disfrutar de tiempo libre, por la sencilla razón de que el sistema del mercado, con todo lo bueno que es para propiciar la innovación tecnológica, es incapaz de reducir las jornadas de trabajo, y la experiencia histórica, tanto como la patética realidad de que hoy se imponga en el mundo la jornada de doce horas (para la abrumadora mayoría de la humanidad, y no para algunos gerentes japoneses, que una golondrina no hace verano), así lo demuestra de manera contundente.
Como también demuestra (la experiencia histórica), que la única y más expeditiva forma de reducir la jornada ha sido, y es, la huelga. La huelga pacífica, democrática y civilizada, pero huelga.
Continuaremos, supongo.
viernes, 3 de septiembre de 2010
Nueva respuesta a Mil Demonios
Publicado por carlintovar en 15:55
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