lunes, 27 de septiembre de 2010

Jornada laboral: ¿negociación o coerción?

Seguimos respondiendo a Hans Rothgiesser,  acerca de la jornada de cuatro horas.
Dice Hans (y esta parece ser la discrepancia central conmigo, desde que comenzamos este debate) que está de acuerdo con la reducción de la jornada, pero que tal cosa debe ocurrir como resultado de “un proceso de negociación”, que no va a ser fácil, pero que es preferible a una huelga. Dice que si queremos hacer una huelga, el patrón nos dirá: “puff, con la tecnología que hay ahora, ya no te necesito” (no es así, pero vamos a suponer que lo sea).
Bueno, sigamos el razonamiento de Hans y vayamos a negociar. Llegados a la puerta de la negociación, nuestro interlocutor nos dice: “hay dos tipos de empresarios: desalmados y con conciencia. Con los desalmados no se puede negociar, así que solo nos queda hacerlo con los otros (los que están empleados por empresarios desalmados, esán descartados junto con sus patrones, sin haber tenido ocasión de decir esta boca es mía). Pero no importa, sigamos por la ruta del buen Hans. Negociamos con el empresario responsable y, supongamos que el hombre accede a reducir la jornada.
¿Qué pasa en este caso? Muy sencillo: nuestro buen empresario pierde, inmediatamente, competitividad respecto de las otras empresas que disputan el mismo mercado que la suya. ¿Por qué pierde competitivdad? Porque sus costos suben, obviamente. Va camino a la bancarrota, por pretender portarse como bueno en un sistema que no está hecho para eso.
Aquí viene lo interesante, porque una reducción de la jornada, que, como hemos visto, practicada unilateralmente por un empresario (o por un país), lo conduciría a la bancarrota, esa misma reducción, digo, si se instituye de manera universal,  sí conseguiría el objetivo que Hans y yo estamos de acuerdo (yconste que el reitera estar de acuerdo) en buscar. Lo conseguiriá porque, al ser de aplicación universal, con ello se evitaría que los “empresarios desalmados”, que no aceptan la reducción,  saquen provecho, injustamente, de la pérdida de competitividad que los empresarios “conscientes” han sufrido al aceptar, ellos sí, la reducción de la jornada.

Así es como funciona la jornada de trabajo: o se aplica de manera universal, o fracasa. Por eso es que la jornada de 35 horas, aplicada hace años en Francia, se ha venido por los suelos, y, recientemente, la Comunidad Europea autorizó jornadas de 60 y hasta 65 horas semanales. Lo han hecho porque no han podido soportar la pérdida de competitividad frente a la competencia de países asiáticos que, lejos de reducir la jornada, la prolongaron hasta doce o más horas. Es lo que se conoce como “race to the bottom” (carrera hacia el fondo): se compite por ver quien consigue degradar más los estándares laborales.
Así que, si queremos establecer la reducción de la jornada, aunque fuere de manera negociada, tenemos que hacerlo de manera universal. Una negociación internacional, en un foro igualmente internacional.
No veo otra manera de llegar a una negociación de ese nivel que mediante una huelga internacional, que permita poner en la agenda ese tema. Puedo garantizar que si vamos a una huelga mundial (completamente pacífica y democrática, por supuesto), en muy poco tiempo estaremos negociando (como Hans quería) con los empresarios la reducción de la jornada. Como digo en el libro (que Hans ya no tiene pretexto para no leer, puesto que hemos hecho canje), propongo  un acuerdo para reducir media hora cada mes, durante ocho meses, hasta llegar a las cuatro horas. Luego, cada diez años, se volverá a medir el aumento de productividad, para reducciones adicionales.
El tema de si son cuatro horas o cinco horas (cinco y tres cuartos, mi estimado, es un disfuerzo), lo tocaremos más adelante, pero insisto en que no es importante. Si comenzamos ahora con cinco, dentro de diez años tendremos cuatro. Todos los caminos conducen a Roma.

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